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La biodiversidad de una chocolatina, una camiseta y un champú

La huella sobre la biodiversidad se une a la hídrica y la de carbono para detectar los productos más sostenibles Es posible rastrear y evitar el excesivo impacto sobre la naturaleza de la ropa, los alimentos y hasta de un ordenador

Un activista francés ante una tienda de Zara en Niza, protextando por el uso de tóxicos en sus prendas.
Un activista francés ante una tienda de Zara en Niza, protextando por el uso de tóxicos en sus prendas.AFP/Getty Images

Mondelēz International, multinacional propietaria de marcas como Milka, Toblerone, Oreo o Trident, anunciaba esta semana la puesta en marcha de un plan de acción, asesorado por World Wildlife Fund (WWF) y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), para asegurar la sostenibilidad del suministro de aceite de palma empleado en la fabricación de sus productos. En las mismas fechas, desde el Marine Stewardship Council (MSC) informaban de que Makro se convertía en la primera cadena de supermercados de España que obtiene este sello de certificación de pesca sostenible para la venta y manipulación de productos frescos.

Ambas noticias reflejan un compromiso de fabricantes y distribuidores por incluir criterios de protección de la naturaleza en sus estrategias de mercado. La biodiversidad, el conjunto de todos los seres vivos del planeta y de las relaciones que se establecen entre ellos, no suele primar mucho, o al menos destacar, a la hora de contabilizar el impacto ambiental de cada producto fabricado, distribuido, consumido y desechado. Se habla de la huella hídrica (un pantalón vaquero requiere 10.000 litros de agua para su elaboración) o de la de carbono (13,3 gramos de CO2 por kilo de carne de vacuno), pero no específicamente de la huella en la biodiversidad.

Cosméticos, alimentos y biodiésel de la selva

La deforestación de selvas en Indonesia y Malasia para cultivar palma aceitera y la sobreexplotación de los recursos pesqueros y su interacción con cetáceos, tortugas y aves marinas suponen el paradigma de la interferencia de la producción industrial en una biodiversidad a veces inalterada. El aceite de palma se destina a las industrias cosmética, alimentaria y de biocarburantes, y pescaderías y lineales de conservas ofrecen miles de productos del mar. Orangutanes huérfanos vagando por la selva y millones de animales arrojados por la borda tras su pesca indirecta simbolizan ese impacto.

Para frenar el efecto destructivo sobre las selvas asiáticas se creó en 2004 la Roundtable on Sustainable Palm Oil (RSPO). Desde entonces, además de Mondelēz, multinacionales como Nestlé, Unilever (Calvé, Flora, Mimosín…) y Procter & Gamble (Ariel, Fairy, Pantene, Gillete…) forman parte de un sistema que, sin embargo, ha ido perdiendo credibilidad, especialmente a ojos de los ecologistas. Greenpeace desveló en un informe de septiembre de 2013 que “el 39% de las concesiones de aceite de palma de la provincia de Riau (Indonesia), donde se produjeron incendios forestales entre enero y junio de 2013 destinados a aclarar la selva, pertenecían a miembros del RSPO”. Las chocolatinas Kit Kat y el champú anticaspa H&S han protagonizado campañas directas de Greenpeace denunciando los efectos de la tala de forestas.

Miguel Ángel Soto, responsable de la campaña de Bosques de Greenpeace España, afirma que “la RSPO no puede garantizar que las marcas de productos alimenticios y cosméticos que consumimos a diario no estén libres de aceite de palma procedente de la deforestación, por lo que las empresas tienen que comprometerse a ir más allá, a garantizar la deforestación cero y a certificar toda la cadena de custodia”. En su nota de prensa, Mondelēz declara su pertenencia a la RSPO, pero presenta también un plan con el compromiso a largo plazo de “comprar sólo aceite de palma a aquellos proveedores que aseguren que está cultivada en terrenos de propiedad legal; que no producen deforestación o pérdida de turberas; que respetan los derechos humanos, incluidos los derechos a la tierra; y que no realizan trabajos forzados ni explotación infantil”. Y avisa que planea eliminar los suministros que no cumplan estos requisitos. Más categóricos fueron Nestlé y Abengoa en 2010. Ambas multinacionales dejaron de comprar aceite a una de las empresas señaladas por Greenpeace.

La ropa menos tóxica

Fuera de las comentadas huellas hídricas y de carbono, son pocas las empresas que realizan un exhaustivo balance de su impacto sobre la biodiversidad y las consecuencias sobre la misma y sus cuentas. “Solo conocemos el caso del grupo Kering, líderes mundiales de productos de lujo que ha elaborado una cuenta de pérdidas y ganancias ambientales de una de sus marcas deportivas, Puma”, señala Amanda del Río, directora de proyectos de la Fundación Global Nature, una de las ONG españolas que más trabaja en conjugar la palabra biodiversidad en las cuentas de las empresas.

Puma estima que debería pagar 145 millones de dólares (106 millones de euros) por los impactos generados por sus operaciones económicas, y no se esconde que el consumo de agua y las emisiones de gases de efecto invernadero suman las partidas principales. Pero Del Río recuerda que “hay muchas empresas que analizan sus impactos sobre la biodiversidad, las especies y el suelo, pero no los cuantifican, algo que resulta básico para establecer objetivos y eliminar o reducir esos impactos”. En España, la responsable de Global Nature destaca “los esfuerzos de Ecoalf, que confecciona ropa con material que se tira a la basura, y Loewe, que ha empezado a integrar también sus impactos en su cadena de valor”.

Kering, Ecoalf y Loewe avanzan en compromisos con la biodiversidad, pero desde una gama de productos de lujo y de altos precios. Desde organizaciones como Made By’s y Greenpeace ofrecen algunas pistas relacionadas con las cadenas y marcas textiles presentes en todo el mundo y para todos los públicos, como Inditex, C&A, Nike y H&M. Detox es el nombre de la campaña que inició en 2011 Greenpeace con el objetivo de “desafiar a las mejores marcas de textiles para hacer los cambios necesarios, junto a sus proveedores, y eliminar todas las sustancias peligrosas de la cadena de suministro y del ciclo de vida completo de sus productos”. En la Pasarela Detox se puede comprobar qué empresas lideran los cambios planteados por la ONG ecologista y cuáles están rezagadas.

Las pistas naturales de ordenadores y muebles

Saltando de la moda al creciente y desorbitado consumo de dispositivos electrónicos, conviene echar un vistazo de vez en cuando a la Guide to greener electronics de Greenpeace, donde se reflejan los avances de las principales compañías sujetos a tres criterios principales: energía y clima, productos más ecológicos y operaciones sostenibles. En este caso, el uso y sobre todo desecho de móviles, ordenadores y consolas, pueden ocasionar tanto o más impacto ambiental que su fabricación. La extracción de recursos naturales, minerales principalmente, también afecta aquí a áreas de alto valor para la biodiversidad, incluidas selvas tropicales africanas.

En esta búsqueda del producto más benévolo o menos dañino con la biodiversidad queda hablar de aquellos certificados como ecológicos, aunque en ocasiones una mermelada con ese marchamo consumida en Madrid, pero elaborada en Bélgica con fresas de Huelva pierde parte de su virtud ecológica. Pero en el origen de todos ellos, suelo, agua, aire y especies no han sufrido los efectos de la contaminación de agroquímicos. Los 20.300 productos que portan la etiqueta azul del MSC también respetan por encima de la media la biodiversidad circundante, pista pesquera a la se puede unir la Guía de consumo responsable de pescado de WWF España.

Otras buenas pistas a seguir son las de muebles, papelería, caucho y también ropa procedentes de la explotación forestal sostenible que lleven el sello del Forest Stewardship Council (FSC) y del Programme for the Endorsement of Forest Certification (PEFC).

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