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Tres iberoamericanos en las aulas

Una colombiana, un mexicano y un dominicano comparten su experiencia en la Universidad de Alcalá: sus motivaciones, las diferencias pedagógicas y las fiestas más allá de medianoche

De izquierda a derecha, Juan Manuel Cortés, mexicano; Paula Andrea Piraban, colombiana, y Francisco Javier Reynoso, dominicano, en la Universidad de Alcalá.
De izquierda a derecha, Juan Manuel Cortés, mexicano; Paula Andrea Piraban, colombiana, y Francisco Javier Reynoso, dominicano, en la Universidad de Alcalá.SAMUEL SÁNCHEZ

Perdón, no le he entendido

–¿Qué dices? ¿Me lo repites, por favor?

Paula Andrea Piraban, colombiana de 18 años, aprendió su primera lección sobre España antes incluso de salir del aeropuerto de Barajas (Madrid) con su pasaporte en la mano y enredada en una suerte de Lost in translation con el funcionario del otro lado del mostrador.

La lengua común de ambos era el español, pero no la hablaban igual. Esta estudiante de la Universidad privada EAN de Bogotá venía para cursar un semestre del grado de Administración y Dirección de Empresas (ADE) en la Universidad de Alcalá (UAH), gracias a un programa de intercambio entre ambas instituciones. Un trimestre y algunos choques culturales después, cuenta la anécdota, muerta de la risa, a Juan Manuel Cortés, Juan, mexicano del DF, y a Francisco Javier Reynoso, dominicano, y ambos, como ella, estudiantes iberoamericanos en la UAH. Los tres se encuentran en España atraídos por el idioma compartido y por el prestigio que les supone tener un título internacional debajo del brazo.

“Subes a un nivel superior”, lo describe Paula. “Al menos en mi país, el tema internacional es muy marcado; en una entrevista de trabajo te van a preguntar: ‘¿Tienes experiencia internacional?’. Si dices que sí, automáticamente te elevas por encima del resto de candidatos”, asegura. Pero elegir precisamente España… ¿No les echó para atrás la fuerte crisis económica que atraviesa? “No”, responden al unísono. “Somos conscientes, por supuesto, pero quizá a nosotros nos pega menos, por nuestra posición de estudiantes; otra cosa sería que quisiéramos encontrar trabajo aquí”, tercia Juan. Algo que, en principio, no es su caso. El mexicano de 26 años, licenciado en Arquitectura por la UNAM, se pasó tres años trabajando en su ciudad, ahorrando para poder cursar un máster en España. “Mi hermana mayor vino a estudiar a Salamanca y se casó con un español; viven en Madrid. Tenía claro que yo quería venir también”, explica. Se decantó por Alcalá, por el máster Proyecto Avanzado de Arquitectura y Ciudad, de un año de duración. Su intención cuando finalice, en junio, es regresar a su país. “Allí podré aspirar a un empleo mejor”, afirma.

SEGUIR FORMÁNDOSE

Paula, Juan y Francisco no se conocían antes de este reportaje. Se encuentran en el comedor del campus central de la UAH, un soleado mediodía de abril, para compartir el almuerzo. La colombiana ha ido al gimnasio y después ha estado estudiando en la Facultad de Económicas. Francisco, de 38 años, ha tenido una reunión con su grupo de investigación y luego ha estado trabajando en su despacho del edificio de la Politécnica, en el campus exterior. Ingeniero industrial por la Universidad Pública de Santo Domingo, llegó a la UAH hace tres años gracias a una ayuda que su Gobierno concede a los mejores expedientes para continuar formándose. Cursó un máster en Teoría y Señal de la Comunicación, y su tutor lo alentó para que hiciera el doctorado. Ha conseguido un contrato de investigación por un año, con el que se mantiene.

Le quedan otros tres más hasta doctorarse. ¿Y después? “Me gusta la docencia, y con el conocimiento adquirido tengo las puertas casi abiertas para ser profesor universitario en mi país y ayudar en el desarrollo de la investigación”.

Juan Cortés disfruta de una beca Cervantes: trabaja en el área de relaciones con Iberoamérica en la universidad y, a cambio, esta le costea el alojamiento

Nuestros protagonistas ponen voz a los números que maneja Mario Martín Bris, director de relaciones con Iberoamérica de la Universidad de Alcalá. Hemos acudido a ella porque, según el QS World University Ranking de 2013, es la segunda pública española en porcentaje de estudiantes internacionales: 5.678, un quinto del alumnado, el curso pasado. De ellos, casi la mitad (2.610) procedían de 24 países de América Latina: 12 del centro, 1 del norte, 11 del sur. “España tiene una fuerza tremenda en los medios de comunicación iberoamericanos, y también beneficia el boca a boca, los alumnos que regresan y cuentan que la experiencia ha sido buena”, justifica tal afluencia. En cuanto a la crisis, “la obvian; dan por hecho que las instituciones son serias, consiguen su reconocimiento internacional y se sienten a gusto; incluso, en algunos casos, la crisis les favorece porque les ofrece oportunidades de alojamiento más barato, que es una partida significativa dentro de su gasto”, aduce Martín Bris.

A todo ello hay que sumar la importancia geoestratégica de ser puerta de entrada a Europa. “Cuando hablamos de un título o certificación, siempre preguntan: ‘¿Pero es válido en la UE?’. Buscan sobre todo el reconocimiento europeo”, confirma el director. Unos con la perspectiva de desarrollarlo en España, muchos con la idea de buscar oportunidades en algún otro lugar de Europa. Con la crisis, la tercera posibilidad, la de regresar a sus países de origen, crece. Por ella han optado Juan y Francisco. Paula duda. “Yo he de volver a ­Colombia y graduarme… pero si España está mejor y se recupera, me gustaría regresar. Veo una oportunidad; igual a las empresas españolas les interesa contratar latinos por su forma de trabajar, la atención al cliente, su buen manejo de las relaciones… Me apetece la idea”, enfatiza esta joven que eligió Alcalá para su ­intercambio básicamente por descarte: no quería una universidad latinoamericana; ansiaba salir de su continente. “Mi objetivo era estar en la UE”.

Martín Bris opina que a un alto porcentaje de alumnos iberoamericanos que cruzan el charco les gustaría quedarse. Pero la realidad manda. Proceden de una región del mundo que crece una media del 5%. Empujada por locomotoras como Brasil, México, Colombia, Chile, Perú… Las grandes empresas españolas han desembarcado en esta área geográfica. “Nuestros estudiantes españoles nos piden contactos con instituciones de allí”, revela, para añadir: “Hasta hace unos años, firmábamos convenios con universidades iberoamericanas [Alcalá mantiene acuerdos con prácticamente todas las importantes] a sabiendas de que perdíamos, porque los alumnos extranjeros venían, pero los nuestros no iban. Ahora se está produciendo un incremento en sentido inverso; la mitad del alumnado que se mueve ya nos está pidiendo destinos iberoamericanos”.

AYUDAS

Cruzar el Atlántico, en uno u otro sentido, supone un esfuerzo económico que no está al alcance de todos los bolsillos. Aunque hay ayudas. Juan disfruta de una beca Cervantes, dirigida exclusivamente a alumnado latinoamericanos, de manera que de 11.00 a 14.00, de lunes a viernes, realiza labores administrativas en el área de relaciones con Iberoamérica, donde tiene fama de serio y puntual, y, a cambio, la UAH le costea el alojamiento en la residencia del campus externo. A Francisco lo financió el Gobierno dominicano. Países como Chile dan oportunidades a sus jóvenes brillantes de estratos sociales más bajos. A Paula, la estancia se la pagan sus padres. “Al tratarse de un intercambio, abono el semestre en mi universidad, con un descuento”. Le sale más barato, pero, aun así, reconoce que el alojamiento y la manutención se llevan un buen pellizco todos los meses.

Hablando de dificultades, ¿qué tal les ha ido con el cambio de metodología de la enseñanza respecto a sus universidades de origen? “Nos ha obligado a una adaptación”, reconoce Francisco. “Estamos acostumbrados a depender en un 80% o 90% del profesor, que te hace los problemas o te explica las cosas las veces que sean necesarias. En España, la clase representa el 40% o 50% de la materia; el resto te corresponde a ti, investigando, consultando bibliografía y más bibliografía… En el primer semestre cuesta más trabajo, pero poco a poco te va yendo mejor”. A su lado, Paula asiente: “El cambio ha sido duro; en Colombia, los profesores están muy encima de los estudiantes, no paran de repetir: ‘¿Lo entendieron?, ¿lo entendieron?’. Aquí explican y explican, llenando pizarras y pizarras”.

TEORÍA Y PRÁCTICA

Lo que más le ha marcado a la colombiana ha sido la asignatura de estadística. “En mi país, teoría y práctica van unidas; en España no. El primer día, el profesor entró en el aula y empezó a dictar. Yo me quedé parada, pensando: ‘¿Copio o no copio?’. Comprendí que si no copiaba, o si faltaba a clase, estaba perdida”. A Juan, sin embargo, los sistemas de la UNAM y la UAH le parecen muy similares, al menos en su caso. “Tal vez la diferencia estribe en que en México es más fácil sacar buenas notas; aquí, a la hora de evaluar, se ponen más estrictos, y casi nadie llega al 9 o al 10”, ha observado. Pero la metodología coincide: trabajos en grupo, presentaciones. “Los españoles no están acostumbrados a hablar en público; nosotros sí, porque la mitad de nuestras clases consisten en exponer ante los docentes y los compañeros, y creo que es una ventaja”, tercia Paula, que encuentra otra diferencia significativa entre su EAN y Alcalá: el emprendimiento. “En mi universidad es un tema muy importante, mientras que aquí no le meten tanto”, subraya.

Durante la comida, la conversación fluye. Coinciden en que la ­experiencia española les está resultando positiva. Celebran las similitudes gastronómicas entre sus países, se interesan por las diferencias, se recomiendan tiendas en Alcalá donde encontrar tal o cual producto. “Se me hace más fácil socializar con los latinos”, admite Paula, que considera a los españoles, en ocasiones, un poco secos. Curioso. Nos las damos de marchosos y divertidos comparados con alemanes o nórdicos, y resulta que somos unos sosos vistos con los ojos de quienes nacieron al otro lado del Atlántico y relacionan fiesta con baile, con bachata, con merengue, con la música bien alta.

“Se corría la voz por el barrio: ‘¡Hay fiesta donde los dominicanos!’, y todo el mundo quería ir”, rememora Francisco con una enorme sonrisa. Al principio le chocaba que hubiera que parar la juerga a las once de la noche, porque se molestaba a los vecinos. “Tenemos otra forma de divertirnos; somos…”, no encuentra la palabra, y Paula acude al rescate: “Más dinámicos, más movidos… Los españoles te dicen: ‘Hola, ¿cómo estás?’, y ya está, se quedan ahí parados; son de hablar mucho, de ‘sentémonos a tomar una cerveza y conversar’… Son raros, no sé, distintos”, dice acompañándose de gestos muy expresivos que arrancan la carcajada general. Aunque si se trata de reunirse para hacer un trabajo de clase, que es a lo que esta estudiante dedica las tardes de los martes y de los viernes, la relación siempre ha sido muy buena.

Francisco entiende que dentro de un aula se hagan grupos. “Siempre hay personas más reservadas”. Él se relaciona mucho con la comunidad de su país, y con españoles. Juan afirma que en su máster hay dos grupos: los latinos (mexicanos y colombianos), que suman más o menos la mitad, y los españoles; se juntan sin problemas para trabajar, pero no suelen compartir su ocio. Él sale con sus amigos de la residencia y en el centro de Alcalá se va encontrando al resto. De vez en cuando se marcha a Salamanca y se va de fiesta con el hermano de su cuñado, que es más o menos de su edad. Paula cuenta con su grupo de amigas colombianas, con las que hace planes para el fin de semana, pero también participa en las reuniones que organiza su compañera de piso, que es sevillana.

Fin del almuerzo. Paula solo tiene clase lunes y jueves, de 15.00 a 21.00, así que hoy, que es miércoles, pondrá rumbo a Madrid, donde pasó los tres primeros meses de su intercambio y conserva muchos conocidos, para pasear y tomar fotos. Francisco vuelve a su despacho de la Politécnica y después se irá derecho a casa. Habitualmente vive en Madrid, pero estos días se encuentra en Alcalá, en el piso de una amiga que se ha ido de viaje. Acompañamos a Juan a su máster, de 16.00 a 20.00, en la Escuela de Arquitectura (después tocará cena en su residencia, gimnasio y estudio hasta las dos de la madrugada). Allí se encuentra con compañeros con los que comenta el viaje a Bucarest previsto para el próximo mes: “Son unas jornadas en las que participa nuestra directora; estamos pensando en aprovechar y visitar Estambul. Vamos los latinos; los españoles no han querido, quizá porque lo tienen más cerca y no lo valoran como nosotros”, aventura.

El mexicano también ha estado en Londres. Ha viajado todo lo que ha podido, y la verdad es que tanta escapada le ha pasado factura. Pese a los ahorros y la beca, ha tenido que pedir un préstamo a sus padres para terminar su periplo en España, según reconoce un poco apurado. “En un fin de semana te puedes ir a Portugal, a Francia…Incluso sin salir de España, ¡hay tanto que ver!”, enfatiza Francisco. En Semana Santa, Paula aparcó los libros y enfiló rumbo a Barcelona y Valencia. Ella también termina en junio, pero tiene visado hasta septiembre, así que empleará el verano en recorrer Europa, con un amigo colombiano. Le brillan los ojos al anticipar cómo será la guinda a su estancia en España.

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