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Los ultraconservadores ganan terreno en Europa

La Eurocámara aprueba un ‘teocon’ como comisario de Sanidad y el ala radical avanza en la derecha moderada francesa La crisis fortalece el atractivo de discursos de defensa de la identidad cultural

Andrea Rizzi
Manifestación en Francia contra el matrimonio homosexual.
Manifestación en Francia contra el matrimonio homosexual.REUTERS

El Parlamento Europeo aprobó el pasado día 21 el nombramiento como comisario europeo de Sanidad y Consumo de Tonio Borg, un político maltés con un ideario cristiano ultraconservador. Borg no solo es contrario al aborto o al matrimonio entre personas del mismo sexo, sino incluso al divorcio. Pocos días antes, el primer ministro húngaro, Víktor Orbán, había declarado en Madrid que “una Europa cristiana no habría permitido que países enteros se hundieran en la esclavitud al crédito”, siendo este el último de una larga serie de comentarios políticos de rígida inspiración religiosa; y, en la Francia símbolo universal de laicismo y derechos sociales, más de 100.000 personas se manifestaron en contra del matrimonio entre homosexuales. A la vez, el muy conservador Jean-François Copé era declarado contra todo pronóstico nuevo líder de la derecha moderada francesa tras unas elecciones internas muy contestadas.

¿Se trata de episodios puntuales, inconexos y sin mayor trascendencia, o de síntomas de un fenómeno con raíces en el agitado estómago de la sociedad europea?

Naturalmente, cada país tiene sus propias características, pero es posible identificar algunos denominadores comunes. La reflexión, según coinciden varios de los expertos consultados, tiene un sólido punto de partida en la creciente desafección y malestar de muchos ciudadanos en varios países europeos ante el sistema político y económico contemporáneo. Esa decepción alimenta la búsqueda de modelos alternativos más radicales en ambos extremos del espectro político-social. Ello induce a los partidos moderados a hacer guiños hacia posiciones más extremas, entre las que puede figurar el conservadurismo duro y anclado en la tradición cristiana.

Ignacio Urquizu, sociólogo de la Universidad Complutense, considera que en muchos países de Europa “se está produciendo un aumento de la polarización hacia los extremos políticos”. “Los tonos grises están desapareciendo. Los ciudadanos están muy descontentos con el funcionamiento del sistema y quieren un cambio. Así, por un lado hay un auge de partidos radicales; por el otro, los tradicionales se están reposicionando. El que se queda en el medio, pierde. Sienten que, si no se adaptan, perderán representación. Y en este reposicionamiento, aceptan cosas que antes no se habrían aceptado”.

El malestar por la crisis crea una fuerte polarización de la política

Borg fue apoyado sin pestañear por el Partido Popular Europeo. En 2004, el Gobierno italiano tuvo que retirar la candidatura a comisario europeo de Justicia de Rocco Buttiglione, un político con un ideario parecido al de Borg y clasificado en Italia de teocon (corriente conservadora de fuerte inspiración religiosa), ante el generalizado rechazo de todos los grupos políticos. Pocos años antes, la entrada en el Gobierno austriaco del partido de derecha radical de Jörg Haider causó auténtica conmoción en todo el continente, y hasta leves represalias diplomáticas. Coaliciones con partidos semejantes son hoy normales. Nadie pone pegas, quizá para evitar recibir el mismo trato si se dieran las circunstancias.

Michael Ignatieff, historiador, novelista y expolítico canadiense, consideraba en una reciente conversación mantenida en Madrid sobre estos temas que “el problema de fondo actual, la causa del enfado generalizado, es que la gente percibe que si algunos cometen errores, otros pagan las consecuencias; si algunos asumen riesgos, otros pagan sus fracasos”. “Hay un problema de definición y asunción de las responsabilidades. Esto genera una erosión de la fe en el sistema”, sostenía.

Esas grietas —algunas con un matiz de carácter ético-moral— están propiciando movimientos sensibles en la estructura político-social europea. En una columna publicada recientemente en este diario, Jordi Vaquer, director del Centro de Estudios y Documentación Internacionales de Barcelona, alertaba de “la ofensiva del nacionalpopulismo”, cuyos “pilares básicos son religión, patria y familia”. El analista denunciaba la “permisividad, cuando no abierta complicidad”, con ese nacionalpopulismo de los partidos democristianos tradicionales europeos.

En una posterior conversación telefónica, Vaquer profundizó en sus argumentos. “Hay varios factores que impulsan este fenómeno. Por un lado, para desviar la atención de sus políticas económicas, la derecha gubernamental está interesada en animar el debate identitario”. Esto ha ocurrido claramente, por ejemplo, en la Francia de Nicolas Sarkozy y la retórica de Copé promete seguir en la senda.

“Por el otro”, prosigue Vaquer, “la crisis produce un rechazo frontal al modelo, en todas sus facetas, desacreditando el proyecto europeo incluso en aspectos que no tienen nada que ver con la cuestión económica, como son derechos civiles”. Este es el caso de algunos países de la Europa centro-oriental, sobre todo Hungría.

Partidos moderados adoptan posturas radicales para

En Right response, un interesante estudio sobre la derecha europea publicado por el centro de estudios Chatham House, el investigador británico Matthew Goodwin subraya que la razón del auge de opciones políticas ultraconservadoras es “el sentimiento de una amenaza cultural, (…) una ansiedad con respecto al impacto de los cambios de la sociedad moderna sobre la identidad nacional, a las comunidades, el estilo de vida”. Sin duda, el cristianismo es parte importante de esa identidad, ese estilo de vida. Pero lo que atrae no es la religión en sí, sino el conjunto de la identidad cultural, casi en una suerte de añoranza de otros tiempos mejores.

Goodwin evidencia que ese elemento, junto con un frontal rechazo hacia el establishment, es el principal motivo por el que los electores apoyan políticas populistas ultraconservadoras, por encima de quejas de orden exclusivamente económico, ideológico o de motivaciones religiosas. Ese factor —que obviamente tiene duras derivadas en las políticas sobre inmigración y derechos civiles— explica el auge de muchos partidos del espectro derechista, aunque haya entre ellos significativas diferencias.

En efecto, los expertos no detectan en Europa un regreso a la religión. “No creo que haya una recuperación de la religión en el sentido tradicional”, comenta Gloria García-Romeral, socióloga de la religión de la Universidad Autónoma de Barcelona. “De hecho, Europa es el paradigma de la secularización y las estadísticas muestran claramente un abandono de la religión, de las iglesias tradicionales”, dice la investigadora, que participa en un proyecto que monitoriza la influencia de la religión en las actividades del Parlamento Europeo.

García-Romeral considera que “la mayor presencia de las ideas más tradicionales cristianas en el debate público no responde a un incremento de la demanda específica en ese sentido, sino al general predominio de la derecha como opción de Gobierno en estos tiempos de crisis”.

El comisario maltés, contrario incluso

Una derecha que tiene que lidiar con el auge del nacionalpopulismo fundamentado en la triada religión-patria-familia de la que habla Vaquer.

El esquema, salvando las evidentes diferencias, tiene algunos parecidos con lo que ha ocurrido con el Tea Party en Estados Unidos en los últimos años. Un movimiento inspirado por un hiperconservadurismo social, pero que se presenta como modernizador político; con un fuerte componente antielitista; y con apocalípticos discursos sobre la corrupción moral del sistema. El movimiento forzó un importante viraje del Partido Republicano hacia lares ultraconservadores. Mitt Romney tuvo que abjurar de sus propias reformas moderadas como gobernador de Massachusetts para asegurarse la candidatura. La logró. Pero perdió la presidencia.

“En Europa, yo no veo una marcha heterogénea hacia la erosión de los valores laicos. Lo que puede haber son retrocesos temporales, puntuales. Pero llega un punto en que el conservadurismo radical hace perder elecciones”, señala Vaquer.

Efectivamente, si en varios países se vislumbran situaciones en línea con la dinámica descrita —en Italia, por ejemplo, la derecha berlusconiana no ha perdido ocasión para defender posiciones católicas radicales en materia de familia, reproducción asistida o eutanasia, y amarrar así esa parte del electorado—, en muchos otros no se ha dado el caso, lo que obliga a matizar el argumento.

Por otra parte, en la muy católica Polonia, el partido de los hermanos Kaczynski, referencia de los ultraconservadores locales, no va nada bien.

En cualquier caso, “es razonable pensar que en cuanto amaine la crisis también se reducirá el atractivo de las opciones más extremas”, según comenta Urquizu.

“Las democracias liberales son lentas, necesitan tiempo para reaccionar a los acontecimientos, y para coordinarse entre ellas. Esto aumenta la frustración”, dice Ignatieff. “Pero soy optimista. Encontraremos las soluciones. Y la solución a nuestros problemas colectivos no es la religión. Me parece estupendo que las personas busquen en la religión respuestas para su vida privada, pero a nivel colectivo eso tiende a derivar en exclusión y discriminación. Basta con mirar a través de la ventana para darse cuenta de que Europa ya no es cristiana”, sostiene el intelectual canadiense, que, entre otras cosas, fue líder del Partido Liberal de su país, una formación que ocupa el lado progresista del espectro político.

Nación, familia y fe son ley en Hungría

SILVIA BLANCO

Con cierto aire mesiánico, Viktor Orbán reveló la semana pasada en Madrid que a los cristianos les corresponde un “papel de vigías”: “Dios nos ha nombrado vigías, también a los políticos”. No son solo palabras. El discurso ayuda a entender la seriedad con la que el primer ministro húngaro se toma esta misión y la aplica a las leyes del país. Para empezar, en la propia Constitución, que entró en vigor en enero de este año en medio de fuertes críticas. En un país que él mismo admite es “neutro, indiferente a la fe”, la carta magna establece que “la familia y la nación constituyen los principales pilares de la coexistencia” y que sus “valores fundamentales de cohesión son la fidelidad, la fe y el amor”. Cuando habla de familia, el texto es bien explícito —“matrimonio es la unión de un hombre y una mujer”—, y protege la vida “desde el momento de la concepción”.

Ni a Orbán ni a Fidesz, el partido del Gobierno, les hizo falta la oposición para aprobar la Constitución ni las leyes orgánicas que la desarrollan, de enorme calado y difíciles de cambiar. En las elecciones de 2010 vencieron con una mayoría abrumadora que les permite controlar dos tercios del Parlamento. Desde entonces, Hungría es uno de los ejemplos más claros de Europa de cómo gobierna el nacionalismo populista. Tan amplia victoria se explica en parte por el brutal descrédito del anterior Gobierno socialista de Ferenc Gyurcsány, el primer ministro con el que la deriva económica rozó el desastre y del que se filtró un audio con esta confesión sobre las finanzas del país: “Hemos mentido mañana, tarde y noche”. En 2010, “Orbán consiguió que la gente creyera que sabía cómo construir un nuevo país”, explica Róbert Lászlo, especialista electoral del instituto sociológico Political Capital de Budapest. Fidesz parecía “la única opción política viable”, apunta el analista de Nézopont Intézet Gábor Tákacs.

Orbán se ha empleado a fondo en poner “el país en orden”. Un orden bastante dudoso, según Bruselas, que ha dado la voz de alarma sobre la calidad democrática del país al ver cómo los jueces y el Tribunal Constitucional perdían poder; la libertad de prensa se veía amenazada y el Banco Central tenía socavada su independencia. La presión de la UE ha logrado que Budapest rectifique para ajustarse al derecho comunitario.

Parte de los húngaros también se han rebelado contra el fervor legislativo de Orbán —apodado Viktator por los manifestantes—, que ha reformado el país de arriba abajo. Hungría ha entrado en la segunda recesión en cuatro años, la errática política económica emprendida daña el crecimiento y el tono de confrontación constante hace que muchos votantes estén decepcionados: “Los rápidos cambios impositivos han hecho que la gente pierda poder adquisitivo, hay una gran tensión entre el Gobierno y los jueces, los médicos, los maestros, los sindicatos, los granjeros… Excepto los fieles de Fidesz, mucha gente encuentra absurda la ‘lucha por la libertad’ del Ejecutivo contra el FMI y la UE”, argumenta Lászlo.

Ese descontento se ve en las encuestas de intención de voto, en las que Fidesz ha caído más de 20 puntos porcentuales. Pero los apoyos perdidos no van a parar a ningún partido, sino al no sabe/no contesta. Con todo, el éxito de los mensajes de Fidesz no es solo producto de la crisis ni de la falta de alternativas políticas. “Tiene unas raíces más profundas. En el contexto internacional puede parecer un partido de derechas nacionalista, pero en el húngaro son moderados en comparación con Jobbik [la ultraderecha], que pide la salida de Hungría de la UE”, explica Tácaks. En opinión de László, “los líderes políticos pueden cambiar, la ultraderecha puede subir, pero en las próximas décadas habrá demanda de populismo de derechas”.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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