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Rescatar del polvo y la desidia una joya renacentista

Cultura financia la restauración del trascoro plateresco de la catedral de León, que suma siglos de deterioro

Escaneado del trascoro de la catedral de León.
Escaneado del trascoro de la catedral de León.Instituto del Patrimonio Cultural de España (IPCE)

Al trascoro de la catedral de León le pasa lo que a La Gioconda de Leonardo da Vinci, en el Museo del Louvre de París: la suciedad acumulada ha creado una visión paralela del original. La capa de polvo sobre el relieve de alabastro y madera es tan densa y tan antigua, que oculta la que ha sido reconocida como una de las joyas escultóricas del Renacimiento español… aunque la mugre ha impedido su investigación en plenitud de facultades. Ahora será redescubierta, gracias a una operación de limpieza y restauración que han puesto en marcha el Ministerio de Cultura y el Instituto del Patrimonio Cultural de España (IPCE), con una inversión cercana a los 600.000 euros.

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En el informe que ha redactado esta institución que se dedica a velar por la conservación del legado artístico puede leerse la gravedad de las lesiones que el tiempo y las agresiones humanas han causado en la pieza. Las especialistas del IPCE subrayan múltiples erosiones, arañazos, impactos, fracturas que han causado pérdidas de soporte (hay figuras decapitadas) y policromía. Por supuesto, en la zona más accesible a la mano de los visitantes, la que corresponde al pedestal y el primer cuerpo, están repletas de grafitis: firmas y leyendas rayadas sobre la madera y la piedra. Esta degradación es irrecuperable y en raras ocasiones, como en la iglesia prerrománica de San Miguel de Lillo (Oviedo), donde un soldado escribió la madrugada del 29 de julio de 1936: “Haciendo guardia con motivo del levantamiento fascista”, ha pasado a formar parte de la historia a conservar.

“El trascoro nunca se ha restaurado y es urgente hacerlo para dignificar el conjunto, porque está muy distorsionado por la suciedad. Tiene muchos problemas pero está en peligro. Sin embargo, si no atajamos el deterioro y detenemos el proceso de degradación, el trascoro se perderá”, explica a este periódico Cristina Villar, jefa de servicio del Área de Bienes Muebles del IPCE. La experta señala que el ennegrecimiento y la acumulación de polvo también ha provocado la pérdida de la dimensión plástica y volumétrica del abigarrado conjunto escultórico, que se inició en 1528 y finalizó a finales del siglo XVI, con la participación en algunas partes de Juan de Juni.

Una de las expertas del  IPCE toma muestras antes de la restauración.
Una de las expertas del IPCE toma muestras antes de la restauración.Instituto del Patrimonio Cultural de España (IPCE)

El prestigioso escultor firmó el contrato con el Cabildo y pocos meses después falleció. Se supone que los dos profetas de los tondos y tres de las sibilas son de su mano. El resto de la unidad narrativa (las cuatro historias en altorrelieve del primer cuerpo y las seis esculturas de la parte superior) son obra de su ayudante Esteban Jordán. Tampoco es de Juni la talla del Crucificado que corona la entrada del trascoro: fue ejecutada por Bautista Vázquez, tras ser seleccionado por el Cabildo, en un concurso que le ganó a la propuesta de Juan de Juni, que hoy se expone en el museo catedralicio-diocesano. En la zona alta también hay pérdidas relacionadas con las continuas transformaciones del mueble, que en 1742 fue trasladado a la nave central, donde permanece en la actualidad.

Operación estrella

Javier Rivera, subdirector general del IPCE, asegura que se trata de una de las operaciones más importantes del año. “Es un trascoro único en el mundo, porque todos los grandes escultores platerescos trabajaron en él. Es un prodigio de innovación espacial e iconográfico. Va a ser un descubrimiento renacentista”, indica Rivera, que avisa de las escenas procaces que saldrán a la luz. Los recubrimientos polícromos son los que más han sufrido, con multitud de pérdidas de pintura que volverán a la vida gracias a las fotografías -una vez más- tomadas por Jean Laurent, realizadas en 1882 o 1883, en las que se aprecia la degradación sufrida durante más de un siglo. “El polvo distorsiona de manera significativa los umbrales cromáticos y de contraste entre las gamas de color y la piedra vista. Al polvo también se une la presencia de estructuras orgánicas como telarañas”, indica Olga Cantos, conservadora y restauradora del IPCE, responsable del estudio.

Por si no fuera suficiente, el trascoro también ha padecido las intervenciones recientes con retoques de pintura en los rostros (ojos y labios) de ciertas figuras. El informe señala que este “maquillaje” grotesco de las figuras renacentistas de alabastro están relacionadas con la celebración de la exposición de las Edades del Hombre, que albergó la catedral de león en 1990. Por último, aparecen grietas en las fisuras de madera y morteros chapuceros posteriores, en las juntas de los relieves de alabastro que cubren la labra original.

La intervención ha sufrido un parón de tres meses, debido a la crisis sanitaria del coronavirus. En breve se iniciará la fase previa a la restauración, en la que durante cuatro meses se realizará un exhaustivo mapa de daños, donde quedarán catalogados, palmo a palmo, los problemas que deben ser corregidos. Para ello se levantará un andamio que cubrirá el conjunto escultórico de 11 metros de altura, recubierto por una lona de color claro, ocultando el trabajo interior, mientras los especialistas toman muestras de la composición de las rocas y los morteros, de los estratos de color, los recubrimientos, la madera, los productos que lo degradan y valoran el tratamiento de limpieza con láser. Cristina Villar adelanta que la obra de restauración va a suponer “muchos meses de trabajo por la alteración y la dificultad de actuación” de la pieza por el anverso y el reverso (con la sillería del coro). Junto a los cuatro conservadores-restauradores colaborarán en la recuperación del trascoro arquitectos, historiadores, fotógrafos o ebanistas.

Una joya elegante y delicada

En palabras de Máximo González, director del Museo Catedralicio y Arte Sacro de la catedral de León, el trascoro es “un exponente lúcido y claro del pensamiento humanista y su aplicación al quehacer artístico de la primera mitad del siglo XVI en León”. A ojos del historiador del arte Manuel Gómez Moreno, creador del “Catálogo monumental” de la provincia de León, a principios del siglo XX, “todo es fácil, elegante, delicado; obra de varias manos, alguna de ellas extranjera tal vez, y recordando al Renacimiento Borgoñón”. En efecto, participaron artistas galos (Juan de Angés y Guillermo Doncel), que colaboraron con Juan de Badajoz el Mozo, autor del proyecto del trascoro. El conjunto ideológico encaja con las doctrinas neoplatónicas en boga, con el Antiguo Testamento en el friso superior y la genealogía de Cristo (el Árbol de Jesé), en el centro, acompañado por escenas de la natividad de la Virgen, la Anunciación, la Adoración de los pastores y la Epifanía. Las figuras que rematan son san Isidoro, san Marcelo, san Pedro y san Pablo, realizadas en madera de pino que emulan el aspecto y la decoración de un material más noble como el alabastro.

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