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Sociedad

¿Es lo mismo innovación que progreso, o nos están vendiendo la moto?

¿Es la innovación siempre progreso, como muchas veces se nos adoctrina, o las cosas son más complejas? Hablamos con filósofos que nos tratan de iluminar el camino

Sergio C. Fanjul
Protestas en Madrid contra la implantación de Uber y Cabify.
Protestas en Madrid contra la implantación de Uber y Cabify. Getty Images

Cuando el último conflicto entre el sector del taxi y las plataformas de vehículos de licencia VTC (como Uber o Cabify), a principios de 2019, era común ver en las tertulias televisivas a los representantes de estas últimas argumentando que la llegada de estas plataformas era impepinable e incuestionable, porque era una innovación tecnológica a la que los taxistas tenían que doblegarse. Daban por hecho que toda innovación es progreso, y que debía ser aceptada acríticamente como tal.

Sin embargo, en este conflicto generado por la tecnología había varias partes con intereses cruzados: los miles de taxistas, el puñado de adinerados propietarios de licencias VTC, las plataformas, los (presuntamente explotados) conductores de estas plataformas, los usuarios… ¿Quién ganaba y quién perdía? ¿Es la innovación siempre progreso, como muchas veces se nos adoctrina, o las cosas son más complejas?

“Está claro que la innovación no es lo mismo que el progreso, aunque muchas veces se nos intente vender como tal”, explica Javier Echeverría, catedrático de Filosofía y Lógica de la Universidad del País Vasco (UPV). Si bien podría hablarse de un progreso en el conocimiento científico y tecnológico, que es de naturaleza acumulativa y siempre avanza con las investigaciones y desarrollos de las diferentes generaciones (ya sea de manera lineal o mediante las revoluciones científicas que describió Thomas Kuhn), el progreso que entendemos como progreso social no va necesariamente unido al progreso tecnológico.

“Existe la idea de que la tecnología se desarrolla a través de la Historia igual que el Espíritu lo hace en la filosofía de Hegel, y que lo hace mejorando a la Humanidad”, dice Echeverría, “es una idea demasiado optimista y falta de realismo, una gran mentira que suele usarse como forma de propaganda. Mucha gente se la acaba creyendo”. Es habitual que ocurra justamente lo contrario: que la tecnología suponga más bien un retroceso, un crecimiento de la desigualdad, una merma de la justicia, una mayor concentración de la riqueza, un deterioro del clima social o del medio ambiente, etc. Como probablemente piensan muchos implicados en el conflicto del Taxi/VTC.

¿De qué hablamos cuando hablamos de progreso?

La idea de progreso y, sobre todo, de progreso ligado al uso de la razón, surge en la Ilustración. “Está relacionada con la idea de tiempo lineal que impuso el cristianismo frente a otras ideas circulares del tiempo propias de otras tradiciones”, dice Antonio Diéguez, catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Málaga. En el tiempo lineal cristiano la Historia progresa desde la Creación hasta el Apocalipsis, aunque no es el tipo de progreso del que ahora hablamos. “Es en la Ilustración cuando se aprovecha la historia lineal para añadir otro componente: la idea de que el aumento del conocimiento llevará aparejado un aumento en la felicidad y el bienestar”, dice el filósofo. La Ilustración identifica el progreso con el bienestar social (de ahí las ideas que ahora calificamos como progresistas), pero también liga el avance en el conocimiento con el avance en todo lo demás, cosa que, como vemos, no está tan clara. “El término progreso es un término valorativo, al contrario que cambio”, señala Diéguez, “si hay cambio significa que algo cambia, pero si hay progreso se entiende que ese cambio es bueno”.

Un ejemplo diáfano es el conflicto del taxi/VTC, pero no solo. Por ejemplo, los smartphones y las redes sociales no solo nos traen beneficios: su uso, diseñadaspara enganchar, nos hace adictos, nos espía, fomenta la polarización social y posibilita el brote de fake news y la manipulación social. La robotización puede empeorar las condiciones laborales y destruir buena parte de los puestos de trabajos sin crear a su vez otros puestos que sustituyan a los anteriores, como ha pasado otras veces en la historia y prometen los defensores del robot. Sin embargo, se nos presenta la innovación como algo luminoso y necesario, sin tacha, y a los innovadores como una categoría mitológica y heroica de talla similar a la del emprendedor.

Innovación es un término que cada día es menos significativo y que necesita un tratamiento conceptual serio”, opina Fernando Broncano, catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia de la Universidad Carlos III de Madrid. “Siempre pensamos la innovación como un avance más en las tecnologías de vanguardia, pero tanto el giro hacia lo verde como la cooperación internacional en tecnología está mostrando que con tecnologías antiguas todavía hay muchísima innovación por hacer”.

Dentro de la propia tecnología, tampoco la innovación lleva necesariamente a buen puerto. “Depende mucho de la trayectoria tecnológica en la que se produzca”, dice Broncano, “puede ocurrir, y ocurre muchas veces, que la alternativa esté mal planteada y toda innovación reproduzca en error”. Ejemplifica: Microsoft comenzó con el sistema operativo DOS que no era del todo satisfactorio. Todos los demás sistemas operativos fueron sofisticaciones de aquél, manteniendo sus inconveniencias. “Si hubiéramos partido de Unix”, lamenta Broncano, “tendríamos ahora todos una versión de Linux o algo similar”.

Un ejemplo en el extremo del dilema entre desarrollo tecnológico y bienestar social, es el del transhumanismo, que propone una “mejora” de la especie humana a través de la tecnología, de modo que más que humanos pasaríamos a ser posthumanos. En Homo Deus (Debate), el pensador best seller Yuval Noah Harari describe la sociedad futura como una sociedad de castas, donde la democracia no existe y una élite de superhumanos, con habilidades superiores, domina el planeta a su antojo, un planeta donde la mayoría de los humanos son innecesarios o irrelevantes. Más allá de la especulación que pueda haber en el pronóstico de Harari, para ello hace falta mucha innovación, pero ¿es esto el progreso que esperamos?

“Todo esto no quiere decir que haya que rechazar la tecnología”, apunta Diéguez, “porque en la tecnología está también la posibilidad de salvación ante los retos que enfrentamos”. Se trataría, entonces, de buscar un desarrollo tecnológico, una innovación, que vaya por ese camino: ponerla al servicio de nuestros objetivos como especie y no al servicio del beneficio de unos pocos.

Determinismo tecnológico

Este debate está muy conectado con otro fundamental de la filosofía de la tecnología: el determinismo tecnológico: la idea de que si alguna innovación puede llevarse a cabo, alguien la llevará a cabo en algún momento y en algún lugar (más allá de límites legales o éticos), de modo que la tecnología avanza con un ímpetu propio, casi por su cuenta, fuera del control del ser humano. Así hasta que el ser humano avanza a rebufo de la tecnología y condicionada por ella, como muchas veces sentimos en la actualidad.

Pero esto no tiene por qué ser así. “Podemos promover el desarrollo desentendiéndonos de las tecnologías que producimos o, en cambio, podemos responsabilizarnos de su control”, dice Miguel Ángel Quintanilla, catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Salamanca y promotor del término tecnologías entrañables para describir a un tipo de tecnologías que sumen y no resten a la Humanidad, que vayan a favor de un verdadero progreso: que sean sostenibles, comprensibles, igualitarias, socialmente responsables, etc (véase el libro Tecnologías entrañables, publicado por Catarata). El ser humano puede tomar las bridas de la innovación desbocada.

Los propios afectados o involucrados (stakeholders), según Echeverría, tendrían que participar en la evaluación de las tecnologías. “Eso sería lo correcto en una verdadera democracia participativa: las decisiones políticas se tomarían de manera racional, después de un debate con sus argumentos y sus objeciones, y no para beneficiar a las grandes empresas multinacionales, que es lo que se hace ahora”, concluye el catedrático.

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Sobre la firma

Sergio C. Fanjul
Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados y premios como el Paco Rabal de Periodismo Cultural o el Pablo García Baena de Poesía. Es profesor de escritura, guionista de TV, radiofonista en Poesía o Barbarie y performer poético. Desde 2009 firma columnas y artículos en El País.

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