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En la nube
Columna
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Contra la cultura del zasca

La obsesión por zanjar una discusión con una frase cortante, que humille al otro y obtenga el aplauso de las masas en las redes, es un mal simulacro del auténtico debate.

Ricardo de Querol
Pierre-Paul Pariseau

Nunca olvido una cara, pero en su caso, estaré encantado de hacer una excepción”. Lo decía Groucho Marx en Sopa de ganso, y hoy podría ser catalogado entre los mejores zascas. Pero, lamentablemente, no todos tienen el ingenio del genial cómico, tampoco el de Góngora y Quevedo cuando se cruzaban (con saña) poemas insultantes. El zasca —respuesta cortante, chasco o escarmiento, según el Diccionario— se ha convertido en el botín más suculento para nuestro ego en las redes sociales. Para eso los 280 caracteres de un tuit son demasiados: cuanto más seca y concisa sea una pulla, más demoledora resulta y más likes se llevará.

Algún zasca tuitero puede ser ingenioso, aunque no es lo común. En todo caso su fin es bastardo: ganar el combate por KO, lograr la humillación del otro, que su autor se lleve muchos aplausos y el derrotado salga con el rabo entre las piernas, vapuleado además por los seguidores del primero. Para cazar a la presa hace falta agarrarse a un desliz, a una frase fuera de su contexto, a una incorrección o incoherencia. Nada que ver con la auténtica conversación, que exige hacer un esfuerzo honesto por entender los argumentos del otro, sin que eso signifique renunciar a los propios.

Es sabido que Twitter es territorio salvaje: ahí cabe el diálogo constructivo y la reflexión inteligente, claro, pero abundan la ira, las mentiras y las campañas de linchamiento. En realidad, lo que más puede perjudicar al tuitero no son los trolls, ni los bots, siendo ambos una plaga insoportable, sino el aplauso de los suyos. Porque uno se viene arriba sin darse cuenta de que se jalean más los mensajes cuanto más simples, agresivos y sectarios. Confundimos tener razón con tener mucho eco en nuestra burbuja de seguidores, es decir, entre los que ya tendían a opinar lo mismo.

Un efecto secundario del zasca es servir de alimento a la prensa populista, esa que se dedica a alentar la polarización política que nos corroe dando resonancia a las trifulcas tuiteras. Narradas con un lenguaje propio del boxeo o la lucha libre: “El épico zasca de… contra…”; “el zasca que dejó KO a…”; “las redes se chotean de…”; “lluvia de zascas a…”; “el zasca que dio en toda la boca a…”. Ejemplos reales que cuesta muy poco encontrar.

Esta sociedad donde se da tanta importancia a mensajes cortos y demagógicos, donde se renuncia al gris, al matiz y a la complejidad, recuerda a una escena de otra película, Primera Plana, esa sátira del sensacionalismo del gran Billy Wilder. El director de un diario abronca a uno de sus periodistas: “¿Lo dice en el segundo párrafo? ¿Quién demonios se lee el segundo párrafo?”. El debate público no cabe en un párrafo. Mucho menos en un zasca.

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Sobre la firma

Ricardo de Querol
Es subdirector de EL PAÍS. Ha sido director de 'Cinco Días' y de 'Tribuna de Salamanca'. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y la mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).

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