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Alex Pentland: “Todavía no hemos perdido la batalla por el control de nuestros datos”

El profesor y científico del MIT anima a los ciudadanos a jugar el papel de jueces de las grandes corporaciones y organismos públicos aprovechando el poder de sus datos

Alex 'Sandy' Pentland, científico de datos del MIT.
Alex 'Sandy' Pentland, científico de datos del MIT.MIT

Mira que nos lo advirtieron: cuando no pagas por algo, es que tú eres el producto. Aun así, pocos se han resistido a aceptar los términos y condiciones de gigantes como Facebook, Amazon o Google. Y cada vez estamos más dispuestos a pagar por ciertos servicios a empresas que se siguen beneficiando del tratamiento de nuestra información personal. Hemos cedido un terreno que no volveremos a recuperar. ¿O tal vez sí?

Pentland durante la presentación del libro de OpenMind.
Pentland durante la presentación del libro de OpenMind.MIT

“Todavía no hemos perdido la batalla por el control de nuestros datos: quedan muchos asaltos por librar”. Alex Sandy Pentland no aparta la vista de su interlocutor cuando pronuncia esta frase. Su mirada, serena y profunda, confirma que conserva un rayo de esperanza que no responde solo a una débil corazonada.

Elegido uno de los siete científicos de datos más importantes del mundo por la revista Forbes, Pentland (Ann Arbor, Michigan, 1951) ayudó a crear el MIT Media Lab y actualmente dirige los laboratorios de Connection Science y Human Dynamics en la institución. Tuvo un papel relevante en la discusión del Foro Económico Mundial de Davos que llevó a la creación del Reglamento General de Protección de Datos europeo (GDPR, por sus siglas en inglés) y fue clave en la instauración de los mecanismos de transparencia y rendición de cuentas en los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU. Nos recibe en las instalaciones del MIT en Boston poco antes de subir al escenario para participar en la presentación del último libro de OpenMind, el portal divulgativo de BBVA.

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Para Pentland, uno de los principales problemas a los que nos enfrentamos en la era del dato es la falta de transparencia. “Realmente no sabemos lo que pasa en el Gobierno y en la sociedad, solo nos enteramos cuando las cosas son grandes y salta algún escándalo”, sentencia. Con todo, se muestra optimista respecto al futuro y augura que, con vocación política y mediante la instrumentalización de la sociedad, podremos ver qué pasa en nuestras ciudades y en nuestros países de forma transparente y en tiempo real.

Si volvemos al presente, queda camino por recorrer. En muchas ocasiones, los ciudadanos cedemos nuestros datos de forma gratuita y las empresas se convierten en las principales beneficiadas del tratamiento de nuestra información. Pentland recuerda que hace un siglo vivimos una situación similar en la que las compañías explotaban a los ciudadanos en otro sentido. “No tenía que ver con nuestros datos, sino con el trabajo. Las grandes corporaciones fijaban los precios y aprovechaban su poder en su propio beneficio”, señala. “Entonces, los ciudadanos se unieron para formar sindicatos y cooperativas y consiguieron hacer retroceder a las empresas y convencer a los Gobiernos para que les ayudaran”.

Todavía no hemos perdido la batalla por el control de nuestros datos

Siguiendo el paralelismo, el científico advierte que los usuarios podrían tomar un camino parecido. “Los ciudadanos deberíamos crear cooperativas de datos para estar protegidos de empresas y Gobiernos”, resume. Organizaciones que no estén gestionadas por empresas privadas que recojan y analicen los datos de los ciudadanos de forma anónima para luchar por sus intereses. De esta manera, estaríamos prevenidos ante muchos abusos corporativos y dispondríamos de un mayor poder de negociación.

Para ilustrarlo, Pentland recurre al ejemplo de la sanidad privada en EE UU. “Hoy, es difícil para un individuo saber a ciencia cierta si un hospital es mejor que otro, si sus tratamientos son adecuados o si su precio es razonable porque no tiene acceso a ningún agregador de datos. No sabe cuánto paga el resto ni qué tal funcionó un tratamiento para su vecino”, critica. “Con un sindicato de datos, podríamos tener toda esta información. Podríamos saber si nuestro hospital no está haciendo algo bien y presionar para que cambien sus políticas”.

El estadounidense admite que los usuarios no son los únicos actores con la responsabilidad de ayudar a mejorar la situación. “Los organismos públicos deben encontrar la manera de tomar los datos que recogen empresas de telecomunicaciones y bancos y mezclarlos con sus datos para disponer de una herramienta que proteja a los ciudadanos y muestre realmente lo que está pasando en sus países”, propone.

Existe un matiz imprescindible en esta ecuación: las personas deberían poder saber lo que está sucediendo en su barrio, pero accederían a esta información sin tener constancia de a quién pertenece cada dato. La privacidad es una de las claves para que esta transformación no acarree consecuencias desastrosas.

No todos los Gobiernos tienen las mismas facilidades para llevar a cabo estas acciones. Su capacidad depende de la confianza que depositan los ciudadanos en sus instituciones. “En EE UU, nadie confía en el Gobierno. Queremos asegurarnos de que nada de lo que haga pueda caer en manos equivocadas. Las empresas nos dan más seguridad”, opina. “Los europeos no se fían tanto de las empresas. El caso de China es más extremo: allí preocupa mucho la privacidad desde el punto de vista empresarial, pero no genera tanta inquietud cuando hablamos del Gobierno”.

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