_
_
_
_
_

Memorias de una antropóloga que viaja en el tiempo

Amber Case aboga por reconquistar el silencio, la atención y el tiempo que nos está robando la tecnología... antes de que sea demasiado tarde

Amber Case trabaja en el Instituto para el Futuro. Antes estuvo en el Centro Berkman Klein para el Internet y la Sociedad (Harvard) y en el MIT Medialab.
Amber Case trabaja en el Instituto para el Futuro. Antes estuvo en el Centro Berkman Klein para el Internet y la Sociedad (Harvard) y en el MIT Medialab.Elisa Sánchez

La primera parada de la máquina del tiempo de Amber Case (Portland, 1987) data de principios de los 90. Habita en ella la niña de cuatro años que era cuando decidió comenzar un diario. Sus recuerdos serían los muros de un bastión que la pubertad no podría contaminar con sus extravagancias. “En algún momento seré adolescente. El cerebro adolescente se enrarece por las hormonas”, pensaba. “Ahora soy una niña. Tengo superpoderes. Tengo un cerebro que no se ha asentado. Puedo hacer cualquier cosa, aprender cualquier cosa. Tengo mucho tiempo libre y no tengo que pagar alquiler. Esto es genial”.

La antropóloga estadounidense es hija única. “No había niños en mi barrio y mis padres se habían mudado, así que no teníamos muchos amigos. Pasé la mayor parte de mi infancia completamente sola. Y cuando empecé el colegio, no me llevaba bien con nadie, a excepción de mis profesores”, recuerda. Exprimió cada instante de esa soledad que ahora llenamos de Whatsapp, Netflix y Candy Crush utilizando una grabadora. “Grababa de todo: la radio, los libros que me leía a mí misma... Porque estaba sola”, repite entre risueña y abochornada.

La antropóloga lleva más de una década investigando los efectos de la tecnología en nuestras vidas.
La antropóloga lleva más de una década investigando los efectos de la tecnología en nuestras vidas.Elisa Sánchez

Amber Case acumula casi treinta años de notas de texto, audio y vídeo que le recuerdan a sí misma. La última, del día antes de este encuentro, la registró en su móvil: “Estoy caminando por Madrid. Tengo piedras en los zapatos y estoy muy nerviosa”, recita. Es la primera vez que saca el teléfono en toda la mañana de su intervención en ciclo de conferencias TalksOn organizado por la Fundación Naturgy. Aunque el particular Delorean de Amber Case solo funciona para viajar al pasado, las ideas que comparte en sus charlas parecen sacadas del otro extremo del calendario. La antropóloga habla de los peligros de la tecnología con la seguridad de quien acaba de asomarse a un futuro de dentro de veinte años y ha visto confirmados sus peores temores. Por lo pronto, es tiempo para que Case nos cuente sobre tecnologías calmadas y diseño del sonido. “El resto de asuntos más místicos me los guardo para trabajo interno”.

La antropóloga, que ha pasado por el Harvard y el MIT, se incorporó hace unos meses al equipo de investigadores del Instituto para el Futuro, una suerte de Oráculo de Delfos a la estadounidense. “Trabajo con clientes en hacer predicciones. Tratamos de explicarles cómo está cambiando el paisaje y cómo encajan sus productos en él”, explica. Y poco más puede contar, porque el resto es confidencial.

Tenemos tantos dispositivos demandando nuestra atención, que ya nada nos parece importante

¿Viene del futuro? ¿Es vidente? ¿Nos está engañando a todos? “Soy más bien una historiadora. Trato de traer de vuelta lo que hemos olvidado”, afirma. El recuerdo que Case quiere devolvernos es, en muchos sentidos, nuestra propia identidad: “Tenemos tantas cosas, tantos dispositivos demandando nuestra atención, que ya nada nos parece importante”. Para recuperar el control que hemos cedido a las máquinas, propone pensar en futuros intermedios donde lo nuevo no sea equiparable a lo bueno. Estos escenarios a medio camino del porvenir nos brindan la oportunidad de mejorar el presente y calmar esas tecnologías exigentes y gritonas que se empeñan en recibir más de lo que nos dan.

Amber Case es digna hija de ingenieros de sonido: “Puedo detectar el audio de baja resolución; si un altavoz es malo, lo sé cuando lo escucho; estoy oyendo todo el eco de esta habitación, que no es demasiado horrible, porque tiene diferentes formas; y normalmente hablo a 87 decibelios”, asegura.

Gracias a este superpoder, conduce con tapones, escucha los espacios que separan el audio en las grabaciones en MP3, lleva auriculares reductores de ruido cuando viaja en avión, tiene una lavadora que canta al terminar la colada y está convencida de que podemos hacer una gestión mejor del paisaje sonoro que nos rodea. “Estamos acostumbrados a bloquear el sonido que escuchamos, pero aun así lo estamos procesando. Por eso estamos tan cansados después de conducir o al salir de un avión. Porque nuestros cerebros están procesando ese ruido estruendoso”.

Es ridículo pensar que la tecnología va a ser más inteligente que nosotros

De estas certezas procede su último libro. En Designing with sound (Diseñando con sonido) continúa la senda que empezó con Calm technology —Tecnología calmada— en su cruzada para recuperar lo que nosotros mismos nos hemos arrebatado, obcecados en el progreso tecnológico. No solo es cuestión de acallar el barullo al que contribuyen máquinas de todos los tamaños. También hay que encontrar una manera mejor de comunicarnos con nuestro entorno y, para Case, los asistentes virtuales no son la respuesta. “Pensamos que es cuestión de mejorar la tecnología, pero no. No esperamos que un perro sea humano, porque es un compañero; ni que un coche lo sea, porque es una herramienta. ¿Por qué esperamos que la tecnología sea humana?”, pregunta exasperada. “Es absolutamente ridículo pensar que la tecnología va a ser más inteligente que nosotros”.

No solo no es más lista, sino que puede resultar mucho más imbécil. “Si nuestra tecnología la hace la gente que está en Silicon Valley, que es principalmente blanca, americana y engreída, el resto del mundo se volverá blanco, americano y engreído”, advierte la antropóloga. Las consecuencias de esto ya están a la vista. “El mundo está siendo construido por ingenieros y se espera que todos seamos ingenieros. Tendríamos que tener la posibilidad de elegir no usar la tecnología si no queremos. Estamos obligando a la gente a aprender cosas que no necesita. Sé que es normal que todo el mundo sepa usar un smartphone, pero no es necesario. Mi madre solo necesita Whatsapp”. El simple esfuerzo por mantenerse al día es ya inabarcable. “Cada dos meses hay un sistema nuevo. Y todo el tiempo es así. Al final siente que vale menos que el resto”.

No tenemos que crear momentos perfectos, googlear el restaurante ideal o llegar siempre a tiempo

En este punto, lo que hemos perdido exige un viaje que va más allá de la máquina del tiempo de Case, hasta la cuna de las civilizaciones. “Todas las culturas hasta ahora han valorado a la gente mayor. Son quienes cuentan historias, quienes enseñan, quienes crían a los niños, la gente que tiene tiempo para amar, para escribir cartas, la gente que recuerdas”, insiste. Y, sin embargo, estamos construyendo un mundo que no tiene tiempo para ellos. “En Estados Unidos, a menos que seas rico, te metemos en una residencia en los suburbios”. La antropóloga aboga por un mundo donde los humanos tengan espacio para respetarse y comportarse como tales. “Las personas actúan como máquinas. No tenemos que estar felices siempre, no tenemos que crear momentos perfectos, googlear el restaurante ideal o llegar siempre a tiempo”, asegura.

El primer paso para reconquistar nuestra humanidad es asegurarnos de que no miramos el móvil en cada instante de aburrimiento. “Deberíamos sentarnos con nosotros mismos y descubrir, quizás, que no nos gustamos. Tal vez ni siquiera nos conocemos, porque hemos estado centrados en producir contenido para otras personas y no para nosotros”, razona Case. Desde su punto de vista, un simple diario sería de gran ayuda para recuperar el equilibrio. “Muchos artistas han llevado diarios y estos se han convertido en un pozo de conocimiento para la gente del futuro. Los míos no están muy bien escritos. Son basura, pero me permiten recordar que haga lo que haga la tecnología, si me pierdo, siempre puedo volver atrás y ver quién soy”.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_