EL PAÍS
Un proyecto de Nissan

El camino es tan importante como el destino

La filosofía ‘geidō’ reivindica el valor de respetar el proceso creativo y disfrutarlo. Descubre cómo la sabiduría japonesa ayuda a vivir mejor y dónde encontrarla en España

Geidō significa “el camino del arte”. Es un concepto japonés que sostiene que el artista debe dar tanta importancia a su modo de crear como al producto que obtiene. Toda expresión artística requiere de un ceremonial que el creador ha de seguir con rigurosidad para alcanzar su destino: la obra. Un camino en el que debe apreciar cada paso; incluso, prestar atención a su ánimo y su disposición porque influirán en el resultado.

Esta forma de pensar está presente en múltiples aspectos de la vida japonesa. El judoca no encuentra valor en una pelea rápida, sino en la ejecución de las llaves que ha aprendido. También aplican el geidō en la vida cotidiana. Los japoneses no creen en los atajos y consideran que la buena actitud, el compromiso y el disfrute de lo que hacen les permiten obtener mejores resultados.

El camino creativo del escultor que conecta Japón con España

Tadanori Yamaguchi, artista plástico

“Mi obra es el resultado de la energía que siento cuando estoy esculpiendo”

Tadanori Yamaguchi (Osaka, 1970) llegó a Oviedo hace 27 años para profundizar en sus estudios de arte. Y no volvió a Japón. Se enamoró de una asturiana con la que se instaló en Pravia, la primitiva capital del reino, un paisaje que le recuerda a los de su infancia. En ese entorno natural entre robles y castaños, Yamaguchi se carga de la energía que luego transmite a sus esculturas. Un proceso creativo que roza lo ceremonial.

Tadanori Yamaguchi frente a una de sus obras en su taller de Pravia (Asturias).

El proceso de creación que empieza por las manos. Sucede en el instante en que acaricia con sus palmas la superficie áspera del bloque de mármol o granito que va a transformar. Si salta la chispa, está listo para trabajar. Después, el cincel, la radial o el martillo, como extensiones de sus brazos, siguen el dictado de su mente sobre la roca. “Es como un diálogo”, describe el autor. A veces, es ella la que le dice por dónde ir y cuánto debe escarbar.

El contacto con la piedra es esencial para Yamaguchi.

El resultado de su trabajo importa, pero menos que el proceso, que él llama hatsuru, un verbo que expresa, en el argot del oficio de la cantería, la resistencia que ejerce la piedra a la fuerza del cantero. “Porque la obra es el resultado de la energía que siento cuando la estoy tallando. Ese es mi propio geidō”, describe el artista, que conoció el trabajo de cantero en sus inicios, como ayudante del escultor Hiroyuki Nakayama. Fue ahí cuando quedó fascinado por el tallado, poco después de licenciarse en Arte Creativo, por la rama pintura, en la Universidad de Kioto.

En Asturias, Yamaguchi quedó fascinado por entornos naturales como el de los Lagos de Covadonga.

Consagrado a la escultura, Yamaguchi se trasladó a Oviedo en 1997 con una beca del Ministerio de Asuntos Exteriores de España para trabajar como profesor investigador en la Escuela de Arte de Oviedo. “Llegué sin saber una palabra de español y con un inglés muy malo. Todo el tiempo cargaba en mi mochila un diccionario y me comunicaba señalando la palabra con el dedo”, recuerda.

Sin esperarlo, Asturias se convirtió en su nuevo hogar. “No entraba en mis planes quedarme”, puntualiza. Se enamoró de una asturiana y juntos se instalaron en Pravia, un paraje que devolvía a Yamaguchi a los paisajes de Japón donde su padre le llevaba de pequeño. “Subíamos al monte Koya, en la prefectura de Wakayama, al sur de Osaka, visitábamos un bosque profundo y tranquilo donde se asienta un templo budista. Olíamos el mar, mirábamos el atardecer y yo cazaba insectos”.

En Asturias, Yamaguchi quedó fascinado por entornos naturales como el de los Lagos de Covadonga.
Alas de la libélula que sirvieron de inspiración para su obra.

Esa atenta observación de la naturaleza es el alimento de su obra. Lo más insignificante de la vida puede convertirse sobre la roca en testimonio de la existencia. “Una vez una libélula entró en mi estudio y murió. Al día siguiente solo quedaban las alas, las hormigas se habían comido el resto, me pareció muy bello y decidí inmortalizarlas en la piedra”, detalla. Esa masa maciza, que pesa un centenar de kilos, también es un lienzo para lo intangible. “Las líneas de mi corazón en un electrocardiograma son también formas que transmito a la piedra”.

Yamaguchi en su última instalación artística, titulada La huella del tiempo, en la antigua cantera de Mañaria, en Bizkaia.

Cuando va a Japón visita a su madre en Osaka. Y, si puede, acude a darse un baño termal en un onsen, balnearios tradicionales japoneses de origen volcánico. “Echo de menos sumergirme y relajarme”. Cuando vuelve a Pravia, está deseando pasar tiempo con sus dos hijos y encerrarse con sus obras. Su trabajo le ha llevado por galerías de prestigio, como Marlborough y Puxagallery (donde ahora expone), en Madrid, y a intervenir grandes espacios al aire libre. El último, en una antigua mina de Mañaria, en Bizkaia, donde acaba de instalar cuatro piezas poliédricas de aluminio, de aspecto liviano, que dialogan con las densas rocas del entorno.

Yamaguchi en su última instalación artística, titulada La huella del tiempo, en la antigua cantera de Mañaria, en Bizkaia.

Yamaguchi sabe cuándo empieza, pero no cuando termina, cuando está creando en el taller. “Descanso cuando estoy cansado”, recalca. Cada pieza le lleva entre seis y nueve meses. Trabajando se siente con los pies en la tierra, presente “como un corredor en una maratón, mi cuerpo y mi mente están enfocados”. Cincela, talla, devasta la piedra en un proceso meticuloso, casi telúrico. Y siempre en soledad. “Igual que miras la naturaleza, te observas a ti mismo si te aíslas”. Pero no está del todo solo, le acompaña la materia. Es un diálogo en el que a veces lidera ella y otras él. “Me toca luchar”, reconoce. Ese es el camino del arte.

Las rocas de Yamaguchi

Mármol de Macael

  • Es un blanco de vetas grises, que revelan fósiles de otros tiempos. La favorita de Yamaguchi.
  • Proviene de la sierra de Macael, en Almería. La cantera acaba de ser reconocida como Bien de Interés Cultural (BIC).
  • Se usó en durante el Imperio Romano en la Antigüedad y Al-Ándalus en la Edad Media. Está presente en la Alhambra de Granada.

Mármol de Calatorao

  • Tiene mucha textura. A medida que se talla surgen vetas de otros colores.
  • Proviene de la Dehesa Boyal del Romeral, en el municipio de Calatorao (Aragón).
  • Se empezó a utilizar durante el Imperio Romano, pero tuvo su auge a partir del siglo XVI en la arquitectura e imaginería religiosa.

Granito negro

  • Es uno de los granitos más oscuros, aunque cuenta con minúsculos destellos del cuarzo.
  • Proviene de Zimbabue, al sur y en el interior de África.
  • Muy apreciado en escultura hoy, pero también en las fachadas, los suelos y en el arte funerario.
El ‘geidō' en la automoción

El cuidado del detalle potencia la experiencia de la conducción eléctrica

La filosofía ‘geidō’ puede contribuir a que una empresa de movilidad como Nissan siga el camino hacia la innovación sin perder de vista su tradición cultural

Para los diseñadores de Nissan, con Giovanny Arroba (en la imagen) a la cabeza, la creación de un modelo empieza por una inmersión en la cultura japonesa. “La inspiración en Japón está en todas partes. La oportunidad de viajar y vivir allí durante los últimos cinco años me ha permitido absorber la experiencia nipona y la forma en que se traduce en los diseños”, resume el director sénior de diseño.

Ese ADN japonés constituye el alma del Nissan LEAF, el primer vehículo 100% eléctrico de la compañía, y del Nissan ARIYA, el primer crossover 100% eléctrico de Nissan. Ambos proceden de la intersección entre la innovación y la tradición. “Nuestros productos son futuristas, pero también hacen honor a la historia”, destaca. Esa fusión se traduce en lo que han denominado “futurismo atemporal japonés”. El equilibrio entre la estética y la funcionalidad y la armonía entre la tradición y la modernidad tecnológica, presente y por venir, en un mismo vehículo.

La arquitectura tradicional es un pilar del diseño de la nueva movilidad eléctrica que representa el Nissan ARIYA. “La casa japonesa es minimalista, una abstracción de la naturaleza. Es el momento de recuperarla en las formas y el interior del coche”, describe.

Ejemplo de patrón 'kumiko' que inspira los diseños del Nissan ARIYA

La artesanía tradicional define su apariencia. Los complejos patrones geométricos kumiko (en la imagen) se imprimen en faros y rejillas, mientras que el brillo cálido de las delicadas y flexibles lámparas andon se recupera para la iluminación interior. Los diseñadores incorporan esa herencia japonesa en los detalles más sutiles. Por ejemplo, a través del relieve de la flor del cerezo, conocida en japonés como sakura, una de las más emblemáticas del país asiático, que simboliza el nuevo comienzo, en la bandeja de la consola central y en el soporte del teléfono móvil.

La observación de la naturaleza y su imitación está en la esencia de la cultura japonesa y, por tanto, también en el proceso de creación de Nissan. “En mi mente, el exterior de un coche es como un animal”, visualiza Arroba. “Guarda parecido con el caballo: tiene ojos y cara, extremidades, omóplatos y músculos. Toma su personalidad, su alma y su espíritu”.