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Niños luchando o Cobertizo y Faltriquera: lo que hay detrás de los nombres más sorprendentes del callejero de Granada

Un libro repasa leyendas, historias y emociones de las calles de la ciudad andaluza

Javier Arroyo
La calle Cobertizo y Faltriquera de Granada.
La calle Cobertizo y Faltriquera de Granada. Fermín Rodríguez

Es difícil olvidar el nombre de la calle en la que vivíamos en la infancia, el de la primera vivienda tras dejar atrás la casa familiar o la de aquella esquina curiosa que tanto despertaba nuestra atención. El valor evocador y sentimental de las calles en las vivencias personales de cada uno es innegable. En ciudades como Granada, además, a esas historias personales se suma el efecto misterioso de un callejero repleto de nombres enigmáticos, evocadores y, con frecuencia, difícil de saber a qué se refieren. El centro de la ciudad acoge calles con nombres enigmáticos como Niños luchando, Cobertizo y Faltriquera. Callejón del Aljibe de la Vieja o calle Tablas son quizá menos evocadores pero esconden también historias, quizá leyendas, llamativas. El libro Callejero emocional de Granada aclara esas historias y leyendas detrás de cada una de las 2.109 calles, avenidas, plazas —y solarillos, almonas o lavaderos— de la ciudad.

Francisco González Arroyo es, junto a Mikel Astrain y Juan Antonio Lao, uno de los autores de este callejero emocional. Astrain, navarro y profesor de la Universidad de Granada, entabló amistad de charla y paseos por la ciudad con González y Lao, sus alumnos en la licenciatura de Historia. En sus paseos, recuerda González Arroyo, “Mikel preguntaba la razón de los nombres y, claro, como historiadores quisimos poner nuestro conocimiento a disposición de los demás”. En 2014, se pusieron manos a la obra. En 2019, la editorial de la Universidad de Granada y Comares sacaron una primera edición que, hace apenas unos meses, se ha ampliado a una segunda.

González Arroyo y Astrain coinciden en que Niños luchando o Cobertizo y Faltriquera, ambas en el centro de la ciudad, son dos nombres especialmente llamativos. La primera debe su nombre a una historia de moriscos. En una casa no identificada de esa vía, en el siglo XVII, luchaban dos hermanos para ver quién era más fuerte. Uno de los golpes, cuenta la leyenda, le dio a un tabique en el que apareció un cofre de cerámica con un pequeño tesoro de monedas de oro y plata. El padre de los niños hizo colocar un bajorrelieve con dos niños luchando. “Y aquí está, traspuesta al callejero, la razón y título de la calle”, explican los autores. En Cobertizo y Faltriquera, cuenta el callejero, existía un cobertizo en el que se refugiaba un vendedor de golosinas que daba acceso a una casa en la que se confeccionaban faltriqueras.

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Las calles, recuerda González Arroyo, siempre han tenido nombre. Lo que no han tenido siempre es rotulación. El orden en el callejero se impuso en 1858, en un proceso que tardó un par de años. Una real orden obligaba a poner nombre a las calles, número a las casas y, posteriormente, a rotular las calles. Esto último, cuenta González, es algo que no siempre se hace con cuidado. Y, a veces, el resultado no es baladí. En la calle Vidrio de San Lázaro, llamada así por un almacén de garrafas y damajuanas de vidrio verde situado en el lugar, surge un problema de número según los autores. “En uno de los tramos está rotulado vidrio y en el otro vidrios. Estaría bien que el Ayuntamiento se pusiera de acuerdo en cuál es el bueno”. En el callejón de la Albérzana, “en un extremo está con tilde y en el otro sin ella, desvirtuando por completo la palabra de origen árabe que da nombre al lugar”. Más le duele al autor la falta de acento en la calle Cáñar. “Se les olvidó la tilde y, al final, la calle hace referencia a un cañar o cañaveral, y no al pueblo de las Alpujarras que la ciudad quiso homenajear”.

González Arroyo recuerda una característica muy granadina. “Los nombres populares siempre han prevalecido sobre los de los prebostes, aunque estos fueran los oficiales”. Y recuerda el caso de plaza Nueva, que durante una época del franquismo se convirtió en plaza del general Franco, “nombre que no usó nunca nadie, ni siquiera el Ayuntamiento en sus documentos oficiales”. En esa línea, dice el autor, también es cierto que el callejero reúne muchos nombres “vulgares, aunque la costumbre hace que pasen desapercibidos”. Y recuerda la calle Tablas, llamada así por los tableros que los carniceros utilizaban para exponer la carne a la venta. Cerca de allí está Lavadero de las Tablas, donde las limpiaban al terminar la jornada.

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Callejero emocional explica no solo las historias y leyendas de sus calles, especialmente numerosas estas últimas en los barrios del Albaycín y el centro, dice Mikel Astrain. También repasa quiénes son los personajes que aparecen en las placas de cerámica artesanales que se utilizan en la ciudad para rotular las calles. Décadas hubo de esperar el escritor granadino más universal para estar en una de ellas. Federico García Lorca no tuvo calle en Granada hasta la década de los ochenta. Y tras él, Yerma o doña Rosita también ascendieron a los rótulos del callejero granadino.

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