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La muerte misteriosa de Andrés Jaso, el futbolista ‘rojillo’ caído en la guerra

Un libro recupera los orígenes de Osasuna, fundado hace un siglo por simpatizantes comunistas y nacionalistas vascos luego represaliados por el franquismo

Andrés Jaso con la camiseta del Sporting en una foto coloreada por uno de sus sobrinos nietos y cedida por la familia.
Andrés Jaso con la camiseta del Sporting en una foto coloreada por uno de sus sobrinos nietos y cedida por la familia.EL PAÍS

A Demetria se le secaron los ojos de llorar. La Guerra Civil le arrancó a tres de sus cinco hijos. Para digerir la pena partía sus fotografías en trocitos y se los tragaba con la ayuda de un vaso de agua. A su nieta Áurea se le quedó grabada la escena. La mujer, que acaba de cumplir 93 años, sigue buscando los restos de su padre y de sus tíos. Uno de ellos, Andrés Jaso, jugó en el Club Atlético Osasuna, fundado hace un siglo en el Café Kutz de Pamplona. Sus precursores eran simpatizantes comunistas y nacionalistas vascos luego represaliados tras la contienda. De hecho, dieron un nombre en euskera al equipo. Significa "salud". Que se les reconozca como rojillos, en cambio, es fruto de la indumentaria, del mismo color que la bandera de Navarra. Historias que ahora recupera Mikel Huarte en Rojos. Fútbol, política y represión en Osasuna (Txalaparta).

Jaso nació en 1912 en Mélida, un municipio de la ribera navarra. Su familia era campesina y él comenzó a destacar muy pronto en el fútbol. Su sobrina relata que pateaba todo lo que encontraba y que Demetria le reñía porque “no ganaba para alpargatas”. A los 16 años debutó en el equipo de su pueblo y dos años más tarde ya jugaba en Osasuna, entonces en Tercera División. De allí pasó al Zaragoza, al Sabadell, al Levante y al Valencia, con el que jugó un partido en Primera. “Era un delantero con un disparo potente que interesó al FC Barcelona”, presume Áurea. Su último equipo fue el Sporting de Gijón, que le reclutó en 1935 para ascender a la máxima categoría. Estuvieron cerca. Luego llegó la lesión en la cadera y un trágico final.

Jaso, primero por la izquierda, posa con sus compañeros del Osasuna en un partido de la temporada 1930-31.
Jaso, primero por la izquierda, posa con sus compañeros del Osasuna en un partido de la temporada 1930-31.Archivo Casa del Libro

La muerte de Jaso continúa siendo una incógnita. Existen dos versiones. La primera sostiene que murió durante un bombardeo en la playa de Gijón mientras entrenaba. La segunda, más verosímil, afirma que pereció en octubre de 1937, durante el bombardeo a Cangas de Onís, también en Asturias. Jaso viajaba en un autobús fletado por el Sporting. Hace 30 años, varias personas vinculadas al club explicaron a Áurea que sus dirigentes en tiempos de la Guerra Civil habían intentado apartar a jugadores y directivos para evitar que fueran llamados a luchar al frente, y que para alejarlos de Gijón fletaron autobuses. 

Áurea lleva toda su vida tratando de recuperar sus restos. Ahora no está sola. Hace meses que un grupo de aficionados y algunas asociaciones memorialistas lanzaron una campaña para acelerar la búsqueda.

Áurea Jaso, acompañada por su nieta y su hijo, durante un homenaje que recibió su tío en agosto en Berriozar. Imagen cedida por la familia Jaso.
Áurea Jaso, acompañada por su nieta y su hijo, durante un homenaje que recibió su tío en agosto en Berriozar. Imagen cedida por la familia Jaso.EL PAÍS
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Presidentes denostados

La última vez que Áurea vio con vida a su tío era una niña, pero aún conserva recuerdos nítidos. “Entraba a Mélida por la avenida Zumalakarregi rodeado por una multitud. Mi padre lo recibía orgulloso, se abrazaban, y luego cenábamos juntos en la cocina de mi abuela”. La nonagenaria explica que su tío la agasajaba con regalos cada vez que regresaba al pueblo. Juguetes y telas con las que se hacía vestidos. Y cómo se emocionaba cada vez que veía su rostro en las cajas de cerillas de la época, cuando el fútbol profesional daba sus primeros pasos. “Recuperar sus restos sería como tocar el cielo”, insiste por teléfono. La mujer está ilusionada con la nueva Ley de Memoria Democrática, con la que el Estado asumirá la búsqueda de las personas desaparecidas durante la Guerra Civil y la dictadura. Es quizás su última oportunidad.

“En la historiografía de Osasuna aparecen personas que murieron por Dios y por la patria, pero no dice nada de los republicanos asesinados. Es como si se hubiese querido borrar toda vinculación”, afirma Mikel Huarte. Su libro recupera la figura de los represaliados por el franquismo. Tres de ellos continúan, como Jaso, en paradero desconocido: los directivos Ramón Bengaray, Alberto Lorenzo y José Javier Villafranca. Otros, como Natalio Cayuela, presidente de la entidad durante ocho años, fueron fusilados tras la guerra. Eduardo Aizpún y Francisco Indave salvaron la vida de milagro, pero Osasuna no les reconoce como presidentes. Y eso que el magistrado Aizpún firmó sus actas durante los seis meses que siguieron a la fusión de la Unión Sportiva y el New Club. Según la web oficial, el primer presidente fue Joaquín Rasero (que también era portero y entrenador). Indave lo presidió en 1924. Al finalizar la contienda le juzgó un consejo de guerra que lo acusó de ceder su coche a unos izquierdistas la noche del golpe militar.

Entre los fundadores de Osasuna también había reconocidos conspiradores de la Segunda República, como Antonio Lizarza, que presidió la entidad en los años cuarenta. No obstante, todo el mundo en Pamplona sabía que era el club de los napartarras, nombre que recibían los simpatizantes del nacionalismo vasco. También había destacados dirigentes comunistas, como Augusto Vizcarra, exiliado en 1936, y José María Navaz, amigo de Lorca y de Buñuel. Otro directivo, Carmelo, era hermano de Jesús Monzón, que en 1944 penetró por la Vall d'Arán para intentar derrocar a Franco. O Fortunato Aguirre, alcalde de Estella, que presidió el encuentro de regidores que elaboró el Estatuto de Estella, un proyecto conjunto de autonomía para las provincias vascas y Navarra. Tras el golpe fue ejecutado en el cementerio de Tajonar. Su familia recuperó los restos en 1959, pero su sangre aún riega los modernos campos de entrenamiento de Osasuna.

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