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Trinchera sin fin en el Congreso

A la espera de los pactos de la izquierda, la derecha discute entre sí

Eran las 15 horas y 22 minutos cuando todo el peso de la derrota cayó sobre Inés Arrimadas. Ya se había constituido la Mesa del Congreso y habían jurado o prometido todos los diputados —cada uno como le vino en gana, convirtiendo un trámite que hasta hace poco era aburrido y tedioso en un género en sí mismo—, y también habían protestado por ello Pablo Casado y Santiago Abascal, cosechando, lógicamente, el aplauso de sus huestes respectivas. Tomó la palabra a continuación la nueva jefa de Ciudadanos y dijo lo mismo que los dos anteriores, aunque intentando aumentar el tono. Fue entonces cuando en el Congreso, repleto de diputados, periodistas e invitados, intentó abrirse paso un aplauso débil, desmadejado, insignificante, el de los nueve diputados que le han quedado a Arrimadas para intentar hacer oposición después del descalabro electoral. El aplauso solitario de nueve diputados resultó más dramático que el silencio mismo.

La sesión de este martes, además de para los trámites de rigor, sirvió para que los resultados de las elecciones repetidas se hicieran carne mortal. Los números a veces son tan abstractos que, para imaginar cómo es una hectárea, no resulta suficiente saber que son 10.000 metros cuadrados, sino que es un espacio algo superior a un campo de fútbol. También los efectos de la repetición electoral son desde este martes más tangibles. A las 08.30, los 52 diputados de Vox —casi cinco equipos de fútbol puestos en fila, hinchando el pecho a la manera de Ortega Smith, gritando marciales “¡por España, sí, juro!”— entraron de estampida en el hemiciclo para hacerse con los mejores escaños. Algunos de ellos pasaron por encima incluso de Marcos de Quinto, quien se revolvió y terminó agarrándose a empujones con el diputado murciano Luis Gestoso, que antes de entrar por la puerta grande en el Congreso con el pin de Vox en la solapa fue alto cargo del PP e incluso militante de Ciudadanos.

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No es desde luego Gestoso el único tránsfuga en las filas de Vox. De hecho, el partido de Abascal consiguió colocar como vicepresidente cuarto de la Mesa del Congreso a Ignacio Gil Lázaro, quien durante un tiempo no muy lejano encarnó el ala más derechista del PP. Muy pocos pensaban entonces que a la derecha de Gil Lázaro hubiese algo más que el abismo.

Pero lo había, y de grandes proporciones. Que se lo digan al busto de Julián Besteiro, presidente de las Cortes durante la Segunda República, situado junto a la puerta del hemiciclo y que resultó testigo mudo y ciego del nuevo panorama político. En uno de los recesos, 22 periodistas rodearon al diputado de Vox Ivan Espinosa de los Monteros, quien durante casi un cuarto de hora les habló de forma sosegada, gustándose incluso. No de sus presuntos chanchullos inmobiliarios, que de eso no dice ni mu, sino de la forma en que el PP les acababa de traicionar —según él— a la hora de repartirse los puestos, tan bien remunerados, de la Mesa del Congreso. Para poder salir del edificio sin importunar a Espinosa de los Monteros, el ministro de Cultura en funciones, José Guirao, tuvo que hacerlo pidiendo permiso en voz baja y pegado a la pared.

La aparente riña entre los partidos de la derecha –que no llegará en ningún caso a poner en peligro sus pactos en Madrid y Andalucía– se convirtió casi en la única satisfacción de la izquierda. Pablo Iglesias, quien desde la escena del abrazo ha hablado incluso menos que Pedro Sánchez, puso un mensaje en su cuenta de Twitter en el que se ve un paquete de palomitas y dos pantallazos. Uno es de un tuit de Santiago Abascal que dice: “El PP ha preferido darle inútilmente sus votos a Cs en vez de al candidato de Vox (…) Tomamos nota”. El otro pantallazo es de un tuit de Teodoro García Egea, el dirigente venido a menos del PP (se ve a leguas que Cayetana Álvarez de Toledo le come el terreno a gran velocidad): “Gracias a Vox, en la mesa no estará José María Espejo (Cs), que luchó contra el golpe de Estado desde la mesa del Parlament en Cataluña. Gracias a Vox será sustituido por Pisarello, aliado de Colau y los independentistas”.

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A la espera de mejores noticias propias, la izquierda española tiene que conformarse con las peleas fingidas entre la derecha y el abismo que habitaba en ella.

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