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Los nombretes, los ingleses y los pies descalzos

El Ayuntamiento, con una localización extraordinaria, fue el primero donde se desarrolló el turismo canario

Juan Cruz
El mar, en Puerto de la Cruz, desde la Punta del Viento.
El mar, en Puerto de la Cruz, desde la Punta del Viento.Stefan Cristian Cioata (Getty)

En mi pueblo todo el mundo tenía nombrete. Este chico le grita a su padre: “¡Por tu culpa culpita yo soy Pipa Negra, Pipa Negra!” A su lado resuenan las olas del paraje más bello, la Punta del Viento.

Si hay una esquina que representa este paraje de nueve kilómetros cuadrados, la primera ciudad donde se desarrolló el turismo en Canarias, es ese rincón airoso en el que escuché tal improperio. Y si hay algo que forme parte de la idiosincrasia de mi pueblo (Puerto de la Cruz) es esa abundancia de nombretes. Jugábamos descalzos en las calles de tierra y perseguíamos a los ingleses (los turistas) para que nos dieran pennies.

El pueblo se hizo turístico para aprovechar una localización extraordinaria, un clima de “eterna primavera”, un jardín del siglo XIX. Aunque se pasaron de rosca los especuladores, no llegaron a quitarle a este sitio de pescadores ni esa Punta del Viento, ni el Penitente ni el muelle ni, por ejemplo, el Sitio Litre (ahí desde 1730, ahora centro cultural dirigido por John Lucas) o el Callejón Cagado (así llaman a una de las callejas más hermosas del Puerto).

Enrique Talg, descendiente de visionarios alemanes, me refrescó por qué sus antepasados se fijaron en el Taoro para edificar aquí la joya de la zona, el Hotel Tigaiga: “Porque aquí hasta la atmósfera te dice que estás en el Puerto”. El abuelo dirigió el Taoro, durmiente eslabón de la vieja hostelería que resucitará ahora de manos de los promotores del sureño Abama.

Margarita Rodríguez Espinosa, profesora, historiadora del Puerto, se fija en “la ambición cosmopolita” de este “cacho de tierra” en el que nacieron el ingeniero Agustín de Bethencourt o los Iriarte y que dio acogida a Bertrand Russell, a Agatha Christie y a Humboldt, y donde una institución, el Instituto de Estudios Hispánicos, fue durante decenios la única biblioteca cultural de la ciudad. “¡Ah, y no te olvides del mar en San Telmo!”

La historia del Puerto tiene ahora novela. Es El baúl de los cangrejos (Del Medio Ediciones), de Javier González. El socialista Paco Afonso, primer alcalde de la democracia, aceleró en los ochenta el renacimiento de un pueblo que languidecía. ¿Y ahora? “Ahora es una ciudad pueblo donde puedes conversar con los que te han visto crecer, disfrutar de quienes vienen detrás, y vives un continuo fluir de personas que te aportan otras formas de pensar en un espacio geográfico privilegiado por el clima”. Dice el portuense: “Aun siendo pobres es mejor vivir aquí”. En mi casa tengo una fotografía en la que todos los chicos de mi barrio están descalzos y riendo. Mi viejo pueblo tan amado, lleno de pasado y de belleza.

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