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Oriol Junqueras, la vía mística... y fáctica

El líder de ERC ha convertido la prisión en un martirio preventivo y en un desafío a Puigdemont

Sciammarella

La mística de Oriol Junqueras (Barcelona, 1969) en prisión tanto explica el desarrollo de la tonsura en su peinado de fraile como precipita el milagro evanescente que supuso aparecerse a sus feligreses el 29 de enero, tres días antes de su traslado a la prisión madrileña de Soto del Real.

Estaba encarcelado en Lledoners el patriarca de ERC, pero el misterio de la bilocación y la tecnología del holograma le permitieron oficiar una conferencia en el Club Sant Jordi de Barcelona. Había unas 2.500 personas celebrando la proeza metafísica. Vitoreando la perseverancia de timonel (“no me arrepiento, volvería a hacerlo”). Y aplaudiendo una homilía que prodigaba el objetivo inalienable de la soberanía frente a la ferocidad del régimen del 78.

La prisión ha sido para Junqueras un camino de martirio y una expresión de santidad. Tanto exponía con resignación la injusticia confinamiento, tanto delataba el destierro lujoso y opulento de Carles Puigdemont en Waterloo. Es el punto de fractura de la familia soberanista. El escándalo insolidario. Y el pretexto megalómano para compararse a Sócrates, Séneca y Cicerón.

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“Los tres pudieron huir y no lo hicieron”, declaraba Junqueras en una entrevista a Le Figaro. Perseveraba así en su campaña de propaganda internacional. Se recreaba en su “compromiso ético y cívico”. Y acaso subestimaba el destino fatal de los tres pensadores. Sócrates fue condenado a beber cicuta. Séneca se suicidó con veneno. Cicerón terminó ejecutado.

El destino de Junqueras se antoja menos dramático y tremendista, pero el líder cautivo de Esquerra se expone a 25 años de cárcel. Por haber incurrido en un delito de malversación. Y por haber urdido la rebelión desde la consulta ilegal del 9 de noviembre de 2014 hasta haber adoptado “todo el control de los procesos electorales en la preparación y ejecución del referéndum del 1 de octubre de 2017”, señala el escrito de acusación del Ministerio Público.

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Conmueve la resignación cristiana de la experiencia carcelaria de Junqueras. La ha convertido el exvicepresidente de la Generalitat en un ejercicio de piedad y de vocación. Más que estar preso, se halla Oriol Junqueras de clausura. Escribe cartas la sombra de un crucifijo. Las responde con ademanes de consejero espiritual. Recibe con mansedumbre a los colegas en libertad. Pasea por el patio de Lledoners como si recorriera el claustro de la catedral de Girona y se deslizara con los vuelos de un hábito franciscano.

Y debe confortarle el ejercicio de la fe, pero también le está sirviendo para mixtificar y mitificar sus presuntos delitos. Se ampara en la doctrina de la no violencia para renegar de toda beligerancia callejera, aunque es Fray Junqueras el autor intelectual y hasta fáctico de la temeraria trama independentista. Suya ha sido y es la arquitectura del procés. De sus mandamientos, de sus órdenes, han surgido los desafíos, los desplantes al Estado de derecho, los peligros de un clima social inflamable.

El castigo preventivo de la prisión provisional ha matizado los extremos conceptuales. No porque renuncie al fin último de la independencia, sino porque ahora abjura de la vía unilateral. Invoca la oportunidad de un referéndum pactado. Se ha transformado en la figura moderada de la secuela del procés. O por estrategia. O por convencimiento.

Debe sentirse Fra Savonarola en el presidio antes de que lo enviaran a la hoguera. Un hombre de hábitos espartanos, de reputación insondable, de cualidades escolásticas, de complejidades vaticanas, de personalidad afable y de oronda imagen renacentista. Junqueras, ha encontrado en las limitaciones de la cárcel el desafío a su propia severidad o de impostura de eremita.

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