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El oasis valenciano

En contra de los vaticinios iniciales, el Gobierno pactado por socialistas, Compromís y Podemos encara el final de la legislatura con estabilidad

Ignacio Zafra
En primera fila, desde la izquierda, Puig, Oltra y Soler, reciben la felicitación de los diputados del PP en las Cortes Valencianas el 21 de diciembre.
En primera fila, desde la izquierda, Puig, Oltra y Soler, reciben la felicitación de los diputados del PP en las Cortes Valencianas el 21 de diciembre.Kai Försterling (EFE)

El viernes 21 de diciembre, la policía blindaba en Barcelona la celebración del Consejo de Ministros, en Madrid llovían las acusaciones de traición al Gobierno y en Sevilla se negociaba la entrada de la extrema derecha en las instituciones. En Valencia, mientras tanto, los diputados del PP protagonizaban una escena infrecuente en la política española: cruzaban el hemiciclo del Parlamento autonómico para abrazar y dar un regalo —uvas del Vinalopó— a los parlamentarios del PSPV-PSOE, Compromís y Podemos, los tres socios que sostienen al actual Consell de la Generalitat, que acababan de aprobar sus cuartos presupuestos.

La imagen resulta exagerada como resumen de la legislatura: PP y Ciudadanos han ejercido una oposición dura al Ejecutivo que preside el socialista Ximo Puig. Pero hasta sus dirigentes reconocen que la crispación política es inferior a la de otros lugares de España y a la que ha caracterizado la historia autonómica valenciana. “Nosotros siempre hemos tenido claro que no íbamos a copiar las faltas de respeto que tuvieron en el pasado algunos de los que ahora gobiernan”, afirma Eva Ortiz, secretaria general del PP valenciano.

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En junio de 2015 socialistas y Compromís pactaron un Gobierno de centroizquierda con las dos fuerzas entrelazadas dentro de cada consejería mediante el llamado mestizaje, en el que los consejeros y sus secretarios autonómicos no pertenecen al mismo partido y hay también variedad de adscripción política entre los directores generales. La fórmula requería, además, el apoyo parlamentario de Podemos. En contra de lo que muchos previeron entonces, el Ejecutivo valenciano encara la recta final del mandato con estabilidad y sin que ninguna crisis haya amenazado realmente con hacerlo descarrilar.

“Hemos superado la tensión con la que se cerró el ciclo del Partido Popular, que duró 20 años y acabó convertido en paradigma de la corrupción. Entendimos que somos una sociedad muy diversa y que teníamos la responsabilidad de que esto saliera bien. Si había que ceder, se cedía. Hemos normalizado la vida política valenciana, y ahora queremos participar en la resolución de los problemas de España”, señala Puig, cuyo Gobierno presentó en febrero una propuesta de reforma de la Constitución en clave federal.

Las tres formaciones que integran el Acuerdo del Botánico, llamado así porque el pacto de legislatura se firmó en el Jardín Botánico de la Universidad de Valencia, empezaron a marcar diferencias en verano ante el horizonte electoral. Y las fricciones aumentaron. A ello contribuyó el amago de Puig de adelantar los comicios autonómicos para dar a la Comunidad Valenciana un calendario electoral propio, como el que tienen Galicia, el País Vasco, Cataluña y Andalucía.

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Diferencias tácticas

En el plano teórico, socialistas y Compromís están de acuerdo: salir del calendario general, en el que las elecciones autonómicas coinciden con las municipales el último domingo de mayo, proporcionaría a las necesidades de la Comunidad Valenciana visibilidad ante el resto de España. Desde el punto de vista práctico, en cambio, sus intereses difieren. A Compromís le interesa mantener juntas las elecciones autonómicas y las municipales porque confía en el tirón de sus candidatos locales, especialmente en el de Joan Ribó, alcalde de Valencia. El PSPV-PSOE pensó que era mejor separarlas por el mismo motivo, además de para aprovechar el efecto de la llegada de Pedro Sánchez a la presidencia del Gobierno.

El resultado electoral en Andalucía no solo ha descartado del todo el adelanto en Valencia, al poner de relieve las consecuencias que podría tener para la izquierda una baja participación, sino que ha pacificado la relación entre los socios. La Generalitat es uno de los pocos Ejecutivos autonómicos que ha sacado adelante sus presupuestos de 2019 y, a pesar de lo que parecía hace unos meses, han sido las cuentas más fáciles de aprobar de la legislatura. La consigna ahora es evitar choques y solucionar con discreción los desencuentros.

“El reto es ir a una confrontación electoral sin enfrentarnos a cara de perro. Tenemos nuestras diferencias y cada uno debe plantear sus alternativas, pero iluminados por el bien común de lo que hemos hecho como Gobierno y sabiendo que vamos a un escenario de acuerdos, que es lo normal en Europa. Tenemos que evitar el ejemplo de división que ha dado la izquierda en Andalucía, que es letal”, afirma Mònica Oltra, vicepresidenta valenciana y líder de Compromís.

Preocupación por Vox

En el Palau de la Generalitat preocupa el ascenso de Vox. Existe, además, la impresión de que se ha subestimado el efecto que la crisis en Cataluña tiene en toda España, aunque se apoya la apuesta por el diálogo de Sánchez. Oltra cree que a la extrema derecha se la frena con medidas sociales como las que su Gobierno ha puesto en marcha en materia de gratuidad de libros de textos, eliminación de copago farmacéutico e incremento de atención a la dependencia. Una política que se ha encontrado, sin embargo, con el límite de una pobre financiación autonómica: la Comunidad Valenciana es el territorio que menos recursos por habitante recibe. El actual modelo caducó hace cinco años, pero a pesar de sus esfuerzos el Gobierno valenciano no ha logrado que se cambie.

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Sobre la firma

Ignacio Zafra
Es redactor de la sección de Sociedad del diario EL PAÍS y está especializado en temas de política educativa. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Valencia y Máster de periodismo por la Universidad Autónoma de Madrid y EL PAÍS.

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