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La lucha contra el terrorismo

La mujer yihadista española aprende a camuflarse

Las redes del terrorismo islamista se adaptan a los golpes policiales y a la creciente presión social

Fernando J. Pérez
Una joven de Fuerteventura, supuestamente vinculada al Estado Islámico, es detenida en diciembre de 2015.
Una joven de Fuerteventura, supuestamente vinculada al Estado Islámico, es detenida en diciembre de 2015.EFE
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El grupo de Whatsapp se quedó casi vacío de golpe. Cuando la Policía Nacional desencadenó, en agosto de 2014, la Operación Kibera contra la principal red de captación de mujeres para casarse o ejercer como esclavas sexuales de combatientes del Estado Islámico, las mujeres de Ceuta y Melilla que recibían adoctrinamiento a través de esa red social, alrededor de una treintena, borraron su perfil a toda velocidad. “Fue una auténtica espantada digital”, lo describe un mando de la lucha antiterrorista. Después de aquella operación, que ha tenido varias secuelas –la última el pasado noviembre con la detención en Francia de una célula de envío de remesas de dinero a Siria- las redes yihadistas están aprendiendo a camuflarse mejor en Internet, según los investigadores.

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El pasado septiembre, la Audiencia Nacional dictó dos sentencias que ponen de relieve el papel de la mujer en las franquicias yihadistas. Una de ellas es la de la Operación Kibera: en ella cuatro mujeres y un hombre, Yawad Mohamed, aceptaron penas de hasta cinco años de cárcel por el envío de “voluntarias” a Irak y Siria para enrolarse en el ISIS. La otra, derivada de la anterior, condenó a una red de adoctrinamiento administrada por dos amigas, Sanae Boughroum y Laila Haira.

Ambas redes de captación estuvieron activas entre 2014 y 2015, después de que Abu Bakr Al-Baghdadi proclamara el Estado Islámico y la red terrorista alcanzara su apogeo en Siria e Irak. En aquellos años, la propaganda y los canales de financiación yihadista funcionaban a pleno rendimiento y cerca de 40.000 personas, en su mayoría hombres, se desplazaron a las zonas de conflicto desde diferentes países. De ellos, alrededor de 220 eran españoles o residentes en España. Hoy, la tortilla se ha dado la vuelta. El ISIS ha perdido el control de los territorios que llegó a conquistar y apenas controla algunos bastiones en la ribera del Éufrates, entre Siria e Irak y áreas poco pobladas en ambos estados.

“Irse para allá ahora es imposible, casi todos los que están allí y tenemos controlados quieren retornar. Estamos controlando más los retornos que los desplazamientos hacia la zona de conflicto. Lo que pasa es que salir de allí tampoco es fácil: tienen que pasar antes el triple filtro de las milicias kurdas, de las fuerzas gubernamentales y de la coalición internacional”, afirman fuentes policiales.

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Nadia, una mujer involucrada en la red de captación de la Operación Kibera, con una bandana del Estado Islámico
Nadia, una mujer involucrada en la red de captación de la Operación Kibera, con una bandana del Estado Islámico

El Estado Islámico es una organización absolutamente descentralizada, lo que complica la labor policial a la hora de atribuir a un investigado la pertenencia a la red terrorista. Pese a este carácter disperso, lo que sucede en el núcleo de conflicto tiene su reflejo en los nodos o “franquicias” yihadistas. Así, en 2012, las mujeres no viajaban a Siria e Irak: los combatientes eran en su mayoría hombres con preparación militar. Con la proclamación del Estado Islámico, los desplazamientos se multiplicaron, y con ellos los viajes de las mujeres, que empiezan a viajar, de un modo absolutamente subordinado al hombre principalmente para cubrir las necesidades sexuales de estos, según los analistas policiales. A partir de finales de 2014 y comienzos de 2015, el retroceso del ISIS otorgó un nuevo papel a la mujer: por necesidades de la guerra, pasó a combatir, muchas veces en misiones suicidas. Los terroristas comienzan a captar menores como carne de cañón.

“El Estado Islámico tiene un gran gabinete de comunicación”, constatan los expertos policiales. La red terrorista produce contenidos yihadistas globales que luego una serie de “productoras” locales adapta al mercado específico de cada país, e incluso a los gustos específicos de hombres y mujeres. Mientras que para aquellos se realizan vídeos y llamamientos de propaganda mucho más violentos, que aprovechan la mayor rapidez de radicalización del hombre, para estas se producen unos contenidos más “románticos” con apuestos muyahidines o príncipes con los que aspiran a casarse. “Las primeras mujeres que viajaron a la zona de combate se grababan en palacios para crear la ilusión de que iban a vivir entre riquezas. Era una propaganda falaz: en realidad casi no tenían ni para comer”, afirman los policías.

El grupo de adoctrinamiento desarticulado en la operación Kibera funcionaba en varios escalones. Primero se formaban grupos de Whatsapp de 30 o 40 mujeres en los que se proponían temas de conversación de supuesto interés femenino, según los cánones del islamismo radical, como la cocina o la religión. En esos grupos, los dinamizadores lanzaban de vez en cuando “anzuelos”, como fotos de muyahidines o de ataques de Israel a los territorios ocupados en Palestina. Quienes picaban y comentaban esas imágenes eran posteriormente contactadas una a una, y eran sometidas a un adoctrinamiento en persona en domicilios para animarlas a desplazarse a zonas de conflicto.

Estos canales de comunicación continúan funcionando en la actualidad, según fuentes policiales, aunque sin la capacidad de penetración de 2014. “La idealización del ISIS de hace cuatro años ya no existe, las derrotas sucesivas les han hecho comprender la realidad, pero el Estado Islámico sigue suscitando simpatía y sigue habiendo aficionados a los que hay que controlar”, afirma un policía utilizando una metáfora futbolística.

La red terrorista, además de una gran capacidad de difusión de propaganda, tiene unos notables servicios jurídicos que les llevan a adaptar sus métodos de captación a medida que, a fuerza de ser desarticulados, aprenden las pautas de investigación policiales. “Muchos tienen antecedentes por delitos comunes, y son muy precoces. Los ideales yihadistas pesan mucho y el paso por la cárcel, más que reinsertarles, hace que se crezcan ante el sistema. Lo conocen y aprenden sus grietas”, afirman los investigadores. La red trata de hacer más opacos sus canales de financiación, en el punto de mira de las fuerzas de seguridad. De las transferencias por Western Union o MoneyGram se pasa al sistema a la hawala, un sistema de entrega de fondos a través de intermediarios en los puntos de origen y destino del dinero que hace que este no viaje.

“La amenaza yihadista es ahora mucho más clandestina, los malos saben esconderse mejor, las organizaciones perduran, pero se comienza a detectar cierto aislamiento, sienten la presión social, y surge la desconfianza entre ellas. Una vez detectamos una reunión de mujeres, con la excusa de cocinar o de ver ropas –siempre con velos integrales-. Cuando surgieron menciones al yihadismo, varias abandonaron el encuentro, algo que antes no sucedía”, comenta un mando policial, que hace hincapié en la necesidad de poner en marcha planes de desradicalización. Fuentes policiales señalan que en la frontera de Jordania, aproximadamente una de cada cuatro mujeres procedente de la zona de conflicto que solicita asilo político rechaza quitarse el velo para que se le haga la reseña policial. “Eso no quiere decir que todas sean terroristas, faltaría más. Pero sí que son muy radicales”, afirma ese mando.

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Sobre la firma

Fernando J. Pérez
Es redactor y editor en la sección de España, con especialización en tribunales. Desde 2006 trabaja en EL PAÍS, primero en la delegación de Málaga y, desde 2013, en la redacción central. Es licenciado en Traducción y en Comunicación Audiovisual, y Máster de Periodismo de EL PAÍS.

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