“El agua llegó en dos minutos”
Sant Llorenç se ha convertido en un lodazal tomado por las grúas, los muebles rotos y el ritmo frenético de sus habitantes para limpiarlo
Sant Llorenç des Cardassar no ha dormido. Sus vecinos, que han perdido la noción del tiempo, no han parado desde que el martes una ola de lodo entrase de repente en sus casas. “En dos minutos, ¡pam! No tuvimos tiempo de nada”, lamenta Margalida Servera, de 74 años, que lanza colchas enfangadas a la montaña de barro que tiene a sus espaldas. Ella y su madre, de 104 años, estaban viendo la televisión; al minuto siguiente, Servera estaba aguantando a la madre por los brazos para que no se ahogase. “El agua nos llegaba hasta aquí”, dice Margalida señalándose el pecho. Resignada, se deshace del ajuar de toda una vida. “No hay derecho”, murmura, cubierta de salpicones de barro.
“No soy consciente ni de las horas”, admite, no muy lejos, Catalina Galmes, de 50 años, escoba en mano. Cuando se quiso dar cuenta, lo que parecía una lluvia que hace que apetezca quedarse en casa había anegado la planta baja, donde su hijo de 15 años hacía los deberes. “¡Coge lo que tengas en las manos y sube!”, recuerda que gritó. El tiempo justo para ponerse a salvo del barro que ahora saca a paladas con la ayuda de su familia y tira a la calle, que se ha convertido en un inmenso lodazal.
Las grúas no paran de arrastrar muebles rotos, somieres, televisiones, neveras… “Esto no se acaba ni hoy ni mañana. Tenemos para días”, lamenta Bárbara Servera, de 48 años, que corre de un lado a otro del centro del pueblo, un triángulo frente a la iglesia por donde entró la lengua de barro, se dividió y reventó todo lo que encontró a su paso. En el estanco que regenta no ha quedado nada. “Teníamos vino, papelería, licores… Ahora, los que vengan, que se arremanguen para ayudarnos”, pide.
Paula Gardeñas, Cristina García y Marta Martí, veinteañeras del municipio vecino de Son Servera, van arremangadas y manchadas de barro hasta las orejas, pero no se desaniman. “Nos quedaremos aquí hasta que el cuerpo aguante”, aseguran, pertrechadas con las escobas que ayudan a limpiar una casa vacía. Un poco más limpio que ellas está el tenista Rafael Nadal, que intenta pasar inadvertido en un garaje que ha acabado destrozado. “Hemos perdido más de 100.000 euros, no queremos fotos: queremos que cojáis una escoba y barráis”, dice comprensiblemente cansado su dueño. Manolo Marcos, de 53 años, y su hijo dan tumbos con la mini excavadora que han ofrecido, propiedad de su empresa, además de los tres camiones que entran y salen sin parar del municipio.
La calle de Ordines es la más afectada. Allí vivía Bernat. Su familia está todavía intentando digerir lo ocurrido. El hombre, que rondaba los setenta años, estaba en la cocina de su casa, cuando la ola de lodo se lo llevó por delante y murió. Las marcas en la pared de la altura que alcanzó el agua superan el metro y medio. “Tenía una mesa y la televisión. Creemos que estaría medio adormecido después de cenar y que no tuvo tiempo de reaccionar”, lamenta una sobrina del hombre, que saca kilos de fango de la casa. A su lado viven Javier Sánchez, de 33 años, su esposa Noelia Andrés, de 32, y su hija Coral, de apenas un año. “Nos dio tiempo de coger a la niña y subir corriendo”, explica Sánchez, con los ojos enrojecidos por las horas sin dormir y con la camiseta cubierta de barro.
Sobre unas vigas de madera, Miquel Arvader, de 69 años, señala el desastre, como los restos de un arca de Noé. “Antes aquí había una cocina”, dice, desolado. Desde el primer piso de su casa pudo ver cómo el torrente se llevaba a coches con gente dentro. “Los estarán buscando aún”, dice preocupado, mientras su mujer lo llama desde la otra punta de la casa para que no se entretenga más, no muy lejos de una calle con un nombre —Torrent— que lo dice todo. Hay que seguir limpiando.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.