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De Évry a Barcelona, tres días en el ‘laboratorio Valls’

Cómo el exprimer ministro francés y ahora candidato a la alcaldía barcelonesa se despide de la política en Francia y prepara una nueva vida en España

Marc Bassets
Diputados de la Asamblea Nacional francesa aplauden a Manuel Valls en su despedida el pasado martes.
Diputados de la Asamblea Nacional francesa aplauden a Manuel Valls en su despedida el pasado martes.PHILIPPE WOJAZER (REUTERS)

Manuel Valls se ha sentado en un taburete y desde allí ve la imagen de su vida, su mundo.

A la fiesta en Le P’tit Barcelone, un bar de tapas cerca de los grandes bulevares, en París, han venido unas noventa personas, su círculo cercano. Su madre, sus hijos, el amigo de infancia. Los colegas de la UNEF, el sindicato estudiantil. Veteranos socialistas. Algún exministro. Sus asesores en el Ministerio del Interior y en Matignon, sede del primer ministro. Un popular filósofo, un exdirector del semanario Charlie Hebdo y un general de la gendarmería que comandó el rescate de un avión secuestrado en 1994.

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Todos aquí, escuchando cómo Valls —el amigo, el hijo, el padre, el militante, el político que en Francia suscita lealtades pétreas y odios cervales— les explica que se marcha a Barcelona, y por qué.

“Venid a visitarme”, les dice. “Si no, yo volveré a veros”.

El experimento es insólito. Un político de primer nivel en un país lanzándose a una campaña electoral en otro. Un ex primer ministro de Francia, país que le dio la nacionalidad a los 20 años, que quiere ser alcalde de Barcelona, donde nació en 1962.

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Tras anunciar su candidatura el 25 de septiembre en Barcelona, Valls viajó a París entre el domingo 30 de septiembre y el miércoles 3 de octubre. Una despedida. Y una explicación al país en el que lo fue casi todo, hasta aspirar a ser presidente, y en el que ya no era más que un diputado y un consejero municipal raso.

¿Nostalgia? Es domingo por la tarde, Valls ha aterrizado en París desde Barcelona, y el coche le lleva a los estudios de la cadena pública France 2, primera etapa de un sprint final mediático en este país. “Nostalgia, no. Emoción, sí. Quiero hablar con el máximo número de personas estos días, y que esto pueda ser útil para el debate europeo”, dice, convencido de que hay una continuidad entre las ideas que aquí defendió y la nueva etapa en Barcelona. “Para mí no es una ruptura”. De momento ha recuperado el pasaporte español, al que renunció al nacionalizarse francés.

Es lunes por la tarde, el Renault oficial avanza por la autopista que lleva a Évry, la ciudad nueva de 54.000 habitantes construida en los setenta. Valls fue alcalde entre 2001 y 2012 y, por unas horas, aún es diputado por la circunscripción de Évry, ciudad trabajadora donde conviven decenas de nacionalidades.

“Una candidatura como esta nunca ha ocurrido ”, dice mientras el coche entra en Evry. Sí, existen casos como el del líder sesentayochista francoalemán Daniel Cohn-Bendit, que se presentó por sus dos países en las elecciones europeas. Pero no el de un jefe de Gobierno que cruce la frontera para ser alcalde. “Lo que le falta a la Unión Europea es sensibilidad, cuerpo, sentimiento”, dice. Y sostiene que una candidatura como la suya puede contribuir a crear un espacio europeo, a “darle esta sensibilidad, este cuerpo, este alma a la idea de Europa”.

De esto habló a finales de julio con el presidente Emmanuel Macron. “No soy portavoz del presidente ni le hago hablar más de lo debido”, precisa. “Pero, sobre el gran tema de Europa, él ve mi candidatura como una forma de decir que este es el debate, entre progresistas y nacionalistas”.

Valls también ve una Europa en la que las fuerzas enfrentadas no son izquierda y derecha, sino “progresistas” contra “populistas” o “nacionalistas”. Y Barcelona "es uno de los escenarios, con sus matices, de este gran debate de Europa". "El debate", añade, "es distinto, cada movimiento nacionalista o populista tiene sus diferencias, pero detrás hay peligros: el enemigo, la mentira, la violencia y, en este caso, el no respeto de una Constitución”.

La conversación deriva al catalanismo, tradición que él reclama, al contrario que el único partido que por ahora le apoya, Ciudadanos. “El gran error, y es una lección que yo he aprendido aquí, ocurre cuando se cede a los demás temas que son de todos, cuando en Francia se deja el patriotismo o la nación en manos de la extrema derecha”, dice. “Y ha sido un error dejar a los independentistas el catalán y la cultura catalana y parte del catalanismo y la catalanidad”.

En Évry, Valls entrega la insignia de Caballero de la Orden nacional del mérito al jefe de la policía municipal, Philippe Poupeau. “Le echaré de menos”, le dice Valls al condecorado. Valls se siente a gusto con los policías, y ellos con él. Habitualmente púdico, a veces rígido, se emociona al hablar de los atentados de 2015, que gestionó siendo primer ministro, en el acto siguiente en el Ayuntamiento, una copa con excolaboradores y simpatizantes.

Si para algo le sirve la gira, además de formalizar la renuncia al mandato de diputado en la Asamblea Nacional y al de consejero municipal en Evry, es para intentar una reconciliación con la política francesa y con los franceses. Tras abandonar Matignon y tras su derrota en las primarias socialistas de 2017 y abandonar el PS, su partido de siempre, quedó relegado a un papel secundario, sin posibilidades de ocupar a corto plazo un cargo relevante, y con unos índices de popularidad bajos.

El martes, en la Asamblea Nacional, su intervención de tres minutos para decir au revoir y reclamar los valores republicanos es recibida con una ovación de la mayoría del hemiciclo. Parece que, como mínimo en el campo que va del centroizquierda al centroderecha, todo está perdonado.

El contrapunto es la indiferencia de sus antiguos compañeros socialistas: las heridas no están cerradas. En el hemiciclo y en los pasillos de la Asamblea se escuchan las protestas de La Francia Insumisa, lo más parecido a Podemos en Francia, y del Reagrupamiento Nacional, heredero del Frente Nacional, el viejo partido de la extrema derecha.

“No hay ningún orgullo en que un francés se desinterese por la suerte de su país, en abandonar la Asamblea Nacional, donde tuvo el honor de ser elegido por los franceses, en abandonar la ciudad donde le eligieron sus habitantes, y esto, para cumplir una ambición personal”, responde Marine Le Pen, a la salida del hemiciclo, a una pregunta de EL PAÍS.

Es miércoles, último día, y resulta que ha dimitido el ministro del Interior, Gérard Collomb. ¿Y si le hubiesen ofrecido sustituirle? En la cadena de radio Europe1, su última entrevista, sonríe: “No estoy seguro de que sea una buena cosa volver al lugar del crimen”.

La tournée de tres días toca a su fin. En unas horas se subirá al avión, de regreso a Barcelona. Ya piensa en la campaña, en pisar la calle y los barrios. “Esto me gusta”, dice. “Me encanta”.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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