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Referéndum 1 de octubre

Otras prioridades en la vida

Pese a la agitación que se veía por la tele, a solo una calle de las protestas Barcelona se mantenía ajena a la tensión política y los turistas hacían fotos

Íñigo Domínguez
Un grupo de jóvenes juegan a las cartas durante la sentada ante la consellería de Exteriores, en Vía Laietana, para impedir que el vehículo de la Guardia Civil pueda moverse.
Un grupo de jóvenes juegan a las cartas durante la sentada ante la consellería de Exteriores, en Vía Laietana, para impedir que el vehículo de la Guardia Civil pueda moverse.EFE

La revolución este miércoles venía mal, entre semana y sin avisar. Casi todo el mundo en Barcelona tenía otra cosa que hacer. Seguramente saldrá mejor si convocan una manifestación tal día a tal hora, con tiempo, pero al menos esta vez la ciudad no salió a la calle a la llamada grave de los líderes independentistas. A última hora de la tarde, a la salida del trabajo, la principal concentración, frente al Departamento de Economía, ya era una cosa más vistosa, con miles de personas, pero durante todo el día hubo un claro desfase entre cómo lo contaban ellos y cómo se vivía en la calle, por no hablar de cómo se ve en la tele, que las madres llaman alarmadas sus hijos en Barcelona a ver si están bien y ellos les dicen que no pasa nada de nada.

Alguien que caminara siete horas por el centro de la capital catalana y los principales focos de protesta podría decir que había poca gente para la altísima tensión que transmitían los políticos y el ritmo informativo. Si esperaban que la calle desatascara este embrollo político y les sacara a hombros, parecía que mucha gente tenía otros asuntos que atender y luego ya lo vería en las noticias. Desde primera hora de la mañana aparecieron ante el Departamento de Economía centenares de ciudadanos con petos verdes, camisetas fosforito, banderas y pancartas, también con ramos de claveles para poner sobre los coches dela Guardia Civil. Jubilados que llegaban con ganas y ya empezaban a gritar cien metros antes. Adolescentes emocionados con su primera rebelión y su primer cigarrillo. Abuelas que tuiteaban. Gente sinceramente cabreada, que se había enterado por la radio y faltado al trabajo. Como decía Rosa, 60 años, traductora: “Esto ahora es lo más importante, es la prioridad”. Antoni Martínez, médico jubilado, 60 años: "Estoy aquí para defender la democracia. A mí no me gustan estas situaciones, pero como catalán y hermano de los españoles, esto hay que defenderlo. Me encanta España y sus personas, pero no lo que dijo Machado: 'Castilla miserable, ayer dominadora, envuelta en sus harapos, desprecia cuanto ignora'".

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Pero solo una manzana más allá, en el paseo de Gràcia, la vida seguía como en otro planeta. Preguntabas sobre la protesta que se veía al fondo y la respuesta más repetida era: "Tengo otras prioridades en la vida". Elizabeth Caparrós, que trabaja en turismo, estaba enfadada porque los cortes de calles le habían dejado sin autobús. Lo realmente emocionante a cien metros de la principal manifestación de Barcelona era la apertura de Uniqlo, el Zara japonés, primera tienda en España. Tenía más de cien personas haciendo fila en la puerta. Carmen, 65 años, jubilada de la industria farmacéutica, votante de Convergencia, compartía la protesta, pero dice que ya ha ido a muchas y hacía compras. El alma práctica, trabajadora y hedonista de Barcelona se imponía sobre cualquier temblor del Estado de derecho.

En los cafés de los chaflanes la gente seguía las novedades por los móviles y comentaba. Aunque era algo que pasaba a cien metros. Ahora bien, quien estaba allí metido lo vivía. El independentismo es emocional, y además ayer era emocionante, un factor en el que no se suele pensar: esto es para muchos la aventura excitante de una vida, y mañana querrán más. Tipos vestidos de supermán con capa de estelada. Por fin llegó el momento de ponerse con las flores ante la policía. Se cantaba muchísimo. Sobre todo L’Estaca y Els Segadors. Se palpaba un patente escrúpulo con la violencia, todos muy atentos a las cámaras, para demostrar que son pacíficos, no como el Estado, y llegaba incluso exquisitamente a lo verbal. Se oía que alguien empieza a corear: “¡Fascistas, hijos de puta!”. Y la gente le callaba. También: “¡Español el que no bote!”. “Noo, no”, le increpaban. Y se abucheaban gritos a favor de Terra Lliure. “Serenitat, serenitat”, pedían los más sensatos. Frente al departamento de Exteriores, la consellera de Gobernación, Meritxell Borrás, habló con los chavales sentados ante la Guardia Civil y les pidió que actuaran pacíficamente, “a la catalana”. La verdad es que allí hubo muchos roces con los Mossos, les llamaron de todo, cuando hace nada la gente les abrazaba. Les pedían que se pusieran de su parte, y probablemente les habría gustado pasarse al menos a la sombra, porque pegaba mucho el sol y fueron muchas horas. Por su parte, los todoterrenos de la Guardia Civil aparcados frente a Economía acabaron con la gente encima y cubiertos de pegatinas. "¡Esta noche os vais sin coche!", fue uno de los lemas más celebrados de la jornada.

Ante este espectáculo, los turistas hacían fotos, porque había un hotel al lado de cada lugar de protesta. "Me parece muy civilizado, en mi país desde luego las protetas no son así, rompen todo", decía Haitham, 37 años, un ejecutivo de Dubai que se toma un café en la puerta del hotel contemplando la movilización ante la sede de Economía. Guías con grupos atravesaban la plaza de Sant Jaume, donde está la Generalitat y el Ayuntamiento, y explicaban lo que ocurría como quien describe cenefas o gárgolas. “Lo que quieren saber es si esto es seguro”, comentaba el conserje de un hotel sobre sus huéspedes extranjeros. Y les dicen que sí, que no se preocupen.

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Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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