La Infanta que se enfrentó al Rey
Entre la Corona y Urdangarin, eligió siempre defender a su marido. La decisión tuvo mucho que ver en la abdicación de su padre

Un gesto resume la actitud de la Infanta ante el caso que este jueves la sentó en el banquillo: el desmentido al Rey cuando La Zarzuela anunció que le revocaba el título de duquesa de Palma en junio del año pasado. Cristina de Borbón (Madrid, 1965) no permitió que su hermano utilizara esa decisión para marcar distancias y aislar a la institución del escándalo: al día siguiente aseguró que había sido ella quien había renunciado al título. Entre la Corona e Iñaki Urdangarin la Infanta eligió al segundo y se ha mantenido fiel a esa decisión que tuvo mucho que ver en la abdicación de don Juan Carlos.
“Confío plenamente en mi marido”, repitió en el juicio la mujer que durante muchos años fue una de las preferidas de la familia real. Este jueves recordaba ante el tribunal que protagonizaba hasta 100 actos institucionales al año. Su imagen moderna —fue la primera mujer en la monarquía española con licenciatura universitaria; la que dejó Palacio para irse a vivir a un modesto piso con una amiga...— la convirtió en un rostro popular. Pero su implicación en el caso Nóos tiró todo ese prestigio por la borda. Dos imágenes muestran ese proceso de desprestigio: el día de su boda con Urdangarin, en 1997, 200.000 personas salieron a la calle para aplaudir a la pareja; El día que tuvo que dejarse fotografiar en la cuesta de la vergüenza de los juzgados de Palma, casi 17 años después, imputada por blanqueo y fraude fiscal, Interior vio conveniente disponer a más de 200 agentes para proteger a la Infanta de la gente.
Ni ella ni La Zarzuela pensaban en 2011, cuando Urdangarin emitió un comunicado desde Washington —“Lamento profundamente el grave perjuicio a la imagen de mi familia y de la Casa del Rey, que nada tienen que ver con mis actividades privadas”— hasta dónde iba arrastrarles el escándalo. El caso Nóos se convirtió en caso Urdangarin y finalmente en caso Infanta. Los acontecimientos hacían saltar por los aires, uno detrás de otro, todos los peores escenarios en los que se iba colocando la Casa del Rey: imputación, declaración ante el juez y finalmente, banquillo tras ser rechazada la aplicación de la doctrina Botín.
Cada uno de esos hitos erosionaba sin freno a una institución acostumbrada al notable alto en el examen ciudadano del CIS. Pero la Infanta negó a la Corona todo lo que le pidieron para detener el desprestigio: que se divorciara de Urdangarin, que renunciara a sus derechos dinásticos...
Cristina de Borbón fue apartada de la vida oficial de la familia real en diciembre de 2011, cuando fue imputado su marido, y jamás entendió ni aprobó esa estrategia de cortafuegos. Todo lo contrario, la torpedeó en varias ocasiones —presentándose con Urdangarin en el hospital donde estaba su padre; enfrentándose a su hermano por la revocación del título de duquesa...— porque siempre interpretó que el aislamiento equivalía a una condena por adelantado.
La sexta en la línea de sucesión al trono solo respondió este jueves a las preguntas de su abogado. Lo hizo aparentemente tranquila, mucho más que Urdangarin cuando le tocó a él responder al interrogatorio. Se presentó como una mujer trabajadora, madre de familia numerosa y desinteresada por los asuntos económicos. De eso, repitió varias veces, “se encargaba” su marido. Pero ante el tribunal, como hizo antes también ante su familia y ante la institución que representaba, defendió hasta el final al jugador de balonmano con el que se casó en 1997 tras un noviazgo fugaz. Cuando le conoció, doña Cristina ganaba 1.202 euros al mes en La Caixa y Urdangarin disponía de una ficha de 60.101 euros al año como jugador del Barcelona. El yerno del rey Juan Carlos tenía entonces 30 años, estudiaba empresariales y parecía preocupado por encontrar trabajo: “Ya sé que será duro”, decía a EL PAÍS.
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