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MEDITERRÁNEO: EL PRESENTE DEL CAMBIO CLIMÁTICO / 1

La sal y el calor conquistan las tierras del Ebro

Las crías de mejillones mueren asfixiadas en el agua caliente y los arrozales sufren el avance del agua salada en la desembocadura del gran río de España

Ramón Carles Gilabert, productor de mejillones.Vídeo: CARLOS ROSILLO
Ana Carbajosa

Cuando el padre de Ramón Carles Gilabert decidió clavar unas estacas en el mar para ver si los mejillones se agarraban y engordaban no imaginó que medio siglo después sus hijos, sus nietos y buena parte de esta comarca del Delta del Ebro acabarían viviendo de la cría de estos deliciosos moluscos. Pero probablemente tampoco imaginó lo que vendría después. No imaginó que el calentamiento de la atmósfera caldearía las bahías hasta asfixiar a las crías, ni que el mar impregnaría de sal sus queridos arrozales. Esto, que hace 50 años podría haberle parecido una película de ciencia ficción mala es hoy la realidad de las tierras del Ebro.

Acaba de amanecer en el Delta y Gilabert arranca la barcaza rumbo a su batea en la bahía del Fangar. Allí los marisqueros sacan del mar cuerdas abigarradas de conchas negras y separan los mejillones grandes de las crías que devuelven al mar. Presumen de mejillones —"los más sabrosos de Europa"— y cuentan que están preocupados, que no saben qué va a ser de ellos.

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"Esto no se terminaba. Estaba lleno de berberechos, coquinas, navajas y mejillones. La disminución del caudal ecológico, los pesticidas y la subida de la temperatura del mar forman un cóctel terrible", piensa Gilabert, enfundado en traje amarillo impermeable y con aspecto de viejo lobo de mar. "El marisco no aguanta más de 27 grados, se asfixia. Este verano perdimos el 70% de las crías".

Las observaciones de Gilabert no son anecdóticas ni dan cuenta de una ola de calor aislada y reversible. Forman parte de un patrón que los científicos de todo el mundo miden desde hace décadas y al que le cuelgan la etiqueta de cambio climático. En el Mediterráneo se traduce en el calentamiento del agua, una mayor concentración de sal, la acidificación que ataca a las conchas y la subida del mar. La comunidad internacional en pleno se reúne a finales de mes en París para pactar un tope a las emisiones de gases de efecto invernadero. De que lo consigan dependerá el futuro del planeta y también de este humedal mediterráneo, expuesto como pocos a las sacudidas del clima.

El ministerio de Medio Ambiente calcula en su informe Cambio Climático en las Costas Españolas de 2014 un retroceso de las playas para 2040 de 1,5 metros en el Mediterráneo. Barajan un aumento de temperatura en la zona de entre 3,4 y 1,3 grados a finales de siglo. Y espera los mayores impactos por intrusión salina precisamente en el Ebro.

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El arroz es el cultivo rey en el Delta. Aquí los campos son sábanas verdes encharcadas que conviven en un frágil equilibrio con el Mediterráneo. Por un lado, el mar se ensancha por el calentamiento y avanza tierra adentro. Por otro, saliniza los acuíferos mermando la productividad de este arrozal de 20.000 hectáreas y 130.000 millones de toneladas de arroz al año.

Hace dos semanas que se cosechó el arroz y ahora los tractores fanguean los campos embarrados, perseguidos por garzas y garcetas que picotean los granos que asoman. Los agricultores, que viven pegados a la tierra son un buen termómetro para medir los cambios. "Cada vez hay que gastar más para bombear agua dulce y diluir la sal. Hace años, toda esta laguna era verde en verano, pero el mar va ganando terreno y esto se va salinizando. Cada día está un poco más muerto", explica Dani Forcadell "arrocero 100%", que fanea desde los 18. Dani habla al pie de la Encañizada, la gran laguna del Delta, ahora casi yerma. "Los peces ya son solo de agua salada y solo hay hierba de agua dulce en las orillas. Esto ha pasado en 10 diez años".

Los cambios de los que hablan Gilabert y Forcadell los siguen muy de cerca en el IRTA, el Instituto de Investigación y Tecnologías Agroalimentarias de Cataluña, instalado en pleno corazón del Delta. Aquí proyectan con modelos informáticos la suerte que correrán los arrozales. Tienen en cuenta las predicciones del Panel Intergubernamental de Cambio Climático auspiciado por la ONU sobre la subida que el mar, la llamada subsidencia, el hundimiento —entre dos y seis milímetro por año— y el aumento de la salinidad en las aguas freáticas por la evaporación del mar y la disminución del agua dulce que llega de los ríos.

"Como el nivel del mar sube, el agua salada está cada vez más cerca de la raíz del arroz y el agua salina penetra por el subsuelo", resume Carles Ibáñez, investigador de cambio climático en el IRTA. El resultado es una importante merma de la productividad de los arrozales para los años venideros.

En la estación experimental del Ebro ensayan desde hace tres años con variedades egipcias que se adaptan mejor a las nuevas condiciones. "Tenemos que prepararnos para una mayor salinidad y más restricciones de agua. Todos los modelos predictivos de cambio climático van en esa dirección", explica María del Mar Catalá, experta en arroz del IRTA.

Las evidencias se acumulan, pero las medidas de prevención no acaban de llegar. Ibáñez cree que la solución pasa por elevar el terreno con sedimentos del río que ahora quedan frenados en los embalses; es el llamado método del colmateo que ya se utilizaba en el siglo XIX. Lo mismo cree Ignasi Ripoll de Seo Birdlife. "A las islas del Pacífico, que ven cómo sube el nivel del mar, no les queda mucho más que protestar en las cumbres, pero nosotros tenemos un río con muchos sedimentos. Aquí es una cuestión de gestión", defiende.

Hace unos años se proyectaron en el Delta una serie de diques, que no impedirían el avance salino en el subsuelo, pero sí evitarían inundaciones. La crisis llegó y las expropiaciones se frenaron en seco. Hasta hoy.

A la caza del caracol manzana

La plaga del caracol manzana trae de cabeza a los arroceros del Delta. Es gigantesco y sus huevas fucsia se pueden ver por los canales y la ribera del Duera. Escapó de una piscifactoría de peces tropicales y su propagación ha sido brutal, en parte porque sobreviven a inviernos cada vez más benignos. "Los agricultores sabemos que en invierno tiene que hacer frío", dice Dani Forcadell, arrocero. "Cuando era pequeño helaba mucho y las crías morían. Ahora no".

Los cambios en el Delta son por tierra, mar y también por el aire. El calor ha traído al morito común, un pájaro que antes vivía en Marruecos y que en los 90 se dejó caer por aquí y que ahora es portador de buenas noticias. Los científicos han analizado sangre de pollos de morito y se han encontrado con que el 50% de lo que habían comido era caracol manzana.

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Sobre la firma

Ana Carbajosa
Periodista especializada en información internacional, fue corresponsal en Berlín, Jerusalén y Bruselas. Es autora de varios libros, el último sobre el Reino Unido post Brexit, ‘Una isla a la deriva’ (2023). Ahora dirige la sección de desarrollo de EL PAÍS, Planeta Futuro.

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