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Columna
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Diseñado para el inmovilismo

El PP va a caer víctima de su resistencia a tomar nota de las transformaciones que estaban teniendo lugar en la sociedad

Fernando Vallespín

Al PP se le han caído sus tres grandes bazas cara a las próximas elecciones: la recuperación económica, el no disponer de contrincante en su espacio ideológico y el temor a Podemos. La primera ya está amortizada; Ciudadanos acabó con la segunda; y el partido de Pablo Iglesias ya no es la temible amenaza que se intuía al comienzo. Lo que le permitió ganar las últimas elecciones generales, su “seriedad tecnocrática” frente a lo que entonces se veía como una gestión banal y contradictoria, las “ocurrencias” del último Gobierno de Zapatero, ya no sirve tampoco.

El recurso al discurso de la seriedad tecnocrática o la gestión bien hecha no es capaz de remover ninguna pasión. ¿Pero qué otra cosa le queda?

La gente ha aprendido mucho en estos duros años de la crisis, es más crítica y no se deja engatusar con facilidad. Por mucho que se empeñen los expertos en comunicación política, hoy hay dos tendencias en nuestra sociedad que no se pueden maquillar. La primera es el sentido impulso hacia la renovación, tanto de caras como de actitudes y programas. Y aquí el PP juega con una gran desventaja. Por las razones que sean, no ha hecho literalmente nada por ofrecer un cambio de imagen. Su líder, en un país acostumbrado a ver a políticos jóvenes, ofrece un aspecto casi senil y cansado, y las declaraciones que salen de Génova o emiten sus portavoces ocasionales tienen un indeleble sabor a política añeja, a algo de época pretérita. Como también esos gestos casi desesperados por caer en el electoralismo de siempre, las inauguraciones de infraestructuras a calzón bajado.

La segunda tendencia es la nueva valoración que se hace de la honestidad, la decencia y la ética pública en general. Con tantos sumarios abiertos por corrupción que penden sobre este partido, ya no son creíbles los intentos por quitarse de en medio y hacer tabula rasa. Para eso hubiera sido necesario haber asumido responsabilidades políticas en su momento, algo a lo que siempre se ha resistido y que ahora le persigue como un fantasma.

Donde más se percibe su desconcierto es que dan la impresión de ir al arrastre, de no ser capaces de estar a la altura del dinamismo y el impulso de otros competidores

Pero donde más se percibe su desconcierto es que dan la impresión de ir al arrastre, de no ser capaces de estar a la altura del dinamismo y el impulso de otros competidores, libres de esos dos estigmas que acabo de mencionar. Es la consecuencia inmediata de hacer del no-decidir de Rajoy la divisa central de su comprensión de la política. Hasta en eso ha sido un partido conservador, nada debía ser alterado. Por eso, cuando ahora los barones territoriales y locales le conminan a transformar su estrategia, a hacer autocrítica, remplazar liderazgos y buscar un discurso, lo pillan con el pie cambiado. ¿Cómo puede abrirse al cambio un partido que está diseñado para el inmovilismo? Además, en estos momentos en los que las emociones cotizan al alza, el recurso al discurso de la seriedad tecnocrática o la gestión bien hecha no es capaz de remover ninguna pasión. ¿Pero qué otra cosa le queda?

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El PP va a caer víctima de su indolencia y de su resistencia a tomar nota de las transformaciones que estaban teniendo lugar en la sociedad que gobernaba. Un error político de libro. Y ya se sabe que en política los errores se pagan en votos.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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