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Columna
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Buenos días, demagogia

¿Qué aportación hicieron los dirigentes de Podemos durante sus intervenciones del sábado en la Puerta del Sol? Ninguna

Antonio Elorza
Pablo Iglesias, durante su intervención este sábado en Madrid.
Pablo Iglesias, durante su intervención este sábado en Madrid.Paco Campos (EFE)

Cuando una multitud puede ser la cortina para encubrir la nada. Si parafraseamos al abate Siéyès, ¿qué era Podemos hasta la manifestación del día 31? Algo. ¿Qué pretendieron ser sus dirigentes en el mitin? Todo. ¿Qué aportación hicieron durante sus intervenciones? Ninguna. El anuncio ya era sospechoso: decenas de miles de españoles confluirían en la Puerta del Sol para exigir “el cambio”. Cambiar, ¿qué? Esto es lo único que se repitió a lo largo de la reunión, pero en términos tan generales que cualquiera podría suscribir la cascada de cosas a cambiar enunciadas, desde las políticas sanitaria y educativa a la lucha contra la desigualdad y la corrupción. Pero, ¿en qué consistirá ese cambio? La única indicación es que por obra y gracia de Podemos, perdón, de la soberanía de “la gente”, tendrá lugar en todos los aspectos el cumplimiento de ese viejo objetivo, the world upside down, el museo de horrores de hoy convertido en un espacio de felicidad para los españoles. “No os fallaremos”, prometen.

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Por lo escuchado, el discurso del grupo dirigente se sitúa en la categoría conocida como midcult, con un uso tópico de las referencias culturales para impresionar a un público de masas. En su nerviosa intervención, Monedero trajo a colación a García Lorca y a León Felipe. Dado el tono del discurso, faltó Miguel Hernández. Peor fue la acumulación de referencias de Iglesias, a vueltas con el Quijote, para ilustrar que es un soñador, pero que “sueña en serio”. Así que en Podemos son quijotes, después de ser “caballeros de la tabla redonda”, según Carlin (de aquí pudo salir la ocurrencia). Olvida el Número Uno que Don Quijote no logró nada a favor del bienestar colectivo. En otro orden de cosas, no faltan en economía la retórica simplificadora (“totalitarismo financiero”), ni la inversión de significados, al recomendar aparentemente “la sonrisa”, cuando lo que se predica es el odio: “Malditos sean…”.

En medio del vacío, lo más interesante es el distanciamiento implícito de Syriza. Iglesias no se casa con nada ni con nadie, por cuestiones de solidaridad. La victoria de Syriza sirve para probar el “sí se puede”, y para exhibir una serie de reformas dedicadas a los desfavorecidos. Pero sobre temas como el salario mínimo o la deuda, poco popular este último en nuestro país, acreedor de Grecia que pagó con sangre el propio ajuste, piadoso silencio. Monedero fue más rotundo con su sospechoso grito: “¡Arriba Grecia!”.

Y siempre desde el silencio de la argumentación, las reivindicaciones inconcretas de “la soberanía nacional”, nada menos que evocando 1808, informan del rechazo a la Unión Europea: oposición al neoliberalismo obliga. El impulso al crecimiento de Draghi no existe. Ya sabemos: la demagogia es daltónica.

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