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Columna
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El día que no rugieron los helicópteros

Barcelona es desde el miércoles una capital catalana más digna, un paisaje más habitable, más humano, más femenino

Xavier Vidal-Folch
Mesa dialogo Cataluña
Pedro Sánchez y Pere Aragones, el pasdo 15 de septiembre. Foto: Massimiliano MinocriEL PAÍS

Los más sesudos preguntaban qué saldría de la mesa de diálogo Gobierno-Govern del miércoles. Los profetas funerarios la daban por muerta en el parto. Los de la ultraderecha y la derecha extrema tildaban la tarea de dialogar, ya de “infamia”, ya de “humillación”. Y los del club de lo obvio, pronosticaban primero y certificaban después que el acuerdo sería, o había sido de mínimos. Menuda tropa.

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Todas las respuestas que ignoraban se concentraban en la icónica crónica de Camilo Baquero que publicó este diario. El de la mesa fue el día en que los helicópteros —policiales— no rugieron en Barcelona. Algo imperceptible desde Waterloo o el barrio de Salamanca. Pero definitivo, por distinto, y opuesto, a lo que sucedió en la visita oficial del presidente del Gobierno de diciembre de 2018; en estancias del jefe del Estado; en las ya obsoletas jornadas falleras de los ¿recuerdan? CDR de Quim Torra...

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Los profesionales del espíritu aguafiestas, el más reaccionario, dirán que todo eso no computa en la Gran Política. Es al revés. Porque es, ya, el avance, inicial y modesto, pero real y práctico —con traducción a la vida cotidiana—, del diálogo. Esta ciudad, Barcelona, es desde el miércoles una capital catalana más digna, un paisaje más habitable, más humano, más femenino. Que se haya celebrado solo un prólogo no predetermina ni el tono del epílogo, ni los vaivenes del relato, ni si el avance costará más o menos, ni si será o no reversible. Pero la cultura minera de los inasequibles al desaliento nunca debe minimizarlo.

Hay más: 1) Los asistentes se conjuraron a seguir amarrados a la mesa sin prisa, sin pausa, y sin plazos. Esto último es clave, porque el plazo previo (otra cosa es tras un pacto) suele esconder ultimátum, y este, amenaza. 2) La autoexclusión de Junts no es de celebrar per se, sino porque solemniza como falsa la unanimidad secesionista y eleva a oficial lo que era real: lo real es que habrá un sol poble català, pero es falaz que eso se traduzca en una sola opinió catalana válida. 3) La experiencia indica que la dinámica de interlocución/negociación suele expandirse y autosostenerse: el riesgo de fracaso solo se atisba tras un resultado cero o la vuelta al poder de los enemigos de la palabra. 4) Esa dinámica es tan arrolladora (y tan catalana: el “pactisme”) que hasta Junts deberá repensar si tiene futuro como partido de los frustrados y atrincherados. Son fuente de cierta potencia electoral. Disputada. Y minoritaria, salvo en caso de colapso letal del sistema. Un escenario que se aleja si los helicópteros no rugen.


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