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Columna
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Desatrancar el cerrojo trumpista

El mal perder de Donald Trump no terminó en el violento y fracasado asalto al Capitolio

Lluís Bassets
El expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, durante un mitin en Carolina del Norte.
El expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, durante un mitin en Carolina del Norte.Chris Seward (AP)
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Detrás del payaso mentiroso había una estrategia. El mal perder de Donald Trump, adelantado preventivamente antes de la derrota, no terminó en el violento y fracasado asalto al Capitolio. Las denuncias de fraude electoral, rechazadas por todos los tribunales, eran mucho más que la rabieta del niño al que le han quitado el juguete.

Había un objetivo inmediato, una vez comprobado que era irreversible la victoria de Joe Biden: deslegitimarla. Y otro de mayor calado: deslegitimar la propia democracia. Este ya ha producido sus efectos entre los votantes republicanos, convencidos en su mayoría (55%) de que Trump fue derrotado gracias a sufragios ilegales y a trampas en las urnas.

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El republicano es un partido peculiar, que no quiere fomentar la participación electoral, sino vigilar un fraude y un voto ilegal que nadie ha demostrado. Con la coartada surgida de la inexistente trampa electoral denunciada por Trump, está promoviendo una oleada legislativa en los Estados federados para dificultar y restringir el derecho de voto, naturalmente en detrimento de los votantes demócratas.

Las leyes locales que se están aprobando son el último mecanismo del cerrojo que los republicanos van a defender, al menos hasta las elecciones de mitad de mandato de 2022, cuando pretenden arrebatar las dos Cámaras a sus adversarios. Pieza crucial del cerrojo es el rediseño entre este año y el próximo de los distritos electorales, un perverso sistema partidista llamado gerrymandering que se realiza cada década y permite a quien lo controla disolver el voto adverso y dar valor al propio.

Los demócratas cuentan con la Casa Blanca y las mayorías de la Cámara de Representantes y del Senado, esta última por el voto dirimente de su presidenta, Kamala Harris, pero tienen enormes dificultades para impedir las manipulaciones insidiosas de los sistemas de voto de los Estados. No ayuda la mayoría cualificada que se exige para desbloquear el Senado, el llamado filibustering, que impidió la constitución de una comisión de investigación sobre los hechos del 6 de enero en el Capitolio y este martes la apertura del debate sobre la legislación para garantizar el derecho de voto. Tampoco ayuda la abrumadora mayoría republicana en el Tribunal Supremo, donde seis de los nueve jueces que deberán resolver las impugnaciones a las leyes electorales locales son republicanos, y tres de ellos han sido nombrados por Trump.

El revés demócrata en el Senado es solo el primer episodio. Biden ha encargado a su vicepresidenta Kamala Harris dos cuestiones tan sensibles para esta presidencia como son la entrada masiva de inmigrantes y la defensa del derecho de voto. Será difícil que los demócratas mantengan el Congreso y el Senado en 2022 y que consiga la presidencia quien se postule en 2024, probablemente la propia Harris, si antes no se desatranca el cerrojo republicano.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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