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Columna
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Háganse prostitutas otras

La mayoría de las víctimas de explotación sexual son pobres e inmigrantes que no pueden disfrutar del privilegio que supone haber escapado ya a la posibilidad de ser compradas, vendidas y alquiladas

Najat El Hachmi
Una prostituta en el polígono industrial de Villaverde Alto, en Madrid.
Una prostituta en el polígono industrial de Villaverde Alto, en Madrid.David Expósito
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Un sindicato legal en el limbo de la prostitución

Vivir en una sociedad donde una puede escoger entre un abanico infinito de posibilidades es una maravilla. Casi todo se puede comprar y vender y cuanto más avanza la historia, más posibilidades comerciales se abren ante nosotros. Es cierto que en un momento dado la humanidad entera decidió poner ciertos límites y estableció, por ejemplo, que está mal comprar y vender otros seres humanos como si fueran objetos.

Por supuesto que estos límites, establecidos por ley en muchos países, no se respetan en todas partes. Pero incluso donde hace siglos que existe una cultura antiesclavista se hace una excepción a este posicionamiento ético: cuando lo que está en juego son las posibilidades económicas de los cuerpos de las mujeres. Desde ciertos sectores abiertos y progresistas, que se tienen por más demócratas que el resto, se defiende que hay que ser más flexibles con el asunto, que el juicio moral nos impide comprender la supuesta libertad de elección de algunas. Incluso se nos llega a proponer que seamos nosotras mismas las que le saquemos rendimiento de esta masa de carne, huesos y piel que habitamos. Basta con disponer de algunos orificios a los que queramos dar otros usos. Lo que no entiendo es que si el cuerpo de las mujeres se puede alquilar por horas en cualquier curva de carretera, ¿por qué no podemos vender nuestra propia sangre o alguna víscera que no sea imprescindible para vivir?

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Tampoco veo lógico que las personas que defienden la regularización de la prostitución nunca se imaginen ejerciéndola. Como ocurre con otros trabajos no muy agradables, se delega en “otras” la tarea de estar disponible para el desahogo de ciertos camioneros que llevan quilómetros de viaje en gasolineras y polígonos. Y aunque desde el marco teórico se nos presente esta “salida laboral” con tintes de glamour liberal o bien casi como un servicio de “cuidados”, lo cierto es que casi nunca se recomendaría esta opción para las mujeres que forman parte del “nosotras”: hijas, hermanas, amigas, aquellas a las que tenemos aprecio y consideramos personas. A efectos prácticos la mayoría de las víctimas de este tipo de explotación son pobres e inmigrantes que no pueden disfrutar del privilegio que supone haber escapado ya a la posibilidad de ser compradas, vendidas y alquiladas. Y lo más curioso es que la de los proxenetas es la única patronal conocida que promueve y alienta la creación de un supuesto sindicato para defender los derechos de unas supuestas trabajadoras.

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