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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La hora crucial para Perú

Las acusaciones sin pruebas de Fujimori y ciertas insinuaciones de Castillo son una muestra de irresponsabilidad. Deben ambos candidatos entender que lo que está en juego es el futuro de Perú y que la democracia es un sistema de convivencia que obliga al respeto a las normas. Antes, durante y después de las elecciones

Seguidores de Pedro Castillo cargan una bandera gigante de Perú en las calles de Lima
Una bandera de Perú sostenida por seguidores del candidato Pedro Castillo en el centro de Lima, este lunes.ALESSANDRO CINQUE (Reuters)

Perú se enfrenta a horas cruciales para su democracia. Tras una campaña extremadamente polarizada, un cómputo agónico está poniendo a prueba las resistencias de su sistema electoral y la propia credibilidad de sus candidatos, la conservadora Keiko Fujimori y el izquierdista Pedro Castillo. En un momento en el que las diferencias de voto se miden por decimales, es necesario que ambos respeten las reglas de juego y eviten toda tentación arribista. El camino hacia la victoria solo puede venir por el absoluto apego a las formas democráticas. Una senda que anoche se saltó Fujimori con una serie de acusaciones cuyos efectos aún están por ver.

Sus denuncias de fraude electoral, jaleadas sin pruebas y en un trance crítico del escrutinio, hacen presagiar lo peor y, desde luego, actúan en contra de quien las ha lanzado. No es Fujimori precisamente una candidata que arrastre un historial intachable y tampoco hay que irse muy lejos para saber a dónde conducen imputaciones y conductas de este tipo. Perú se ha visto vapuleado con frecuencia por la irresponsabilidad de sus políticos y hace bien poco en Estados Unidos se vieron las consecuencias de jugar con fuego. Las terribles imágenes del asalto al Capitolio han quedado prendidas en la retina del mundo. Ese ataque al corazón de la democracia fue el fruto de una larga y consistente voluntad del candidato perdedor de boicotear un resultado que le era adverso. Su empeño se ha vuelto un ejemplo universal de la infamia. Y no debe repetirse.

El proceso electoral peruano, sometido a todas las complicaciones de la pandemia, ha sido aplaudido por los observadores internacionales. Aunque lento y sinuoso en el escrutinio, su credibilidad está fuera de dudas a estas alturas. Atacarlo sin una base fundada es incendiar el suelo que se pisa y abrir la espita del caos. Justo lo contrario de lo que necesita la nación andina.

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Perú ha sufrido una sucesión de presidentes fallidos. Siete han sido investigados o condenados por corrupción en los últimos años. Su sistema político arrastra graves carencias y su economía zozobra tras haber sido estragada por una pandemia con una de las mayores tasas de mortalidad del planeta. En estas condiciones, salirse del cauce institucional y alentar el fantasma del fraude electoral es una gravísima muestra de irresponsabilidad.

Deben los candidatos, y esto incluye a Castillo y sus insinuaciones a defender en la calle la “voluntad del pueblo”, entender que, más allá de su porvenir político, lo que está en juego es el futuro de Perú. No se trata de aprovechar la coyuntura a la espera de que el conteo les favorezca, sino de mirar más allá y asumir que la democracia es un sistema de convivencia que obliga al respeto a las normas. Antes, durante y después de las elecciones.

En estos históricos días, el país entero contiene el aliento a la espera del desenlace. Es un desafío del que Perú, si prevalece la cordura, puede salir fortalecido. Los primeros que están obligados a lograrlo son ambos contendientes. Olvidarlo es lanzarse al abismo. No solo ellos, sino a todo el país. Es hora de que, si tanto aspiran a ocupar la presidencia, se muestren dignos de ella. Ese es el único camino admisible.

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