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Columna
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Marruecos nos arroja a la nada

Las imágenes que nos llegan estos días desde Ceuta son el reflejo más nítido y exacto del trato que da el régimen marroquí a sus ciudadanos

Najat El Hachmi
Un grupo de jóvenes cruzan en barca la frontera de Marruecos y España, este miércoles.
Un grupo de jóvenes cruzan en barca la frontera de Marruecos y España, este miércoles.Bernat Armangue (AP)
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Los menores que Marruecos empujó al mar

Al mar, a la miseria, a la desesperanza y al vacío. Las imágenes que nos llegan estos días desde Ceuta son el reflejo más nítido y exacto del trato que da el régimen marroquí a sus ciudadanos. No ayer ni hoy, es lo que lleva haciendo décadas y por eso la diáspora marroquí es una de las más numerosas, esparcidas las familias por todo el continente europeo, manteniendo como pueden redes de afectos internacionales. Emigrar es desde hace tiempo la única salida, pero no nos fuimos porque quisiéramos conocer mundo, hacer turismo, por espíritu aventurero o vocación de exploradores. No nos fuimos, en realidad, nos expulsaron de nuestras tierras al haberlas convertido quienes nos gobernaban en áridos desiertos en los que es imposible proyectar un futuro, una vida digna.

El tratamiento lacrimógeno y sentimentaloide con que se aborda la situación es otra forma más de infantilización. Convertir en espectáculo el dolor ajeno sale gratis y entretiene un buen rato a la audiencia aburrida. Pobrecitos los moros y los negros tiritando en el agua. Como si la pobreza fuera fruto de una catástrofe natural y la falta de recursos un destino fatal debido a la geografía y no a la política. El análisis socioeconómico parece ser otro privilegio más solamente al alcance de los ciudadanos de esta parte del mundo. Nosotros somos pobres por naturaleza y con paternalismo denigrante hemos de ser tratados.

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Nadie pone sobre la mesa lo que es un escándalo: que familias enteras carguen sobre las espaldas de sus hijos su proyecto migratorio, que Marruecos maltrate sistemáticamente a sus menores expulsándolos al exterior en vez de protegerlos, alimentarlos y educarlos.

Pues no es destino ni es genética ni es geografía, es que venimos de un régimen cuyas élites extractivas y carnívoras devoran a su propio pueblo, capitaneados por un monarca que vive en una opulencia medieval y sofoca con dureza salvaje cualquier atisbo de rebelión. Es que el Estado tiene como único proyecto empujar a su gente al exterior para luego reclamar como suyos sus remesas, sus logros y sus éxitos. Pero nada pueden reivindicar quienes nos negaron el pan, la educación y la existencia misma. Somos de donde comemos y respiramos, no del país que nos ahoga, ya sea en las aguas heladas de la frontera o bajo el sol abrasador de un despotismo nada ilustrado que nos abandona a nuestra suerte. Esto, en el mejor de los casos.

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