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Madrid en mayo: la izquierda

Plantear la política desde la lógica del miedo siempre corre el riesgo de degenerar en sectarismo

candidata de Más Madrid, Mónica García con el candidato de Unidas Podemos Pablo Iglesias
Los candidatos a la presidencia de la Comunidad de Madrid Mónica García, de Más Madrid, y Pablo Iglesias, de Unidas Podemos.Jesús Hellín, JESUS HELLIN (Europa Press)
Germán Cano

Todos los recursos se movilizaron pero no hubo sorpresa: el penalti entró. Por ello urge plantear qué lecciones extraer de un ciclo político, el 2011-2021, marcado por lo ocurrido hace diez años en el 15-M y, en 2014, en su cristalización institucional. Mucho se ha hablado del auge y decadencia de la “nueva política”, pero cabría preguntarse si el plebiscito madrileño, con los diferentes resultados de PSOE, Podemos y Más Madrid, permiten un diagnóstico calibrado de cara a un futuro próximo.

Encuentro en el ensayo de Santiago Alba, España (Lengua de Trapo, 2021), una oportuna lectura: somos una nación tardía que, por desgracia, ha tendido a construirse demasiadas veces desde imaginarios idealizados del pasado a costa de los españoles concretos. Estas meditaciones quijotescas en el XXI reconocen también la esterilidad de otro idealismo, en verdad no tan violento y menos exitoso: un izquierdismo, imaginario reactivo del idealismo reaccionario, que también ha pretendido “muscularmente” imponer una idea a un cuerpo social o movilizarlo hacia ella. Este planteamiento ilumina la campaña madrileña: ¿no hemos asistido a la lucha de dos imaginarios históricos resucitados, una lucha entre molinos de viento que se representaban a sí mismos y a los otros como “gigantes”? ¿Entre el supuesto peligro de la “vuelta al fascismo” y el de la “vuelta al comunismo”?

Ayuso quiso para mayo de 2021 un marco trumpista de confrontación política desde la cúpula del establishment madrileño y sus intereses económicos (el 80,4% de la inversión extranjera acaba en Madrid). Este ha cuajado sobre sedimentaciones históricas cuyas inercias parecían difuminarse en España en el paisaje social del mayo de hace diez años. Las grandes consignas de campaña buscaron movilizar afectivamente estratos afectivos del pasado eclipsando toda discusión sobre medidas concretas. Ciertamente, no se trataba de una simple invocación de fantasmas pretéritos: existía la concreta amenaza de que la ultraderecha pudiera gobernar en Madrid, justo ese escenario tóxico de malestar que aparentemente parecía quedar vacunado, a contracorriente de otros países, por el cortafuegos del 15-M. Lo que ha de discutirse aquí es la efectividad de una respuesta moralizante que subordina toda estrategia política al coraje activista. Que se haya acusado de equidistancia a quienes, sin rebajar la gravedad de nuestro posfascismo tardío, han intentado plantear la efectividad de estas respuestas señalando otros escenarios de lucha y sortear algunas trampas es sintomático.

En esta movilización de dos espectros del pasado en busca de sus cuerpos sociales, donde la vida cotidiana presente se difumina, la derecha tiene ventaja por tocar más realidad. La fuerza del PP en Madrid reside no solo en un programa de ingeniería social urbanística y educativa forjado durante décadas; también se apoya en un imaginario de libertad. Uno de los factores que han quedado eclipsados bajo el marco antifascista, junto a la mala gestión y la discusión sobre la orfandad sanitaria y educativa bajo Ayuso, es la cuestión de la modernización. Si Ayuso proyecta para muchos una imagen “libre” y moderna frente a la caricatura moralista izquierdista es porque nos cuesta disputar otra posible modernidad, otro imaginario político de libertad. Como observaba Stuart Hall acerca de los análisis del thatcherismo en la izquierda laborista: por útil que sea a corto plazo, es un error confrontar contra una “fascista arpía” sin estrategias afirmativas. Plantear la política desde la lógica del miedo siempre corre el riesgo de degenerar en sectarismo, máxime cuando tu adversario está tan movilizado o más que tú.

Estas elecciones han ahondado en la herida global de la izquierda. Aunque estos días se hablará mucho del fracaso del asalto a Madrid de Pablo Iglesias y se comparará con el buen resultado de Iñigo Errejón, una aproximación no cortoplacista exige un análisis de fondo del auténtico problema: en qué medida la tradición marxista y socialdemócrata están obligadas a medirse sin nostalgias pero sin adanismos históricos con el reto del programa social neoliberal y su desintegración de identidades sociales. Que la relación de Podemos con la sociedad civil, por mucha conquista de cuotas de poder históricas, haya ido debilitándose habla de un déficit hegemónico que no ha podido compensarse con la capacidad de Iglesias para galvanizar todo tipo de odios como catalizador político.

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Al lado de estas repeticiones espectrales también ha ido ganando terreno una idea política más encarnada y menos grandilocuente. Pese a quedar eclipsada por la gran polarización ha encontrado oídos. Reconozcamos el mérito de Más Madrid por introducir medidas como la reducción de la jornada laboral, el derecho al tiempo, el reto ecológico o la salud mental. No olvidemos que son estas cuestiones, aparecidas en los setenta tras la crisis de la sociedad del trabajo, las que a veces parecen secundarias para la izquierda. Es esa combinación de libertad y protección social, junto a su empatía como sanitaria en primera línea del horror madrileño, la que ha convertido a Mónica García en un sólido valor de futuro en un contexto oscuro.

Germán Cano es profesor de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid.

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