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BRASIL
Columna
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Las macabras palabras del ministro de Bolsonaro sobre el sistema de salud pública

Quizás no es casual que el funcionario critique a las personas que desean vivir cuando el Senado investiga la conducta del presidente durante la pandemia

Juan Arias
ministro de Economía de Brasil, Paulo Guedes
El ministro de Economía de Brasil, Paulo Guedes, el pasado 12 de enero en Brasilia.ADRIANO MACHADO (Reuters)

Escribo esta columna en el momento dramático en que Brasil contabiliza 400.000 muertos víctimas de la covid-19. Es un triste aniversario que se podría haber evitado en buena parte sin la actitud de desprecio por la vida mostrada por el presidente Jair Bolsonaro y su postura de bloquear la vacuna. A ello se suma ahora la macabra afirmación de días atrás de su ministro de Economía, Paulo Guedes, que afirmó que el sistema público de salud (SUS) está quebrado porque la gente quiere vivir demasiado: “hasta 100 años”, dijo.

El mismo día en que se creó la CPI (Comisión Parlamentaria de Investigación) del Senado para investigar posibles crímenes cometidos en la tragedia de la covid-19, el ministro Guedes hizo unas graves declaraciones sobre el sistema público de salud considerado, a pesar de sus fallos, como uno de los más avanzados del mundo. Es una gloria de Brasil que ni siquiera los ricos norteamericanos han conseguido implantar a pesar de los intentos del expresidente Barack Obama.

Guedes en su discurso del pasado día 27, que no sabía que estaba siendo grabado, dijo que el actual SUS “está quebrado”. Con dicha afirmación envió al mismo tiempo un mensaje subliminal a los empresarios de la salud de que el futuro de la sanidad en Brasil tendrá que pasar a las manos de los privados favoreciendo así la industria de los seguros particulares. ¿Y los millones de pobres que nunca podrán pagar un seguro ni curarse en un hospital privado? Ahí llega la parte más inhumana. Según el ministro la culpa del descalabro del sistema público de salud no sería del Estado sino de las personas que pretenden vivir demasiado. Es una afirmación que culpa del descalabro sanitario al deseo de las personas de vivir todo lo que puedan.

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Quizás no haya sido casual que el ministro haya criticado a las personas por querer vivir mucho cuando la CPI del Senado investiga la conducta del presidente durante la pandemia, que le ha valido la crítica de estar provocando un genocidio nacional con su negacionismo y su rechazo a la vacuna.

No podemos olvidar que una de las primeras declaraciones del capitán sobre la pandemia fue que “todos debemos morir” y que al final los que más se infectan y mueren son los ancianos y los enfermos crónicos, ya que los atletas como él y los fuertes resisten mejor. Fue entonces cuando reveló que lo que le preocupaba de la pandemia era sobre todo el problema económico. Por ello, que murieran los ancianos y débiles importaba menos ya que ellos no son una fuerza laboral. Son, para él, unos parásitos que consumen sin producir.

Esa falta de humanidad de Bolsonaro, que parece elogiar la muerte de los inútiles e improductivos conjuga perfectamente con la fría y cruel afirmación de su ministro de Economía que estigmatiza el deseo de las personas a seguir viviendo ya que podría poner en peligro el dios del liberalismo para quien las personas sirven solo mientras son capaces de producir. De lo contrario mejor que repriman sus instintos de querer seguir viviendo ya que suponen un peso para la economía. Un buen tema para que la CPI investigue sobre la covid es la responsabilidad de quienes dejaron correr la epidemia vista como una especie de limpieza étnica para eliminar las vidas que el capitalismo cruel considera inútiles y hasta peligrosas para el sistema.

Pena que las 400.000 víctimas mortales de la pandemia no puedan resucitar de sus tumbas para ser testigos en las investigaciones de la CPI. Seguro que los resultados de la investigación serían muy diferentes de lo que serán por los rastreros juegos políticos que la CPI suele entrañar.

Las palabras macabras de Guedes de que la culpa de que el sistema de salud no funcione porque la gente se empeña en querer vivir “hasta 100 años” hace pensar a que lo mejor sería crear una eutanasia general de los que ya han vivido bastante y no pueden producir para no quebrar la economía.

Se comprueba una vez más que la filosofía del bolsonarismo está estrechamente ligada hasta metafóricamente a la muerte y no a la vida. Algo que se revela cada vez más claro en el lenguaje, en la gestualidad imitando a las armas, en los símbolos nazistas, en el amor por la guerra y la violencia, en su desprecio por los débiles que no merecerían vivir y por sus sentimientos de venganza junto con una escondida cobardía y miedo a la vida.

Freud nos enseñó, inspirándose en la mitología griega, que las dos columnas que sostienen el mundo son el Eros y el Thanatos, es decir, el amor por la vida y la reproducción y los sentimientos de muerte. Y que al final, siempre prevalece en el mundo el amor por la vida sobre la muerte ya que de lo contrario el mundo no existiría. El esfuerzo por seguir viviendo a pesar de todas las dificultades que la vida conlleva acaba siendo mayor que el instinto de muerte y de destrucción. Por ello la humanidad ha continuado viva a pesar de las grandes catástrofes, de las guerras mundiales y de las epidemias. Acaba siempre venciendo el instinto de querer seguir viviendo. El bolsonarismo, al revés, parece apostar por el Thanatos freudiano, por la muerte, la negatividad, la violencia y la destrucción.

Es bochornoso en el momento en que Brasil aparece tristemente el centro de la pandemia en el mundo que el general, ministro del Gobierno, Luiz Eduardo Ramos, haya revelado que se ha vacunado a “escondidas”, ciertamente por miedo a la reacción de su jefe el capitán Bolsonaro. El general acabó confesando: “Sí, me vacuné, no tengo vergüenza, porque como todo ser humano, quiero vivir”.

El periodista de Folha de S. Paulo, Joao Batista Natali, tras haber pasado 21 días en coma inducido a causa de la covid-19, ha contado en su periódico el dolor que supuso haber estado muerto durante todo ese tiempo. Su relato termina con el grito: “¡Qué linda es la vida!”. Ojalá su grito de homenaje a la vida llegue a los oídos del ministro que critica a la gente que desea vivir demasiado.

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