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La crisis del coronavirus
Columna
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Crónica del inmunoprivilegio

Mientras que Estados Unidos ya vacunó al 26% de su población, Argentina lo ha hecho solo a cerca del 2% y Brasil al 4%

Una mujer recibe una vacuna contra la covid-19 en Buenos Aires
Una mujer recibe una vacuna contra la covid-19 en Buenos Aires, el pasado 15 de abril.JUAN MABROMATA (AFP)

Somos inmunoprivilegiadas. El adjetivo es, al parecer, un neologismo para los cuerpos vacunados contra la covid-19 y, sin embargo, ya éramos inmunoprivilegiadas cuando el confinamiento nos ofreció a trabajar desde casa y no nos empobrecíamos perdiendo nuestros ingresos; cuando no estábamos en la primera línea de atención en la pandemia o, simplemente, cuando no nos enfermábamos del coronavirus porque vivíamos en la paratopía del aislamiento social. Ahora, vacunadas, añadimos a las anteriores otra dimensión de privilegio: además de ser mujeres latinoamericanas y documentadas en Estados Unidos, recibimos las vacunas antes que nuestros padres en Argentina o Brasil.

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A tale of immuno-privilege

Sin duda, experimentamos ambas malestar y alivio cuando habitamos un cuerpo inmunoprivilegiado por las desigualdades de la vida. Si bien es cierto que todo privilegio es una forma de inmunización, no toda inmunización viene en forma de vacuna. Ser hombre en una sociedad patriarcal es una forma de inmunización a la misoginia, al igual que ser un cuerpo blanco ante la violencia policial. La vacuna solo transforma en mercancía lo que nuestros cuerpos ya vivían como privilegios naturalizados. Y, como con toda mercancía, hay disputas sobre su acceso, control o distribución. Así, mientras que Estados Unidos ya vacunó totalmente (es decir, con dos dosis de la vacuna en los casos en que es necesario) al 26% de su población, Argentina solo ha vacunado a cerca del 2% de la población, y Brasil, al 4%. Haití, el país más pobre del continente americano, ni siquiera ha empezado a vacunar. Menos del 2% del total de las vacunas contra la covid-19, que han sido administradas en todo el mundo hasta la fecha, se han distribuido en África, donde vive el 16% de la población mundial. Existe una geopolítica de la inmunidad: a principios de abril, el 87% de las vacunas ya aplicadas se habían distribuido entre los habitantes de los países de renta alta o media-alta; solo el 0,2% de las vacunas se habían aplicado en países de renta baja. Si se mantienen las tasas globales de vacunación, la inmunidad de rebaño (70-85% de la población que haya recibido las dos dosis de la vacuna) no se alcanzará sino hasta dentro de 4 o 5 años. Está claro que la distribución desigual de las vacunas tiene consecuencias globales inmediatas: mayores posibilidades de nuevas variantes y nuevos riesgos de contagio entre las personas previamente vacunadas. Pero ya sabemos por otras experiencias de privilegio que enfrentarse a las desigualdades no es un asunto fácil de racionalizar para las políticas distributivas: la mercancía se convierte en objeto de disputa entre las naciones. La lógica es acumular para controlar y un nacionalismo egoísta toma la delantera en las negociaciones entre países. Los países ricos consiguieron reservas de vacunas superiores a las necesarias para vacunar a sus poblaciones. El superávit se garantizó como condición para que se desarrollara la vacuna, porque sin una inversión de estos gobiernos, no habría habido vacuna en tan poco tiempo. Sin embargo, en lugar de haber negociado acuerdos de propiedad intelectual que les facilitaran el acceso equitativo a las vacunas a países de renta media que estaban en condiciones de producirla, los gobiernos de los países ricos optaron por garantizar el excedente de mercancía, metiéndolo debajo del colchón. Primero salvan a los suyos y luego se ocupan de los demás. Con esta lógica, Estados Unidos ya ha donado dosis a México y Canadá, y China está negociando con Brasil.

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Los países se ocupan de sus fronteras o de sus agendas comerciales: se trata de personas cuyo acceso al inmunoprivilegio importa, no por valores elegantes de dignidad o derecho a la vida, sino porque son socios comerciales o aliados políticos. Es en medio de esta racionalidad retorcida y perversa, en la que se sopesa quién se inmuniza y quién se deja morir, que nos vemos como cuerpos privilegiados no por lo que somos, sino por ser habitantes autorizadas de un territorio que no es el nuestro.

Lamentablemente, no tenemos forma de distribuir nuestro inmunoprivilegio, este se convierte en una propiedad individual inalienable. Una propiedad más para los cuerpos que ya de por sí sobreviven porque son privilegiados. Sin embargo, ahora para algo que no reconocíamos como propiedad: la legitimidad de habitar temporalmente un país acumulador de vacunas.

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