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COLUMNA
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Represaliar a Putin

El presidente Biden, sin levantar la voz, no se someterá a presiones desestabilizadoras de adversarios autocráticos

El presidente Joe Biden habló sobre Rusia en la Casa Blanca la semana pasada.
El presidente Joe Biden habló sobre Rusia en la Casa Blanca la semana pasada.TOM BRENNER (Reuters)
Francisco G. Basterra

Biden represalia a Rusia y a su presidente Putin por su continuado y creciente “comportamiento maligno”, y redobla, de manera diferente a como lo hizo su predecesor Trump, la presión sobre la China de Xi. El presidente demócrata, sin levantar la voz, no se someterá a presiones desestabilizadoras de adversarios autocráticos. Biden no es el Chamberlain británico apaciguando a Hitler en los años 30 del siglo XX. Qué equivocado estaba Trump cuando le caricaturizó como una marioneta de Pekín. Utiliza el teléfono rojo con Moscú para sugerir a Putin una cumbre este verano en algún punto de Europa, para buscar una relación más estable y predecible con Rusia, al tiempo que advierte al Kremlin de que no se le ocurra traspasar militarmente la frontera de Ucrania. La última guerra en Europa mantiene los rescoldos en la región de Donbás.

El prudente Biden anuncia represalias personales y financieras contra Rusia: prohíbe que EE UU compre o negocie deuda pública rusa; expulsa a 10 diplomáticos de su Embajada en Washington. Por intentar socavar las elecciones presidenciales de 2020, y por actividades cibernéticas maliciosas en la operación Solar Winds para penetrar en miles de ordenadores del Gobierno estadounidense. Incluye en la lista de cargos la anexión de Crimea y el envenenamiento del opositor Navalni. Biden no duda de que la restauración doméstica es lo primero. Multiplica el gasto público, hasta cinco billones de dólares, frente a la crisis económica —de la que está saliendo rápidamente con un rebote positivo de crecimiento y empleo— y pandémica. Pero sin olvidar el regreso de EE UU al mundo, al multilateralismo, y la necesidad de marcar territorio frente a China, el adversario estratégico más importante de EE UU.

Y también frente a la Rusia de Putin, la potencia pobre —su economía está en tamaño entre la italiana y la española— pero tiene a su favor poseer el segundo arsenal nuclear y la inmensidad continental de su territorio, 12% de la superficie de la tierra, con enormes depósitos de gas y petróleo. Pero lastrada por una gran pobreza demográfica. Rusia actúa a favor de la división y desestabilización de Europa, con cierto éxito. La UE debe confrontar el reto y reconstruir las deterioradas relaciones con Rusia, cuyo aislamiento es un factor negativo. Rusia no es un país asiático, sino una gran potencia europea situada en Asia que debe estar incluida en el nuevo equilibrio mundial. Biden advierte a Moscú y a Pekín del error de confundir el repliegue de EE UU con su declive terminal. EE UU regresa y hay Putin para rato. Pero Rusia no está en condiciones de cobrarse la desaparición de la URSS, que Putin calificó de la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX. Pareciera que estamos ante una nueva temporada de la desaparecida guerra fría, en la que la destrucción mutua asegurada por los arsenales nucleares de los contendientes es sustituida por una lucha por la hegemonía con las armas de la economía, la tecnología y los ataques procedentes del ciberespacio.

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