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TRIBUNA
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Argelia, un polvorín detrás de los selfis

El movimiento que en 2019 congregó a millones de personas está agotado y sometido a los intentos islamistas y radicales de utilizarlo. El rechazo anunciado a las elecciones es atractivo, pero será catastrófico

Kamel Daoud
Argelia Hirak
EDUARDO ESTRADA

Viernes en Orán. Hace muy bueno. A las 14 horas, los fieles salen de las mezquitas con sus alfombras de oración bajo el brazo. Hoy es día de asueto. Algunos irán de fiesta y otros llevarán a sus familias a los escasos bosques o parques de los alrededores. Hoy es también el aniversario del Hirak o “Movimiento”. El nombre árabe de este levantamiento nacido el 22 de febrero de 2019 tiene sentido en un país paralizado durante 20 años por el régimen de Buteflika (hoy depuesto, sus hombres encarcelados), él mismo impotente desde hace tiempo. En sus primeros días, el movimiento congregaba a millones de personas. Gracias a su apuesta por un pacifismo escrupuloso ante un poder acostumbrado a las represiones en nombre de la “estabilidad”, supo encontrar la fórmula para hacer caer al régimen. El ejército, centro del poder, comprendió el mensaje: había que deshacerse de la banda de oligarcas y ministros de Buteflika, preservar el carácter pacífico del movimiento y “no derramar sangre”, juzgar a los señores de la corrupción e iniciar la transición. Estos compromisos fueron suficientes para muchos. Para otros hacía falta una ruptura más profunda. Entre radicalismos, concentraciones elitistas urbanas de la oposición en Argel, casi sin vínculo con el resto del país ‒más conservador‒, regionalismos, idealismo y extremismo, el “movimiento” se agotó y algunos ya no parecen encontrarle sentido, mientras que a otros les aterra. Prueba de esta radicalidad y de su secuestro a manos de corrientes identitarias extremistas es que está “prohibido” dar cuenta de su retroceso. La apropiación de la imagen del Hirak, las redes sociales y los medios opositores, impiden desde hace tiempo toda discusión racional sobre el movimiento. No es posible afirmar ni su incapacidad para dar una respuesta adecuada a las expectativas de la mayoría de los argelinos, a su miedo al caos, ni cuestionar la imagen idealista encerrada en la lógica “Dictadura contra pueblo víctima” que reproducen los medios occidentales. El Hirak contribuye a hacer invisible el país real tanto como lo hace el poder.

En Orán, el lugar de reunión es la Plaza de Armas, en el centro de la ciudad. Allí fue donde el urbanismo colonial estableció el meollo oranés, entre un teatro magnífico, el imponente edificio del ayuntamiento y la salida hacia los barrios españoles de antaño. A las 14:30, unos cuantos furgones policiales rodean a algunas docenas de manifestantes que corean a pleno pulmón eslóganes ya conocidos: “Estado civil, no militar”, “Ni laicos ni islamistas”, “¡Independencia!” o “Servicio secreto terrorista”. La referencia es indescifrable para los extranjeros: intentan recordar el dudoso papel del ejército frente a los islamistas de los años 90. Estos últimos maniobran hoy para blanquear sus crímenes y presentarse como alternativa. El núcleo de la muchedumbre es compacto, rodeado por la policía. Una multitud de smartphones filman a la concurrencia. A lo lejos, los curiosos observan mientras esperan el tranvía o simplemente deambulan. Son mucho más numerosos que los “revolucionarios”. Hace dos años se manifestaban con fervor. Hoy, observan con prudencia. Muchos confiesan en voz baja que no comprenden lo que quiere este Hirak, que ellos se han “retirado” (es su expresión) o te explican que “el verdadero Hirak terminó y ya cumplió su misión”. Esta mayoría no aparece en los medios locales ni internacionales. ¿Su retirada del movimiento? No fue una muestra de aprobación concedida al régimen, sino una muestra de realismo y de prudencia: las imágenes de la vecina Libia rondan todas las mentes. De hecho, las reivindicaciones de los manifestantes son ahora indescifrables para estos paseantes de fin de semana.

La impotencia para ofrecer una solución política divide el espacio político argelino en tres campos: “un poder débil, un gobierno sin autoridad y la calle secuestrada por los islamistas”, resume un colega y buen observador. Le falta añadir a unos “progresistas” sin visión. Por supuesto, esta conclusión provoca aspavientos entre los idealistas del Hirak: desde las redes sociales, velan por borrar las profundas divisiones argelinas, el peso cada vez más notable de los islamistas, que se mantienen en un segundo plano (aprendieron la lección después de las primaveras árabes), y la dramática impotencia del Hirak urbano para llegar hasta la vasta Argelia profunda. Mientras que, entre represión policial, covid, confinamiento y vacilaciones, algunos grupos seguían celebrando las marchas semanales, la corriente islamista avanzaba eficazmente infiltrándose en sindicatos, escuelas, asociaciones, voluntariado, mecenazgo y medios arabófonos. El juego de la propaganda queda para los demócratas, con las redes sociales, los selfis narcisistas y las declaraciones entusiastas más legibles para Occidente. Enfrente, aún más incapaz de concebir una transición inteligente, carente de coherencia y paralizado por las purgas del personal del régimen anterior, el poder camina a tientas. Solo los islamistas progresan con el apoyo franco de la “internacional islamista”, lejos de los retratos de los barbudos en kamis de los años 90 (década de la guerra civil argelina).

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Alguien enarbola una bandera palestina en la plaza de Armas para obtener la adhesión de la gente, pero es en vano. Los oraneses permanecen mayoritariamente al margen. Algunos abren sus comercios. Otros buscan un taxi. A ojo de buen cubero, los “revolucionarios” son apenas ciento veinte, siempre rodeados por la policía.

Entonces, ¿en qué punto se encuentra el Hirak?

De vuelta a casa, descubrimos en las redes sociales la amplitud artificial del movimiento. “Imágenes de la inhumana represión en Orán”, reza el hilo de un simpatizante residente en... Francia. Los comentarios virales no se hacen esperar. Alimentan sus iras. Nadie se molesta en verificar la información. Tal es el resumen del efecto internet sobre la realidad del Hirak: amplifica su peso, falsea la percepción de su naturaleza y de sus actores y oculta las realidades argelinas. Más desastroso aún... Los medios occidentales elaboran sus análisis a partir de las imágenes fuera de contexto de una chiquilla llorando. Para los testigos locales resulta hasta peligroso recordar la obligación de matizar, pues, en Argelia, los tribunales digitales enseguida te señalan como partidario del régimen si insistes en la necesidad de un mínimo de exactitud. “Muchos pensamos que el Hirak ha sido desnaturalizado, ha sido víctima de los selfis y ha perdido el vínculo con la realidad y las relaciones de fuerzas necesarias para tener algo de peso frente al régimen, pero personalmente no me atrevería a escribirlo”, precisa un periodista de la capital. En Argel, el 8 de marzo, y según distintos testimonios, unas mujeres hirakistas discretamente escoltadas por los islamistas presionaron a la concentración feminista semanal para que se disolviera. Una realidad de la que nadie quiere hacerse eco. Todos prefieren el lirismo revolucionario. “Millones de personas volvieron a marchar por las calles y callejas de las ciudades y pueblos de Argelia”, rezaba el editorial de un gran periódico capitalino, ignorando histéricamente la realidad del descenso demográfico de las manifestaciones, que apenas reunieron a unas decenas de miles de personas.

El análisis del Hirak argelino choca con una dificultad importante: la imposibilidad de acceder al país. De ahí que las fuentes habituales sean militantes locales y comunidades de exiliados, con el consiguiente riesgo de contaminación por entusiasmos y cóleras varios. Las redes sociales añaden un efecto ilusivo que hoy parece la regla para tratar los territorios políticos exóticos. Por más que uno repita que en Orán hay pocas “horribles represiones”, que los policías repartieron algunos porrazos y que, sorprendentemente, ciertos cabecillas intentaron provocarles con insistencia, justamente para obtener “imágenes concretas”, las percepciones no cambian: una revolución es a menudo binaria, exótica, reducida a las simplificaciones mediáticas. Solo mucho tiempo después de la caída de la denostada dictadura descubrimos a los ayatolás.

El caso argelino es difícil de descifrar. Está el cambio de estrategia de los islamistas, la increíble impotencia del régimen para garantizar una transición o incluso su propia supervivencia, y el ejercicio de negación de las élites urbanas democráticas, esencialmente capitalinas. Los que avanzan claramente son los agitadores islamistas exiliados en Londres o en Francia. “En 2019, los islamistas contemplaron la posibilidad de un escenario tunecino”, explica a este autor un brillante analista. “Contaban con la caída del régimen, pensaban servirse de los demócratas como vitrina y tomar el poder a la chita callando. El régimen no cayó. Por eso ahora quieren retroceder hacia la confrontación, como a comienzos de los años noventa. Esto explica mejor las provocaciones y la voluntad deliberada de buscar un enfrentamiento para mediatizar las imágenes internacionalmente”.

Deseoso de conservar la iniciativa, el poder acaba de anunciar la organización de unas elecciones legislativas para el próximo junio. Pero los hirakistas las rechazan, despejando así el camino a los populistas e islamistas. Un rechazo atractivo mediáticamente que sin duda será catastrófico.

Oculta por las imágenes de las redes sociales, la realidad argelina ha escapado poco a poco a los análisis lúcidos. Está en juego sin embargo el futuro de un país cuya desestabilización, o cuya futura deriva hacia un Irán sunita en el norte de África, afectaría a toda la cuenca mediterránea. Sin embargo, los entusiasmos voyeristas encuentran más adeptos que el análisis de este riesgo.

Kamel Daoud es escritor.

Traducción de José Luis Sánchez Silva.

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