_
_
_
_
_
COLUMNA
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Cáncer

Tengo una oncóloga que se llama Cristina, y un día me dijo “tienes un carcinoma”, que es una de las maneras en que a uno le pueden dar una noticia tan llena de connotaciones

Jorge M. Reverte
Una enferma de cáncer de mama recibiendo quimioterapia.
Una enferma de cáncer de mama recibiendo quimioterapia. RICHARD LAUTENS (GETTY IMAGES)

Solo la palabra da susto. Y si se la lanzan a cualquiera con nombre y apellidos, para qué hablar más. Los médicos son los autorizados para usarla. Para ser más precisos, los oncólogos. Yo tengo de eso, bueno, en femenino, tengo una oncóloga que se llama Cristina, y un día me dijo “tienes un carcinoma”, que es una de las maneras en que a uno le pueden dar una noticia tan llena de connotaciones. En resumen, que me ha dicho que tengo un cáncer.

Mi vida desde entonces ha cambiado, como era previsible. Pero no solo de la manera obvia, sino de otra que tiene muchas repercusiones sociales. No es la menor, ni mucho menos, la relación con los pacientes de covid-19, que son muchos más en los hospitales y se llevan la atención del respetable.

Porque se ha abierto una rivalidad que antes no existía, porque no estaba asentado el maligno, entre los que tienen afectado alguno de sus órganos por un cáncer que muchas veces es mortal, pero que es un poco como de casa, y el nuevo bicho asesino que nadie esperaba.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

En los hospitales la bronca entre los afectados por uno u otro emerge a cada paso, a las puertas de cada consulta médica y en la embocadura de cada respirador. La rivalidad entre los grupos se hace más y más evidente, sobre todo desde que se celebró con más pena que gloria el Día Mundial contra el Cáncer, para el que antes muchas mujeres españolas se ponían entre las melenas peinetas de carey y vistosas mantillas negras de seda.

La pugna se produce por el uso de los equipos, y de las personas que los manejan, pero aún no está personalizada. Por ejemplo, ¿cuántos respiradores hay para terminales de cáncer? De momento, nadie los cuenta, menos mal.

Es otra cosa, es un ambientillo que flota en el hospital…

Tengo la estupenda sensación de pertenecer a un grupo, como si fuera un soberanista catalán, tan distinto de los españoles. Puedo mirar con cierta condescendencia a los pacientes de covid, aunque siempre con un problema, que es el de la posibilidad de ser infectado. En cierto modo, los pacientes-rivales son como los zombis de las películas: si le muerden a uno, se acabaron las diferencias.

Voy a disfrutar todo lo posible de mi nueva condición: soy un enfermo de cáncer, el bicho de siempre, y tengo oncóloga. En otras palabras, que soy gente en esto.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_