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Columna
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Es el aire, amigo

Crece la presión sobre las agencias de salud para que se reconozca que los aerosoles son el gran vector de trasmisión

Javier Sampedro
Un grupo de personas en un bar de Sevilla el pasado noviembre.
Un grupo de personas en un bar de Sevilla el pasado noviembre.PACO PUENTES (EL PAÍS)

La buena noticia es que el contagio del SARS-CoV-2 por superficies y otros objetos inanimados es una cuestión menor. Esa vía de contagio, a la que debemos nuestra aversión a tocar cualquier cosa y una cornucopia de ganancias para los fabricantes de geles hidroalcohólicos, fue más bien una hipótesis informada que un dato comprobado. Durante la primera mitad de 2020, el conocimiento de este coronavirus era tan escaso que las recomendaciones sanitarias se basaban en la experiencia con otros agentes infecciosos y en los escasos datos obtenidos en unas condiciones de laboratorio muy distintas del mundo real en que vivimos. Fue ya en julio del año pasado cuando The Lancet mostró que el riesgo de transmisión del coronavirus a través de superficies había sido exagerado.

La mala noticia es que la relajación anímica sobre las superficies viene exactamente compensada por la angustia del contagio por el aire. “Por el aire” quiere decir a través de aerosoles, que están compuestos por unas gotículas tan minúsculas que no caen a las superficies, sino que se acumulan en los espacios cerrados y mal ventilados. Toserle a alguien en la cara también disemina el virus, desde luego, pero eso lo sabe todo el mundo y evitarlo es bien fácil. El gran enemigo invisible son los aerosoles, que te llenan el salón de virus en cuanto vienen los cuñados a la cena de Nochebuena, por poner un ejemplo tonto.

Nada de esto implica una llamada a dejar de lavarse las manos o limpiar los muebles. Esas son prácticas sumamente aconsejables en pandemia y fuera de ella. Lo que sí implica es que tenemos que desplazar el foco de atención. El SARS-CoV-2 se transmite sobre todo a través del aire, y rara vez por las superficies. Los reguladores nacionales y la Organización Mundial de la Salud (OMS) han sido extraordinariamente reticentes a aceptar estas evidencias, por razones poco comprensibles. Las agencias siguen empeñadas en resaltar el peligro de las superficies y en atenuar el de los aerosoles.

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La cuestión es importante. Los editorialistas de Nature, una voz muy influyente en el sector, llaman a la OMS y a los reguladores nacionales a focalizar sus recomendaciones en mejorar la ventilación y los purificadores de aire que sigan unos estándares rigurosos. La OMS y las agencias deberían, según la publicación científica, aclarar sus recomendaciones, resaltando el riesgo de los espacios cerrados y poniendo menos énfasis en un contagio por superficies que, vistas las evidencias, solo es una parte menor del problema. Los ayuntamientos tienen que saber si sus mejores recursos deben destinarse a desinfectar las superficies o a otra cosa más eficaz y las autoridades sanitarias harían bien en promover unos sistemas de ventilación verificados contra el virus. Todos nosotros, al final, tenemos que dedicar nuestra exhausta atención a desinfectar superficies o a limpiar el aire.

La presión científica sobre la OMS, los CDC (centros de control de enfermedades de Estados Unidos) y las demás agencias nacionales se enmarcan en una cuestión esencial y más amplia. La investigación sobre el coronavirus se mueve muy deprisa y las agencias de salud pública tienen que mantenerse a esa altura. En resumen, mascarillas, distanciamiento y ventilación. Y transparencia si es posible.

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