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Columna
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Soberanía

La clave de lo contemporáneo no es la imposible independencia absoluta, sino la interdependencia

Xavier Vidal-Folch
Boris Johnson y Ursula von der Leyen, este miércoles en Bruselas.
Boris Johnson y Ursula von der Leyen, este miércoles en Bruselas.delmi alvarez

La soberanía es esa “solución maravillosa” por la cual “seríamos capaces de hacer exactamente lo que quisiéramos”. Parece la definición de un niño caprichoso que reclama para sí todos los juguetes, usarlos a cualquier hora e impedir, si le viene en gana, que los otros niños puedan también jugar con ellos. Pero no; es la acuñada el viernes por el primer ministro de Su Majestad británica, Boris Johnson. Y a la que se apuntan, según acreditan sus peregrinas conductas, nacionalistas de todo pelaje en el universo mundo.

Sabrá Boris latín y griego, que los sabe, pero le aprovechan lo justito. Predicábase inicialmente la categoría de la soberanía del soberano del Antiguo Régimen. Precisamente el de la monarquía absoluta, heredera por la gracia de Dios de su poder absoluto: omnímodo, ejercitable sobre todo, y erga omnes, frente a todos. Pero ese mundo ya no existe.

El universo de las democracias contemporáneas aspira a configurar un espacio de identidades superpuestas, como las describe el gran Amin Maalouf; un conjunto de competencias concurrentes; un mundo de soberanías compartidas. La clave de lo contemporáneo no es la imposible independencia absoluta, sino la interdependencia. Por eso la civilización consiste en gestionarla mediante la negociación, las concesiones, el pacto.

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Y por eso nada más estrambótico ha sucedido en este infinito culebrón del Brexit que el anuncio de Boris de que se apresta a enviar unas cuantas cañoneras —bien pertrechadas de ametralladoras— al canal de la Mancha, para defender (sic) a sus pescadores. Penoso, si no fuera ridículo. Conviene saber geografía y no confundir las Malvinas con Normandía. ¿O es que acaso tendremos que acudir a la reducción al absurdo y sospechar que el actual primer ministro pueda querer medir su poder atómico con la force de frappe francesa a fin de apuntalar un negocio tan rutilante que apenas supone el 0,1% de su PIB?

Si el líder populista investiga cómo le ven los demás, incluidos sus correligionarios John Major, David Cameron o Theresa May, aprenderá por qué Angela Merkel y Emmanuel Macron ya no le cogen el teléfono; por qué los Veintisiete dedican al pos-Brexit apenas 10 minutos de su última cumbre, en vez de una sesión estrella, y por qué si uno es soberano para prohibir el acceso de los otros a sus aguas, los demás lo son para impedir la llegada a sus tiendas del pescado que aquel pretende exportarles. Se llama mercado interior. Y va de soberanías compartidas.


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