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Columna
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Estados Unidos se ha liberado de sus demonios con la derrota de Trump. ¿Será ahora el turno de Brasil?

A las personas se las conoce por los gestos, y Bolsonaro, con su falta de educación y de diplomacia, se ha retratado a sí mismo

Juan Arias
El presidente brasileño, Jair Bolsonaro, este lunes en Brasilia.
El presidente brasileño, Jair Bolsonaro, este lunes en Brasilia.EVARISTO SA (AFP)

Estados Unidos estuvo al borde de una guerra civil provocada por el histrionismo, el desprecio, cuando no por la persecución de las minorías del presidente Trump, así como por su negacionismo de la pandemia. A su vez, el presidente Jair Bolsonaro llegó a poner a Brasil a la vera de un golpe de Estado que habría llevado al país a una nueva dictadura y que fue curiosamente frenado por los generales que se cobijan en su Gobierno.

Estados Unidos ha sabido castigar en las urnas a quien amenazaba con desarticular al país y al mundo con un populismo peligroso y vulgar.

Bolsonaro, considerado el Trump de los trópicos, no ha felicitado hasta ahora al vencedor de las elecciones en las urnas, que no es ningún comunista sino un liberal democrático. A las personas se las conoce por los gestos, y Bolsonaro, con su falta de educación y de diplomacia, se ha retratado a sí mismo.

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¿Existen esperanzas que, así como los norteamericanos han arrojado los demonios que afligían a una de las democracias más sólidas y antiguas del mundo moderno, Brasil tenga también la capacidad de reunir de nuevo al país para liberarse del nuevo caudillo amante de la violencia y adorador de las armas que como Trump está dividiendo al país y robándole la esperanza?

El ganador de las elecciones en Estados Unidos, Joe Biden, ha declarado ya en su primer discurso como vencedor de las elecciones que desea ser el presidente de “todos los estadounidenses y curar las heridas” abrazando a todas las minorías para reunificar al país, la mayor potencia bélica y económica del planeta.

El programa de Biden está a las antípodas del populista y racista brasileño que discrimina, divide y envenena a la sociedad.

Estados Unidos, con Biden, desea que el país salga del infierno al que lo estaba arrastrando la locura de un Trump al que la mayoría de los estadounidenses le ha dicho basta.

Brasil está aún a tiempo de escoger el camino del infierno, con sus desprecio por la democracia y su rechazo de las minorías al que lo está empujando Bolsonaro, o en cambio volver a dar al mundo un ejemplo de convivencia con todas sus diferencias y con la riqueza de posibilidades de crear una sociedad plural, rica económica y culturalmente que siempre lo distinguieron y lo hicieron ser apreciado y respetado en el mundo.

La noticia más explosiva los días pasados en el mundo ha sido la derrota del histriónico Trump, que estaba envenenando a un país que fue siempre meca de todos los que buscaban posibilidades de superación.

No por casualidad la mayoría de sus premios Nobel son hijos de migrantes que se injertaron en un país que no hacía distinción de raza.

Quizás por ello el mundo ha recibido con alivio la noticia de la derrota de Trump, que amenazaba la democracia mundial y estaba atemorizando al planeta. Ahora el peligro que corre Brasil es el de no encontrar un Biden capaz de unificar un país rasgado y preocupado con su futuro y el de sus hijos.

Brasil necesitará encontrar a alguien dispuesto a reunificar al país con sus venas abiertas y de entusiasmarle con la esperanza de un nuevo ciclo de prosperidad económica sin esos millones de abandonados a su suerte y donde nadie se sienta excluido y perseguido por sus ideas, su credo y sus preferencias políticas y culturales.

¿Existe en Brasil hoy un Biden capaz de enfrentarse con su crisis de identidad y que devuelva al país las ilusiones perdidas? La responsabilidad que recae sobre los políticos brasileños de todos los colores políticos es doble después de que los Estados Unidos han dado un ejemplo al mundo de saber escoger la libertad a la barbarie.

Brasil por su importancia económica y política en el continente, necesita deshacerse con urgencia de la forma de gobernar histriónica e infantil que lo aqueja y que sea capaz de devolver a su gente la fe perdida en la vieja política, raíz de tantos desasosiegos que han culminado en la aventura de un Presidente y de un gobierno que más parecen estar dirigiendo un país bananero que una potencia mundial.

Como ha escrito en su editorial este periódico “el momento es grave y muchas cosas están en juego: siete décadas de florecimiento de los valores democrático liberales están amenazados por algo más que nubes oscuras”.

¿Y en Brasil?

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