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Columna
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Darwinismo político

En las elecciones vascas y gallegas se ha certificado el viejo principio: gana más quien mejor se adapta al terreno

Pablo Simón
Bakartxo Tejeria, Iñigo Urkullu, Andoni Ortuzar y Leixuri Arrizabalaga Arruza celebran el triunfo del partido en la sede del partido en Bilbao.
Bakartxo Tejeria, Iñigo Urkullu, Andoni Ortuzar y Leixuri Arrizabalaga Arruza celebran el triunfo del partido en la sede del partido en Bilbao.H.Bilbao (Europa Press)

Las elecciones gallegas y vascas presentan lecciones de interés. El incremento de la abstención en el País Vasco y Galicia, que ha sido algo más alto de lo esperado. El miedo a la covid-19, la ausencia de polarización y, sobre todo, de unas elecciones competidas son tres factores que pueden estar detrás. Los datos posteriores nos ayudarán a saber qué ha pesado más, pero se confirma la tendencia que asocia la baja participación electoral a la continuidad política.

Desde la perspectiva de los ganadores, se confirma que en tiempos de pandemia el elector prefiere no hacer mudanza. El voto retrospectivo, es decir, el examen de la gestión del PPdeG y el PNV durante estos años, quedó claramente opacado durante la campaña. Solo se habló de la pandemia y sus efectos, así que, ante eso, una parte sustancial del electorado ha preferido fórmulas conocidas en previsión de lo que viene. En el caso de Galicia, su sistema de partidos ha vuelto al escenario anterior a 2012, cuando la nueva política empezó a asomar. La similitud de los comicios actuales con los de 1997 es sorprendente, pues no es la primera vez que el BNG tiene la medalla de plata, aunque sin poder gobernar. La fórmula Feijóo, que marida competición moderada (consigue la mitad del voto gallego de centro, y Casado apenas el 23% con el el votante autonomista) ha hecho su victoria arrolladora.

El PSdeG no ha logrado disputar el centro a la maquinaria engrasada del PPdeG y no ha capitalizado la extinción de las Mareas, cuyos votantes han optado por un nacionalismo que ha puesto más el énfasis en lo social que en lo identitario. Quizá esta apuesta, que genera una suma cero en el voto progresista gallego, explique la falta de alternancia. Pelean por la segunda posición, pero no ensanchan el espacio.

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En Euskadi, se ratifica la hegemonía total del PNV. Convertido en un partido atrapalotodo de manual, ha mordido a izquierda y derecha, entre votantes que se sienten solo vascos y también entre los de identidad solo española. EH Bildu se ha aposentado como primera espada de la oposición. Su votante es el más fiel y se ha beneficiado de la descomposición de Podemos. Este último sufre fugas muy parecidas a las de otras de sus marcas territoriales en las autonómicas del pasado año, entre la mitad y dos tercios de los apoyos. Como en Galicia, el PSE resiste, pero no capitaliza ni la caída de Podemos ni estar en el Gobierno.

Quizá el fracaso más llamativo sea el de la alianza del PP y Cs. Se confirma que las coaliciones preelectorales rara vez suman y esta ha fracasado en todos sus objetivos: ha vuelto testimonial al PP de Euskadi y no ha impedido la emergencia de Vox. Se certifica el viejo principio del darwinismo político: gana más quien mejor se adapta al terreno. No es solo que la covid-19 haya imprimido en el votante la querencia de estabilidad, también ha primado a las fuerzas que se considera que defienden mejor los intereses específicos de su tierra. Una llamada de atención a los que piensan que un partido empieza y acaba en la M-30.

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Sobre la firma

Pablo Simón
(Arnedo, 1985) es profesor de ciencias políticas de la Universidad Carlos III de Madrid. Doctor por la Universitat Pompeu Fabra, ha sido investigador postdoctoral en la Universidad Libre de Bruselas. Está especializado en sistemas de partidos, sistemas electorales, descentralización y participación política de los jóvenes.

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