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Tribuna
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Epidemiología social y movimiento antivacunas

Muchas personas siguen impertérritas con su frívola visión de la realidad del dolor

Una enfermera inyecta una vacuna a un hombre en Morelos, México.
Una enfermera inyecta una vacuna a un hombre en Morelos, México.Margarito Pérez (Margarito Pérez)

La pandemia del coronavirus interpela a todos y prácticamente en todos los aspectos de nuestra vida, desde los hábitos de comportamiento hasta las decisiones sobre cuestiones complejas que afectan a nuestras convicciones, modos y estilos de vida. Es pronto todavía para poder pronosticar si esta pandemia va a cambiar el mundo o a qué dominios de nuestras vidas pueda llegar, sea en el campo de lo económico, lo político, lo sanitario, e incluso las relaciones íntimas. Sin embargo, ya se vislumbra que, en algunos ámbitos sociales, habrá diferentes repercusiones en función de cómo evolucione la covid-19. Todo dependerá de lo que hayamos asumido o dejado de lado de esta experiencia insospechada.

Una de las cuestiones sobre las que se podría esperar un cambio de actitud es en el movimiento antivacunas, dada la necesidad de que aparezca la ansiada vacuna que acabe con esta dichosa plaga y que está ocupando de manera cooperativa, como nunca se había visto antes, a científicos de todo el mundo. No obstante, parece por ahora que la corriente anti-vacunas no se da por aludida, de tal manera que no les ha hecho rectificar, antes al contrario, muchos de sus seguidores siguen impertérritos e impermeables con su frívola visión de la realidad del dolor.

Algunas informaciones aparecidas las últimas semanas dan muestras de dicha situación. Javier Sampedro (EL PAÍS, 30 de abril de 2020) señala: “Por los pocos datos que tenemos en España, esta corriente de pensamiento no supone un grave problema aquí (tal vez un 6% de padres antivacunas). Contrariamente hay otros países en que sí se supone tal realidad, comenzando por Estados Unidos”. También la revista ConSalud del 25 de abril de 2020 da ejemplos de ello. Es el caso del tenista Novak Djokovic, que advirtió de que si la competición se reanudaba en los próximos meses y alguien le “forzaba” a vacunarse para poder viajar, retrasaría su vuelta al tenis. La rapera británica M.I.A. también se ha unido al tenista serbio en el rechazo a la vacunación. En su cuenta de Twitter, la rapera publicó que si tuviera que elegir entre la vacuna o un chip, elegiría la muerte.

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¿Qué nos puede decir la epidemiología social frente a esta pandemia? ¿Cómo aborda el movimiento antivacunas? La epidemiología social centra su estudio en los factores sociales como causas últimas de la salud comunitaria. No cabe duda que la covid-19 ha afectado de forma muy dispar a los distintos colectivos poblacionales por causas que van desde las económicas hasta las geográficas. La pregunta es si la salud, incluso la muerte en algunos casos, de los niños no vacunados por decisión de sus padres corresponde a la explicación de la epidemiología social en sentido estricto.

Hay que decir que la decisión de no vacunar a los hijos no está causada, al menos en nuestras sociedades occidentales, por falta de medios materiales o de conocimiento, sino por esnobismo, en el mejor de los casos. Afortunadamente, disfrutamos de una sanidad universal que, aunque mejorable, cubre la salud de sus ciudadanos y, muy especialmente, la de los menores. Además, la negación sistemática a vacunar a los menores es una falta de consideración con todos aquellos que viven en países en los que la atención sanitaria no está asegurada y no pueden ser vacunados, siendo víctimas de enfermedades y muerte prematura. Los motivos del negacionismo son, fundamentalmente, ideológicos, llegando incluso al fanatismo. ¿Podemos seguir diciendo, entonces, que los problemas de salud y muerte de los niños no vacunados corresponden a determinantes sociales de la salud como lo entiende la epidemiología social? Tomando los factores sociales en sentido amplio, sí, pero sería un grave error ignorar la responsabilidad directa de sus inductores y sus practicantes.

Así las cosas, es responsabilidad de la sociedad tomar cartas en el asunto. No podemos quedar impasibles ni ser condescendientes con conductas que ponen en peligro a los menores. La responsabilidad es de todos, empezando por la clase política, que es la que tiene en sus manos que la vacunación sea obligatoria, pero también de las autoridades sanitarias y educativas, que deben evitar que los padres se dejen convencer por falsos curanderos y todo tipo de fake news y exageraciones sobre la vacunación.

Hay que plantear la cuestión desde el campo de la ética y la responsabilidad moral de los adultos implicados en estas decisiones. En primer lugar, los padres que, consciente o inconscientemente, están arriesgando la salud de sus hijos en aras de ideologías o creencias religiosas absolutamente dañinas. Puede que algunos padres piensen que a sus hijos no les pasará nada porque todos los demás niños están vacunados, pero esta es una actitud egoísta e injusta que no se debería consentir. Y también hay que pedir responsabilidad a los que desde posiciones privilegiadas intelectualmente dan pábulo a estas posiciones e intentan persuadir a los padres de que no vacunen a sus hijos.

Anna Estany es profesora de Filosofía de la Ciencia y Àngel Puyol es profesor de Ética, ambos en la UAB. Son autores de Filosofía de la epidemiología social (Plaza y Valdés).


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