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Tribuna
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López Obrador, la CELAC y el giro latinoamericano

A pesar de que México ha contribuido a la distensión en Venezuela, al ser sede del diálogo entre maduristas y opositores, y se ha distanciado del régimen de Ortega en Nicaragua, el espaldarazo a Díaz-Canel atiza el disenso regional

Andrés Manuel López Obrador, participando en la Sexta Cumbre de la CELAC en el Palacio Nacional.
Andrés Manuel López Obrador, participando en la Sexta Cumbre de la CELAC en el Palacio Nacional.HANDOUT (AFP)

Era predecible, desde aquella visita de Andrés Manuel López Obrador a la Casa Blanca de Donald Trump, en el verano de 2020, que en la segunda mitad de su sexenio, tras la firma del Tratado de Libre Comercio (TMEC) con Estados Unidos y Canadá, el presidente mexicano impulsaría la relación con América Latina. La presidencia protémpore de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) ha facilitado esa reorientación.

Pero, ¿qué tan pronunciado, en la práctica, no en la retórica, es ese giro diplomático? La recién concluida cumbre de la CELAC en la Ciudad de México logró levantar ligeramente el perfil de un foro muy debilitado desde la última reunión en Punta Cana, República Dominicana, en 2017, a la que asistieron unos pocos mandatarios del bloque bolivariano. Desde que la crisis venezolana dividió a la región, la CELAC, ahora sin Brasil, no ha podido recuperar su convocatoria de integración.

Durante su periodo ascendente, entre 2010 y 2015, la CELAC logró mantener la lógica de la integración gracias a rotar entre Gobiernos de diferente signo ideológico: México, Venezuela, Chile, Cuba, Costa Rica. En la actual coyuntura de polarización regional, esa secuencia rotativa parece inconcebible. La crispación impediría que el organismo sobreviva al paso de un Gobierno a otro. De ahí que la propuesta más plausible sea que la presidencia pase de México a Argentina, país que atraviesa una crisis política como consecuencia de la derrota del oficialismo en las elecciones primarias.

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Las posibilidades de relanzamiento del foro también se estrechan por el sentido altamente ideológico que el Gobierno mexicano ha dado a su presidencia protémpore. En contra de una proyección realista inicial, que insinuaba la búsqueda de buenas relaciones con Ejecutivos diversos, México ha priorizado sus vínculos con Bolivia, Argentina, Cuba y ahora Perú. Es cierto que se trata de cuatro países regidos por izquierdas distintas, pero con dos Gobiernos fuertemente inscritos en el eje geopolítico bolivariano.

La expectativa de que México y Argentina, como miembros del Grupo de Puebla, podían producir un efecto moderador de las izquierdas bolivarianas ha ido desvaneciéndose. Al colocar en el centro de la agenda mediática previa a la cumbre una demanda que no comparten todos los miembros, la reforma o desaparición de la OEA, y hacerlo en un lenguaje más favorable al segundo término, el Gobierno de López Obrador contribuyó a ahondar las diferencias. Las tensiones emergieron en los discursos de Nicolás Maduro, Mario Abdo Benítez, Luis Lacalle Pou, Miguel Díaz-Canel, Pedro Castillo, Guillermo Lasso, Luis Arce y el canciller nicaragüense Dennis Moncada, que rechazó que la presidencia de la CELAC pase a Argentina.

El protagonismo que se dio al presidente cubano Miguel Díaz-Canel, al que, en un gesto inédito se invitó a dar un discurso en la ceremonia militar por el día de la independencia de México, acompañado de varios miembros de su gabinete, también refuerza la percepción de que México no está enfocando de manera pragmática sus vínculos con América Latina.

El levantamiento del embargo comercial de Estados Unidos contra Cuba, a diferencia del fin de la OEA, sí es un elemento de consenso en América Latina y el Caribe. De haberse limitado a esa demanda en el manejo mediático, antes de la cumbre de la CELAC, y haberle sumado un conjunto de acciones concretas para persuadir a Washington, México hubiera podido acercar posiciones de diversos Gobiernos de la región.

Al iniciar la reunión del máximo foro subcontinental con un ostentoso gesto de legitimación de Díaz-Canel, mandatario que acaba de enfrentar muy autoritariamente las protestas populares de julio en la isla, el Gobierno de López Obrador colocó el tono fuera del equilibrio y el pluralismo que demandaba la cumbre. A pesar de que México ha contribuido a la distensión en Venezuela, siendo sede del diálogo entre maduristas y opositores, y se ha distanciado mínimamente del régimen de Daniel Ortega en Nicaragua, su torsión de la etiqueta diplomática en el espaldarazo a Díaz-Canel atiza el disenso regional.

En su discurso en el Zócalo, el presidente repitió textualmente sus palabras en el Castillo de Chapultepec hace dos meses: “Cuba es la nueva Numancia y debe ser declarada patrimonio de la humanidad”. Pero desconocemos si México ha planteado el tema del embargo en las reuniones de alto nivel con Estados Unidos y qué planes de inversión y crédito se están diseñando para relanzar las relaciones económicas con la isla.

Se especula mucho si este giro, más simbólico que concreto, puede enturbiar las relaciones con Estados Unidos. Pero la interdependencia entre ambos países es tal que difícilmente los ejes de la colaboración en temas migratorios, fronterizos y de seguridad se desestabilicen. Más bien, el ángulo que podría verse enturbiado es la propia aspiración del Gobierno mexicano y de la cancillería que encabeza Marcelo Ebrard de relanzar la CELAC y asumir el liderazgo de la región.

El tema de la OEA y del falso dilema entre “monroísmo y bolivarianismo” ensombreció otros, de mayor relevancia, como el de la Agencia Regional Espacial, la renegociación de términos con el FMI, los planes de producción de vacunas, el combate al cambio climático, los derechos de los migrantes, la igualdad de género y la no discriminación o la colaboración con la FAO para lograr la seguridad alimentaria regional. La sesgada cobertura simbólica previa ayudó a distorsionar los contenidos de la cumbre.

En medio de la creciente polarización doméstica e internacional que se vive en América Latina y el Caribe, y del deterioro de la mayoría de los foros multilaterales, cualquier liderazgo regional que aspire a ser exitoso deberá colocarse por encima de los partidismos y sectarismos ideológicos. Los estallidos sociales y la crisis económica y sanitaria afectan a todos los gobiernos y podrían ser el anclaje común de una reestructuración tanto de los mecanismos interamericanos como de los latinoamericanos.

La interlocución con Gobiernos de izquierda y de derecha y la impulsión de una agenda basada en la soberanía, pero también en la democracia, son componentes indispensables de ese nuevo desafío. En el abandono de la demagogia geopolítica y la colaboración real para el desarrollo, contra la pobreza y la desigualdad, sin descuidar la preservación del medio ambiente y el respeto a los derechos humanos, está la clave para la recuperación de la iniciativa integracionista.

Rafael Rojas es profesor del Centro de Estudios Históricos del Colegio de México

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