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Estar sin Estar
Columna
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Primera salida

Celebro la primera salida directa a la vacuna de quienes estuvieron todo un año en el encierro de la locura que obnubiló al planeta

JORGE F

Acostumbrado a las escenas con Cantinflas u otras versiones en pantalla, el sinfín de ilustraciones y retratos, el primerizo lector del Quijote de Cervantes descubre de entrada que la primera salida del caballero enloquecido por los libros es en soledad, al clarear una mañana calurosa de julio y el único cómplice de esta su primera aventura es su caballo ya bautizado como Rocinante. En próximos párrafos he de intentar alargar una luminosa afirmación que eleva al famélico rocín a protagonista principal de toda la novela, pues sin montura no hay caballero que valga y luego, en otros párrafos celebrar la invención de Sancho, como quien inventa la amistad que ha de signar dualidades todas: el ensueño y la realidad, la razón y la locura, el Gordo y el Flaco, Sherlock y Watson, Hastings y Poirot e incluso, The Blues Brothers.

Por hoy, quiero concentrarme en la primera salida del semi hidalgo llamado quizá Quijana que se proclama a sí mismo Don Quijote de la Mancha (aún antes de adquirir el mote de Caballero de la Triste Figura) y la entrañable parrafada donde desentierra una oxidada y olvidada armadura que fue de su bisabuelo para lanzarse al amanecer de su delirio por el campo de Montiel en pos de desfacer entuertos y corregir todos los males. Se sale del corral por una puerta trasera sin que lo vean su criada y la ama, solo con su lanza y la armadura que siglos después han de encontrar los atrevidos soñadores que fundaron Macondo.

De esa primera salida están hechas no pocas metáforas que pueden conjugarse con todo tipo de biografía: la de la mujer que navega a contracorriente la conquista de unos estudios universitarios en tierra extraña, la del joven que se desvela leyendo en la madrugada para salir de quién sabe cuántas necedades o amnesias, la del emprendedor que decide cambiar el decurso de una vida o la anciana que se propone vivir mejor los meses que le quedan por delante. De esa primera salida del Quijote están hechos los primeros equívocos que llaman a risa o piedad: la confusión de una venta por castillo, las damas maquilladas del alterne que parecen doncellas, la del cuerno de un pastor que se escucha como trompeta imperial inflada por los pulmones del enano de una corte… y luego, el afán crédulo por hacernos caballeros andantes con la letanía que nos recita un cantinero en cualquier venta o el heroico silencio con el que hemos velado las armas en vísperas de un examen o un regaño… y luego, terminar la primera salida con un descalabro mayúsculo en dos partes: primero, creer que aliviamos los dolores de un sufrido mozo que ha sangrado a latigazos creyendo que con solo jurar de palabra su verdugo ha de suspender la tortura y luego, encarar a un grupo de paseantes y exigirles que vayan a los pies de Dulcinea a rendirle honores en el momento en que nuestra cabalgadura decide relinchar y reparar hasta dar con nuestro cráneo en el suelo.

Tirado a la mitad del camino, el apaleado Don Quijote es reconocido por un vecino de su pueblo de cuyo nombre no quiero acordarme. Lo levanta y dice que lo conoce, llamándolo Quijana o Quezada, a lo que el héroe de toda la literatura responde con enfado: “Yo sé quién soy” e incluso, añade todos los que puede llegar a ser porque le da la gana, porque ha decidido salir de la vida que llevaba y conquistar el mundo más allá de las madrugadas de insomnio.

Celebro entonces la primera salida de los niños que puedan convivir con un poco más de salud entre sus pares y primos; la primera salida de los ancianos ya vacunados y la de miles de confinados que poco a poco salen por primera vez al mundo que nos queda luego de la pandemia del encierro. Celebro que salgan las verdades de las mentiras y que salgan las verdaderas cifras de todos los muertos que hemos de velar por lo menos lo que nos resta de este siglo y celebro que salgan sanos y saludables los héroes de los hospitales, los médicos y camilleras, las enfermeras y los anestesistas… celebro la primera salida directa a la vacuna de quienes estuvieron todo un año en el encierro de la locura que obnubiló al planeta y que ahora, vapuleados y rescatados por un vecino que iba de paso pueden levantar la voz como persona, pueblo, país o personaje y clamar a voz en cuello saber precisamente quién se es, quién se puede llegar a ser y quién –definitivamente—no será nunca.

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