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Columna
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Cómo levantar a la oposición mexicana

A diferencia de López Obrador, los partidos de oposición no tienen un diagnóstico sustantivo sobre qué está causando las desigualdades en México

Viri Ríos
Congreso mexicano
Una sesión en la Cámara de Diputados, a inicios de febrero.Cámara de Diputados (EFE)

La oposición a López Obrador está derrotada. No se levanta. Y urge que se levanten. La rendición de cuentas requiere que los ciudadanos tengamos alternativas. Morena carga 326.000 muertos y la peor crisis económica en 90 años. Aun así, el 44% de los electores piensan votar por ellos. Y el PAN, la segunda fuerza, tiene un 10% del voto.

Hay quien piensa que la oposición debe enfatizar los errores de Andrés Manuel López Obrador para levantarse. No es así. Las personas conocen bien esos errores. Encuestas muestran que la mayoría de los mexicanos cree que el presidente ha manejado mal la violencia, los feminicidios y las obras de infraestructura. En cada materia, desde economía y corrupción, hasta el combate a la pobreza y manejo de la pandemia, los mexicanos que piensan que su desempeño ha sido malo, superan por mucho a los que piensan que lo ha hecho bien. En contraste, el 63% aprueba a López Obrador como presidente.

Otros piensan que es necesario que la oposición sea como López Obrador. Sus votantes, dicen, son unos resentidos en busca de venganza contra la élite. Por ello, se lamentan, solo los candidatos que puedan vocalizar la revancha contra los ricos podrán derrotarlo. Tampoco es cierto.

Los mexicanos sí están (justificadamente) en contra de las élites. De acuerdo con el Estudio Nacional Electoral mexicano (ENEM), el 70% cree que la “mafia del poder” sí existe, y el 88% que México está gobernado por unos cuantos grupos poderosos en su propio beneficio, como ha mostrado el Latinobarómetro. En general, dos terceras partes de los mexicanos tienen tendencias populistas, entendidas como concebir a la política como una lucha entre el pueblo bueno y las élites corruptas.

Sin embargo, eso no quiere decir que solo quieran votar por quien vocaliza revanchas. De hecho, el voto de los mexicanos propopulistas se dividió prácticamente en proporciones iguales entre el PAN, PRI y Morena en 2018. Como han expuesto Paul Beck, profesor emérito de la Ohio State University y de Gerardo Maldonado, profesor del CIDE, solo el 21% de los votantes de López Obrador tenían tendencias populistas, no muy diferente que la de Anaya que fue del 15%, o que las de otros candidatos.

Es decir, la búsqueda de venganza contra la élite no explica el voto por Morena. A la oposición le gusta creer eso porque los reconforta. Los hace sentir como la alternativa racional de los votantes educados. Aunque ello tampoco es cierto. Un estudio reciente del World Inequality Database, muestra que entre más educadas son las personas, más votan por Morena.

Finalmente, hay quien piensa que el problema es la percepción de la corrupción. El PRI y el PAN cargan muchos escándalos. Y sí, todo indica que los votantes creen que el PRI y el PAN son más corruptos que Morena, pero nuevamente, ello no explica el voto. Las investigadoras Melina Altamirano y Sandra Ley del CIDE han identificado que las personas que más creían que había aumentado la corrupción durante el sexenio de Peña Nieto no votaron más por López Obrador. Es decir, la corrupción no fue un factor determinante para la victoria de Morena en 2018.

El problema real por el que la oposición no se levanta es que, a diferencia de López Obrador, no tienen un diagnóstico sustantivo, estructural, creíble y claro sobre qué está causando las desigualdades y la falta de desarrollo de México.

La oposición acepta que las cosas están mal y propone cambios en política pública para avanzar. Pero no puede explicar por qué llevamos décadas haciendo cambios en política pública, muchos de esos cambios propuestos por la oposición misma cuando estaba en el Gobierno, sin avanzar.

Morena sí tiene un diagnóstico: el Gobierno era un comité al servicio unos pocos, un lugar de excesos y favoritismos. El resultado era que los cambios en política pública, aun si eran buenos en papel, en la realidad terminaban siendo implementados para favorecer a los amigos de los poderosos. O para no tocarlos. En este México no importaba qué política pública se propusiera, siempre se encontraba la manera de que los beneficiados fueran los mismos.

Así, México era casa de los programas sociales más premiados del mundo, pero no por ello se lograba reducir la pobreza de manera significativa. Las reformas estructurales se aprobaron, pero no aumentó la clase media. El sistema fiscal se reformó, pero quienes terminaron pagando más impuestos fueron las clases medias altas, no los ultrarricos.

López Obrador es popular porque diagnosticó, no las políticas públicas que se necesitan, sino la razón por la cual las políticas públicas, no importa cuáles sean, no han funcionado en México.

La oposición carece de un discurso así de poderoso. Su conclusión es que México necesita deshacerse de López Obrador y de Peña Nieto. Y ya. No se les ocurre o no saben qué hacer para transformar a México. Y lo peor es que el ridículo de Ricardo Anaya anda todos los días demostrando que, en efecto, fue candidato a la presidencia sin conocer a México.

Las mejores mentes dentro de la oposición deben abocarse a honestamente evaluar por qué México es la décima quinta economía más grande del mundo, un miembro de la OCDE, y el socio comercial más importante de Estados Unidos, y aun así tiene al 38% de los trabajadores sin poder alimentar a sus familias. El PRI y el PAN deben meditar sobre por qué, habiendo estado en el poder, no pudieron cambiar eso. Y sobre todo, deben honestamente decirnos qué van a hacer diferente esta vez. Y quién, de los que estaban con ellos, ya nunca estarán a su lado.

El problema es que hacer esto requiere mucho más que contratar consultores caros. Requiere un cambio profundo que las élites partidistas del PAN y del PRI no están dispuestas a hacer porque, como en todo México, los cotos de poder han colonizado sus partidos. A nivel local la política es un negocio familiar. El cambio que el PRI y el PAN requieren hacer para ganar es cortar de tajo con esas familias y hacer política de base otra vez.

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