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Juan Villoro: “Me preocupa que en esta polarización surja una respuesta autoritaria”

El escritor y periodista bucea en ‘La tierra de la gran promesa’ en la relación entre creación y realidad, las responsabilidades éticas y las consecuencias de las decisiones artísticas

Juan Villoro
Juan Villoro, el sábado durante el Hay Festival Querétaro antes de la entrevista.Daniel Mordzinski
Francesco Manetto

Un viaje de ida y vuelta entre una novela y el título de una película, entre la realidad y la producción intelectual, entre la vigilia y el sueño. Juan Villoro (Ciudad de México, 64 años) ha escrito una novela que habla de México y de experiencias íntimas, de narcotráfico y subconsciente. El periodista y narrador tardó nueve años en terminar La tierra de la gran promesa (Random House), que concibió inicialmente como un relato o un guion cinematográfico. El 24 de marzo de 1982 la Cineteca Nacional estaba proyectando precisamente la cinta homónima del director polaco Andrzej Wajda. Esa tarde, las instalaciones ardieron. Y así empieza todo. “Hay cosas que solamente hacemos porque ocurrió un incendio, porque ocurrió una tragedia”, razona el escritor, que en su novela bucea en el alcance de las responsabilidades éticas y las decisiones artísticas.

Villoro conversó con EL PAÍS en Querétaro, donde participó en el Hay Festival, que en esta edición ha compaginado eventos presenciales y virtuales. Reflexiona sobre la pandemia, la función social de la lectura y los procesos creativos. Manifiesta sus preocupaciones por el clima de polarización, pero no lo da todo por perdido. “Soy un optimista de la catástrofe”, afirma.

Pregunta. Hace justo hace un año, en una conversación con Irene Vallejo en este festival, dijo que la lectura es como el paracaidismo. Es decir, en situaciones normales, solo los espíritus arriesgados la practican, pero en situaciones de emergencia le salva la vida a cualquiera. ¿Ese salvavidas nos ha mantenido a flote?

Respuesta. Creo que en momentos extremos, en efecto, la lectura nos puede salvar de la cárcel, del naufragio, la enfermedad. Es una compañía muchas veces necesaria y de primeros auxilios. Y en cierta forma la pandemia lo ha comprobado. Porque si hemos podido sobrevivir al tedio del encierro, la convivencia forzada con los demás, las ganas de pelearnos con nuestros seres más queridos, pero que se han vuelto insoportables por proximidad, ha sido gracias a que hemos tenido distractores. Y uno de los más importantes es la lectura. En esa medida creo que la posibilidad de salir imaginariamente a otros mundos y otras épocas a través de un libro se ha puesto de relieve con el aislamiento forzado que muchos hemos tenido.

P. ¿Es esa reflexión trasladable al oficio de escribir?

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R. La soledad es la principal compañía de un escritor y muchas veces nos quejamos de no tener suficientes espacios. Para practicarla, al principio la pandemia se presentó como una oportunidad de ejercer continuamente la soledad. Nos privó de pretextos para escribir porque no teníamos más remedio que estar frente a la página en blanco o la pantalla de la computadora. Pero también comprobamos, al menos esa es mi experiencia, que necesitamos de una soledad siempre relativa. La soledad absoluta es perniciosa y al mismo tiempo empiezas a pensar en quienes no pueden disfrutarla, porque en México la soledad acaba siendo un lujo. La principal pandemia es el hambre y la gente tiene que salir a la calle todos los días para ganarse la vida. El hecho de estar en aislamiento, pero con el acoso del virus y sabiendo que mucha gente está en peligro, tampoco fue el mejor caldo de cultivo para trabajar. Hablé con bastantes amigos durante la pandemia que me dijeron tengo todo el tiempo del mundo, pero no sé qué escribir porque solo pienso en la pandemia y no quiero escribir de esto.

P. ¿Cuándo concibió La tierra de la gran promesa?

R. Me tardo muchísimo en escribir novelas. Soy un autor muy disperso, escribo en distintos géneros y cada vez que publico una novela me propongo que no debo tardar tanto en escribir otra. Pero el plazo normal es de ocho años y en este caso fueron nueve.

P. ¿La terminó antes de la pandemia?

R. Estuvo terminada al inicio de la pandemia, entonces dijimos saquémosla un poco después. El origen fue un relato que yo estaba escribiendo con posibilidades de que fuera un guion de cine para un director brasileño. Y este relato escrito hace nueve años me puso en la pista de lo que sería después La tierra de la gran promesa. Fue un trabajo acumulativo de mucho tiempo. Y surgió como tantos proyectos, de manera casual. Siempre tuve presente que cuando se incendió la Cineteca se exhibía esta película con este título, que resultó profundamente irónico. Entre otras cosas, además, porque la película de Andrzej Wajda trata de la ascenso del capitalismo, del optimismo que hubo en ese momento y desembocó en un incendio porque uno de los protagonistas no asegura su fábrica contra incendios y un rival le prende fuego. Entonces es como una película que alude a cómo arden y se destruyen las ilusiones. A mí me pareció un momento emblemático del que yo no quería escribir directamente, pero sí quería ver cómo influyó en una serie de personajes. Hay cosas que solamente hacemos porque ocurrió un incendio, porque ocurrió una tragedia. Siempre somos sobrevivientes de algo.

P. Y al comienzo de la novela se plantea una reflexión sobre el arte y la realidad: “La mascota del artista es la hiena”.

P. Sí, la hiena puede ser vista como la mascota de los artistas porque el arte se alimenta de desgracias. No hay novelas sin sufrimientos. Y en esa medida, cuando las cosas empeoran, la imaginación mejora. Y lo mismo ocurre a veces en forma dramática para periodismo. Si algo sale mal, de manera espectacular, tienes una noticia más fuerte que dar. Ahí puede haber un sibaritismo del mal. O sea, tratar de buscar en forma deliberada las cosas terribles para poder escribir bien de ellas. En buena medida, el periodismo ha sido el arte de dar bien malas noticias. Las malas noticias generalmente han sido las más fecundas y eso nos lleva muchas veces a un predicamento moral. El protagonista de La tierra de la gran promesa es un documentalista y él se encuentra con esta situación contradictoria en la que tiene la oportunidad de entrevistar a un capo del narcotráfico, tiene la oportunidad de entrar en los laberintos del crimen, pero al mismo tiempo siente que puede ser cómplice de lo que dice esta persona al darle eco. Estas declaraciones, en efecto, acaban encerrando la vida del personaje. No podemos ser indiferentes a lo que registramos. Como escritor muchas veces uno siente la tentación de escribir sobre una circunstancia en la que uno más bien debería actuar. En el prólogo de un libro mío, Tiempo transcurrido, yo dije que desconfío de los que en momentos de peligro tienen más opiniones que miedo. Lo que corresponde moralmente en un momento de cambio es ayudar. Si hay un terremoto, hay que ir un centro de acopio, hay que tratar de recoger escombros. Y resulta un tanto difícil también renunciar a tu papel de escritor en estas circunstancias. El personaje muchas veces se pregunta esto: estoy viendo la realidad y en vez de actuar en ella, quiero convertirla en una película.

P. El narcotráfico, un tema que ha abordado a lo largo de su carrera, vuelve como un elemento de distorsión de una vida.

R. Quería hacer una novela que te tocara con muchas capas de la experiencia, desde lo más individual, el inconsciente de una persona que habla dormida y cómo este puede ser interpretado por su pareja. Es una historia de amor y también es el retrato de una época que está tristemente marcada por la violencia y que muchas veces se ha vendido en el discurso oficial, especialmente el que comenzó a proliferar durante la administración de Felipe Calderón... Se ha pensado que el narcotráfico es una fuerza que se incrustó en México como si viniera desde fuera. El presidente Calderón hablaba de los malosos, se mencionaba a los bárbaros como si fueran una contra-sociedad casi de alienígenas que hubieran llegado entre nosotros y además que tuvieran un comportamiento tan radicalmente único, tan diferenciado de lo que somos, lo que nos protegía a nosotros porque estábamos excluidos. Porque los narcos usaban camisas Versace, cadenas de oro, desayunaban el hígado de su enemigo, tenían una conducta desmesurada, excesiva, totalmente distinta a la nuestra. Y creo que el gran aprendizaje y muy doloroso aprendizaje que tuvimos en estos años fue darnos cuenta de que la descomposición es generalizada y que esto forma parte del vientre de la sociedad. Entonces, en la novela yo también quería ver cómo la famosa banalidad del mal, es decir, cómo cualquier persona se puede enfrentar a temas de violencia, de corrupción, incluso sin quererlo. Representar una realidad te puede convertir en cómplice de algo de lo que tú no quieres ser cómplice. Es lo que le pasa al protagonista. Entonces todo eso, yo creo que estas capas, pues de lo más individual, casi del inconsciente del protagonista a la realidad social en la que está inmerso, era algo que yo quería ver.

P. Ha dicho que las circunstancias en las que vivimos han dejado clara la función social de la cultura. ¿Cuál es su percepción de la gestión cultural del Gobierno?

R. Tenemos una cultura riquísima a nivel de los creadores y de un país que desde la cultura popular hasta las zonas más elevadas o más sofisticadas y complejas de la cultura, tiene extraordinarios exponentes. Eso está libre de todo peligro y, sin embargo, creo que no hay una política cultural que verdaderamente alcance a todos los sectores de la población. Para la mayoría de la gente en la Ciudad de México Bellas Artes es una estación del metro. O sea, no es un destino cultural, una gratificación. Y creo que el sujeto integral solamente lo es si tiene satisfactores espirituales, culturales. La pandemia lo puso de manifiesto en la medida en que solo gracias a la distracción que nos podían dar desde los memes hasta las series de televisión, pasando por la lectura y la música, podíamos soportar este encierro y este aislamiento. Creo que hace falta un impulso cultural mucho más grande, porque es algo que forma parte de la riqueza de México. Debemos entender que todos los cambios profundos son simultáneamente cambios culturales. O sea, no se puede transformar la realidad sin una nueva educación, sin una nueva cultura. Y en ese sentido hay un gran rezago en los proyectos públicos y en el dinero que se destina a la cultura. Hace milenios Confucio dijo: “Necesito una libra de arroz para vivir y flores para saber que vivir vale la pena”. Esas flores son la cultura. Representar el mundo es calidad de vida. En ese sentido, me parece dramático que los Gobiernos, y no solo el mexicano, para salir de la crisis hablan siempre de mejorar la economía y esto es una manera eufemística de hacerle recortes a la cultura.

P. Usted es periodista. ¿Qué le parece la relación que tiene el presidente con la prensa?

R. El presidente no inventó la polarización, esto siempre ha estado en la sociedad mexicana y él mismo fue víctima de acoso durante el Gobierno de Vicente Fox, cuando se pretendió quitarle el fuero y enjuiciarlo para que no pudiera continuar su carrera política. Sin embargo, desde luego se ha exacerbado esta polarización. Desde el punto de vista estratégico ha tenido logros, porque no hay ningún medio que influya más que las mañaneras en la agenda pública que se establece ahí. Y la gente quiere intervenir en la agenda pública, pudiendo plantear una pregunta para que el presidente responda. Es decir, se ha convertido en la gran ventanilla de solicitudes de quienes quieren hacer algo. Y, según vemos, los índices de aceptación del presidente son muy altos. A mí, en lo personal, me parece que un presidente debería estar por encima de la discusión de los medios, no debería darles resonancia.

P. Como hace en el espacio de los miércoles, llamado Quién es quién en las mentiras...

R. Ese es un espacio que roza lo inquisitorial, desautorizando a periodistas que pueden equivocarse, porque los que escribimos en los periódicos nos dedicamos a publicar nuestros errores a diferencia de un médico, del que no necesariamente te das cuenta de lo que hizo mal en una cirugía. Pero aun cuando un periodista se equivoque, hacer un cuestionamiento público de su labor me parece que es una actitud premoderna.

P. ¿Y le parece preocupante este clima más allá de una estrategia de polarización?

R. Lo que me preocupa es que la polarización siempre puede llevar a circunstancias autoritarias. Los grandes autócratas aprovechan la democracia para destruirla después, y esto no es privativo de México. Lo hemos visto en sociedades como España, por ejemplo, en donde la polarización ha llevado a la emergencia de grupos como Vox, que absurdamente han estado en México, y yo creo que ahí vemos que las lecciones de la Guerra Civil española parecerían no haber sido aprendidas. Fernando Rodríguez Miaja, que fue el decano del exilio español en México a los 103 años, decía “yo jamás pensé que volvería a escuchar lo mismo que oía antes de la Guerra Civil”. Y los discursos y las soflamas de la Falange los escuchamos hoy en Vox. Ahora parecería de pronto para muchas personas que el PRI es una solución después de 71 años de partido único y de que este partido confundió lo público y lo privado. La inoperancia del PAN fue flagrante y la guerra contra el narcotráfico, un desastre, lo cual no legitima los errores de este Gobierno. Pero parecería que es muy fácil olvidar lo anterior. Entonces, en esta circunstancia de polarización, a mí lo que me preocupa es que pueda haber una respuesta autoritaria, es decir, que surja un candidato o una opción que diga a ver, si así están las cosas, basta ya... Un Bolsonaro, un Trump, un Salvini. Ese camino de la polarización me parece grave. Ahora, yo de alguna manera soy un optimista de la catástrofe, porque pienso que en medio de todo lo que está ocurriendo puede haber todavía una recomposición viable de una izquierda democrática y una alternativa para las próximas elecciones. Creo que puede haber una una izquierda crítica, autocrítica, más moderna. No dejo de pensar en eso y veo también impulsos sociales muy importantes. Por ejemplo, los proyectos culturales y políticos de los pueblos originarios, de los ecologistas, de las feministas. Es una sociedad que tiene posturas progresistas muy importantes y yo creo que esta agenda progresista podría da lugar a una nueva posibilidad política.

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Francesco Manetto
Es editor de EL PAÍS América. Empezó a trabajar en EL PAÍS en 2006 tras cursar el Máster de Periodismo del diario. En Madrid se ha ocupado principalmente de información política y, como corresponsal en la Región Andina, se ha centrado en el posconflicto colombiano y en la crisis venezolana.

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