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La psiquiatría infanto-juvenil reivindica su reconocimiento como especialidad en plena pandemia

Entre las patologías más diagnosticadas durante la infancia y adolescencia, están los cuadros asociados a trastornos leves de tipo adaptativo, como ansiedad o hiperactividad. Las patologías más graves como el autismo o el trastorno obsesivo compulsivo son infrecuentes

La solución para detectar posibles trastornos mentales pasa por un diagnóstico precoz.
La solución para detectar posibles trastornos mentales pasa por un diagnóstico precoz.

Después de un año de pandemia motivada por la aparición de la covid-19 en nuestras vidas, los adultos no somos los mismos y tampoco la población infanto-juvenil. La enfermedad y los fallecimientos y duelos sufridos en las familias, la falta de asistencia a las escuelas que ha llevado a un alejamiento del alumnado, el confinamiento, la sobreexposición a las nuevas tecnologías, la interacción en el núcleo familiar, donde en ocasiones ha habido una posible presencia de malos tratos o de violencia machista, etcétera, han puesto de manifiesto que el ámbito emocional, afectivo y mental es esencial en sí mismo.

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Gabriel Rubio Valladolid, jefe de Servicio de Psiquiatría del Hospital Universitario 12 de Octubre, afirma que “con relación a los pacientes jóvenes tratados por el personal de salud mental infanto-juvenil, el esfuerzo realizado por los equipos y las familias ha posibilitado que no hayan existido importantes descompensaciones de los cuadros clínicos, al menos durante la primera ola. Algo similar ha ocurrido con la atención a las personas adultas con enfermedad mental”. Sin embargo, continúa este experto, “tras el confinamiento, y en concreto a partir del verano, estamos asistiendo a un incremento de las solicitudes de atención presencial, dado que en bastantes casos las entrevistas telefónicas o por videoconferencia no eran suficiente -especialmente en jóvenes con trastornos mentales a los que se añadía discapacidad intelectual o en jóvenes con trastornos mentales graves-”. En cuanto a los jóvenes -niños/as o adolescentes- que han solicitado atención psicológica y/o psiquiátrica por primera vez durante esta pandemia, el jefe de Servicio de Psiquiatría del Hospital Universitario 12 de octubre sostiene que “nos hemos visto desbordados en las previsiones, de forma que se ha elevado considerablemente la demanda de camas de hospitalización”.

En España, la psiquiatría infanto-juvenil no está reconocida como especialidad y, además, su desarrollo es desigual en las diferentes Comunidades Autónomas. Pese a ello, Mar Faya Barrios, jefa de sección de Psiquiatría del Hospital Universitario Niño Jesús, y Montserrat Graell Berna, jefa de Servicio de Psiquiatría y Psicología del Hospital Universitario Niño Jesús, aseguran que esta disciplina “ha vivido un crecimiento espectacular en los últimos años, despertando un gran interés en nuestra sociedad y entre los profesionales, por lo que cada vez se asignan más recursos asistenciales, de investigación y de docencia. La alta prevalencia de trastornos mentales en niños y adolescentes, junto a la evidencia de que la mayoría de los trastornos mentales graves del adulto se inician en la infancia y se consolidan en la adolescencia, es más que suficiente para justificar y reivindicar una adecuada atención a la salud mental en estas primeras etapas de la vida”. Una opinión con la que coincide el doctor Gabriel Rubio Valladolid quien, en cuanto a la formación de los profesionales -psiquiatras, psicólogas, enfermeras y terapeutas ocupacionales- que atienden a estos jóvenes y sus familias, recuerda que “seguimos a la espera de que el Ministerio de Sanidad apruebe una propuesta que facilitaba, a partir de un determinado año de formación, que el MIR de Psiquiatría tuviera una formación específica en Psiquiatría del niño y del adolescente. Con relación a la sociedad, son cada vez más el número de asociaciones de familias que apoyan tanto el aumento de recursos para estos jóvenes, como el grado de especialización”

En la trayectoria evolutiva de cualquier enfermedad mental, las especialistas del Hospital Universitario Niño Jesús inciden en el hecho de que “la comprensión del enfermar psíquico de la infancia precisa de una perspectiva evolutiva, siendo necesario conocer los hitos del desarrollo y ponerlos en relación con la edad cronológica para establecer la significación patológica o no de determinadas conductas”. Tanto Mar Faya Barrios como Montserrat Graell Berna aseguran que “es en los primeros años de vida, desde el nacimiento hasta los seis años, cuando se produce una masiva multiplicación de conexiones neuronales, que continuarán en años sucesivos, aunque a menor ritmo, consolidándose nuevos circuitos y eliminándose aquellos que caen en desuso, aumentando esta “poda neuronal” en la adolescencia”. Por tanto, afirman ambas psiquiatras, “existen períodos críticos de vulnerabilidad junto a ventanas de oportunidades en las intervenciones. Estos aspectos biológicos unidos a factores ambientales -familiares, sociales y educativos- están imbricados de tal forma que no siempre son iguales ni las circunstancias ni los síntomas con los que un mismo trastorno se manifiesta en las distintas etapas del desarrollo”.

Celso Arango, presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría y jefe del Servicio de Psiquiatría del Hospital General Universitario Gregorio Marañón de Madrid, apunta que los factores de riesgo que influyen en la aparición de trastornos mentales en la infancia y juventud son variados y pueden asociarse a “elementos existentes antes de la concepción; por ejemplo, el consumo de cannabis o el estrés en la madre y en el padre antes de la concepción. También durante el embarazo: desde infecciones, consumo de alcohol, situación de estrés, maltrato a la madre o consumo de fármacos”. Igualmente, es importante lo que sucede durante el parto, prosigue este experto, “en caso de hipoxia, muy bajo peso, etcétera”. Y, finalmente, las experiencias vividas durante los primeros años de vida, “desde el vínculo con la madre, los cuidados, si existe negligencia, acoso escolar, maltrato físico, abuso sexual, etc. Todas estas experiencias negativas durante la infancia son potentes marcadores de riesgo de trastornos mentales a lo largo de la vida, incluyendo también la infancia y adolescencia”, concluye el presidente de la SEP.

Entre las patologías más comúnmente diagnosticadas durante la infancia y adolescencia, Celso Arango indica que, “fundamentalmente, son cuadros asociados a trastornos leves de tipo adaptativo, como ansiedad, hiperactividad o problemas del vínculo. Las patologías más graves como el autismo, el trastorno obsesivo compulsivo u otros casos psicóticos son infrecuentes”. El presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría dice que “ahora, con la pandemia, ha habido un incremento de algunas patologías selectivas, como una mayor incidencia de trastornos de conducta alimentaria y de trastornos afectivos y de ansiedad, con intención suicida, esto en nuevos casos. Asimismo, hemos visto un empeoramiento de trastornos de conducta alimentaria y empeoramiento en personas con discapacidad intelectual, trastornos del neurodesarrollo, aquellos que tienen mayores dificultades para adaptarse a los cambios a los que se han visto obligados en este último año”

La solución para detectar posibles trastornos mentales pasa por un diagnóstico precoz. El doctor Gabriel Rubio Valladolid opina que “la detección temprana de los trastornos mentales está cambiando, para mejor, permitiendo la recuperación en trastornos tan serios como los psicóticos, depresivos, de la conducta alimentaria y las conductas adictivas. En el caso de las personas con esquizofrenia, el hecho de poder detectar y tratar cuanto antes los síntomas de la enfermedad, ha mejorado mucho la recuperación de estas personas, lo mismo que con las otras enfermedades”.

En esa detección temprana, la labor de los pediatras y especialistas de Atención Primaria es indispensable. El jefe del Servicio de Psiquiatría del Hospital General Universitario Gregorio Marañón señala que “su intervención, dado que ellos también pueden prescribir, y la derivación a las áreas especializadas de salud mental, mejora la detección temprana y por ende el pronóstico. Aunque, actualmente, con la pandemia, esta situación se encuentra en grave riesgo”.

La psiquiatría infanto-juvenil tiene ante sí importantes retos para dar respuestas a las necesidades de atención en los próximos años. Según Mar Faya Barrios y Montserrat Graell Berna, uno sería “acabar con las importantes desigualdades entre las distintas comunidades autónomas creando un robusto sistema de atención a la salud mental infanto-juvenil, generar programas de docencia de salud mental infanto-juvenil pre y posgrado, incrementar la inversión en investigación en salud mental infanto-juvenil y trabajar todos conjuntamente contra el estigma que aún hoy supone la enfermedad mental y que puede impedir o retrasar la atención ante signos de sospecha de padecerla”. Otro de los desafíos, según Celso Arango, está “en ser capaces de sacarle el máximo rendimiento a todo lo que es la salud digital, medicina digital, terapia digital, telepsiquiatría, biomarcadores digitales, etc, e incluso poder realizar con niños, que tienen menos acceso a servicio médico, terapias de grupo a través de realidad virtual. Es un campo que tiene un enorme recorrido, aunque hay que explotarlo bien porque también tiene sus limitaciones y sus riesgos”. Asimismo, persiste este experto, “hay que potenciar cosas como la hospitalización domiciliaria que facilite que los menores puedan estar en sus propios domicilios en lugar del hospital. No debemos traer al menor al sistema sanitario sino mover el sistema sanitario donde está el menor. Necesitamos que los profesionales sanitarios trabajen en el medio comunitario y también escolar y social, que los psiquiatras visiten los centros residenciales de menores con discapacidad intelectual y trabajen de forma colaborativa con el sistema educativo en los colegios en lugar de que los niños acudan a los dispositivos asistenciales del sistema sanitario. Esto es esencial”. Porque, tal y como expresan las expertas en psiquiatría del Hospital Universitario Gregorio Marañón, “avanzar en la prevención primaria y promoción de la salud es la mejor manera de invertir en salud, porque sin salud mental no hay salud y sin salud mental infanto-juvenil el futuro de nuestro país estará seriamente comprometido”.

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