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Duelo filial: contar la muerte de una madre en la literatura

Muchas autoras han plasmado en el papel la pérdida de sus progenitoras, quizás porque aunque sea parte de la vida que hijos e hijas las sobrevivan, su fallecimiento deja para siempre una fractura

Una mujer llora tras la muerte de su madre.
Una mujer llora tras la muerte de su madre.Unplash

“Escribir sobre la familia es sin duda alguna el medio más seguro de enfadarse con ella”. Lo escribe Delphine de Vigan en Nada se opone a la noche (Anagrama, 2011), un libro imprescindible en el que su autora cuenta la historia de su madre, Lucile, a quien encuentra muerta a sus 61 años una mañana de enero. “Mi madre llevaba varios días muerta”. ¿Qué llevó a su madre a quitarse la vida? ¿Podría haberlo evitado? ¿Se puede tener un vínculo tan potente con otra persona y salir indemne? A lo largo de casi 400 páginas “el amor y la culpabilidad” se dan la mano para afrontar el duelo por la desaparición de su madre. Porque escribir también sirve para entender, para perdonar y para reconciliarnos, o eso es al menos lo que termina encontrando Delphine de Vigan tras recomponer los fragmentos de la vida de su madre –y la suya propia–, con la ayuda de diversos familiares.

Annie Ernaux (No he salido de mi noche), Milena Busquets (También esto pasará), Rosalía de Castro (A mi madre), Simone de Beauvoir (Una muerte muy dulce)… Muchas autoras han plasmado en el papel la pérdida de sus madres, quizás porque aunque sea parte de la vida que hijos e hijas las sobrevivan, la muerte de la madre deja para siempre una fractura. Y quizás ese hueco se produzca porque hay pocos vínculos tan intensos como el que se establece entre madres e hijas. O entre madres e hijos. La escritora argentina Paula Vázquez relata la muerte de su madre en Las estrellas (Tránsito). Reflejar el dolor, la pérdida, el duelo, en la literatura, ¿sirve más a la escritora para elaborar el duelo o a quien lee para aceptar o tomar conciencia de lo inevitable? Responde la autora que en su caso la escritura es un modo de interrogación, un ejercicio que le sirve como método de indagación. “Escribo para hacerme decir lo que de otro modo no soy capaz de decir. Pero no es catarsis, ni tampoco el lugar específico de elaboración del duelo –que creo que sucede en todos los campos de la vida- sino que necesariamente tiene que haber una intención literaria, un trabajo sobre el lenguaje por sobre el trabajo con el material del texto, que en este caso es biográfico”. Dice también que como lectora ha encontrado refugio siempre en la literatura: “La lectura ha sido para mí un modo de acceder al mundo y de asignarle sentido”.

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En Madre mía (Caballo de Troya), Florencia del Campo cuenta en primera persona la vivencia de la enfermedad y la muerte de su madre. “Cuando te moriste sentí un gran alivio”. Para la autora argentina, todo libro surge de la necesidad de decir algo, de contar algo, pero también sirve para enfrentarse un poco a la imposibilidad de ese decir. “A mí me interesaba contar en esta historia, como en todas las historias que cuento, esa zona gris, esa zona de la pregunta y no de la respuesta, esa zona de la no-palabra, pero de la inquietud. Yo no quería hablar de la muerte de mi madre como cuestión individual, y creo que el libro no lo hace. Lo que quería era preguntarme cosas, cuestionar el modelo familiar y social, desencajar lo que siempre se da por hecho”. Su libro cuenta la muerte de su madre, pero también aborda cuestiones los cuidados, las relaciones materno-filiales o los complicados engranajes familiares. “Yo no quería hablar de mi madre, pero si mi madre y su muerte me servían para hablar de todo lo que quería hablar, iba a utilizarlas. Esa incorrección política me interesa”, reconoce.

Un ejercicio para la reconciliación

Las madres no elegimos a nuestras hijas, y las hijas no elegimos a nuestras madres: ¿reconstruir la vida de la madre, y después hablar de la pérdida, sirve para la reconciliación? A Florencia del Campo escribir Madre mía le ha servido para reconstruir la vida de su madre, y reconstruir el vínculo entre ambas. “No es una reconciliación con ella, es una reconciliación con mi propia historia”, dice. En el caso de Paula Vázquez sí hubo reconciliación, y llegó antes de su muerte. “La enfermedad permitió un acercamiento, el momento de vulnerabilidad de ella, pero sobre todo el mío frente a ese dolor y la inminencia de lo que no puede deshacerse, de las últimas oportunidades. Y fue maravilloso a pesar de todo el dolor, porque experimenté una forma de amor que hasta ese momento me había sido esquiva. Creo que lo digo en la novela en algún momento: la reconciliación no es un mandato estéril”, cuenta.

“Cuando se te puso cara de cera, supe que estabas muerta y, en ese instante, me di cuenta de que sí que nos habíamos querido”. Madre (Navona), de Ada Castells, cuenta la relación complicada entre una madre y sus hijas a raíz de la muerte de ésta. Pese al drama del relato, su protagonista, Sara, que es también madre, lidia con bastante buen humor y comprensión con sus propios recuerdos, los de sus hermanas y los que su madre dejó volcados en una libreta los últimos dos años de su vida. Cuenta Ada Castells que ser madre le ha ayudado a entender algunas de las cosas que hacía su madre y que encontraba injustas y fuera de lugar. “Tenía que reconciliarme con ello para no repetirlo o para aceptarlo. He tenido que repasar mi pasado como hija para poder afrontar la tarea de ser madre, que es una de las más difíciles que hay: 24 horas, 365 días al año, contrato ilimitado y sin paga alguna”. Dice Castells que no debe olvidar (aunque a veces lo haga) que la madre del libro no es exactamente su madre sino la madre que ha querido recordar y con la que se ha podido reconciliar. Escribir este libro dice que le ha ayudado y, según le han contado, también ha ayudado a otras personas a afrontar la maternidad o la pérdida. “La gracia de la literatura es que, contando una cosa muy íntima, llegas a muchas otras intimidades. Cuando lo escribes piensas que son cosas que solo te pasan a ti y después te das cuenta de que todos somos más iguales de lo que creemos: todos nos sentimos confusos, tenemos conflictos con los que amamos, cuentas pendientes con nuestras madres, perdemos la paciencia con nuestros hijos... La clave es ser sincera conmigo misma para que nada sea una impostura literaria. Al lector no le puedes dar falsedades”, explica.

Le pregunto a Ada Castells si da igual la edad que tengas cuando se muere tu figura materna, si este suceso, aunque te pille ya adulta, es como “crecer” de golpe. Para ella es una forma de tomar conciencia de nuestra fragilidad: “Cuando estamos en la fase de la vida en que tenemos que cuidar a nuestros padres y a nuestros hijos, padecemos la sensación de ser un bocadillo presionado por todas partes, pero cuando ya no los tenemos, nos sentimos con las vísceras al aire. Yo en la novela utilizo la metáfora del montadito solitario que ha quedado en la barra. Nos damos más cuenta de nuestra fragilidad, cosa que, en cierto modo, significa crecer”.

Para Paula Vázquez la muerte de su madre ha supuesto una transformación profunda a todos los niveles: “A casi dos años y medio de la muerte de mi madre puedo decir que mi vida actual casi no tiene puntos de contacto con la que era antes. Creo que la experiencia de una muerte tan íntima, tan cercana, por fuerza cambia las perspectivas, modifica las estructuras de base, cambia el plano sobre el que se asientan nuestros cimientos”.

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