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Chumi Chuma, música de calidad para “ampliar el horizonte” rítmico de niños y niñas

El grupo presenta su segundo álbum, ‘Ser raro no es nada malo,’ un libro disco en el que vuelven a contar con el apoyo de miembros de Vetusta Morla y otros referentes musicales

Foto del grupo Chumi Chuma
Foto del grupo Chumi Chuma

Cuenta la leyenda (y así lo atestiguan diferentes videos que circulan por YouTube) que a finales de 2015, en el último concierto de la gira La deriva de Vetusta Morla, en un Blaycard Center de Madrid (hoy Wizink Center) entregado a la música del grupo madrileño, hizo su aparición un enorme y entrañable monstruo, de profesión músico, que se encontraba por casualidad en España, realizando una gira interdimensional. Chuma, que también conoció durante su gira a otras bandas y músicos como Leiva, Fuel Fandango, Rayden o Zahara, encandiló de tal manera a los Vetusta que, cuando vieron su conexión con Alberto RodrIgo, alias Chumi, no dudaron en amparar bajo su sello discográfico Pequeño Salto Mortal el primer disco (Baila sin parar, 2016) de Chumi Chuma, autonombrados primer grupo musical interdimensional.

Enamorados de Chuma y fruto de la amistad que Rodrigo (ex miembro de bandas como Tulsa, Fuel Fandango, Russian Red o Christina Rosenvinge) tenía en el mundillo, el disco contó con la colaboración de músicos muy reconocidos del panorama indie español, entre otros David “el Indio”, de Vetusta Morla, Yuri Méndez, de Pajaro Sunrise, Ana López, de Anni B. Sweet, Gabriel Marijuán, de Coque Malla, o Marcos Iñiguez, de Circodelia. El éxito estaba asegurado y como no podía ser de otra forma Chumi Chuma se convirtieron en referente en un segmento del mercado creciente: el de los grupos de música destinados a gustar y a entretener por igual a padres e hijos.

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Hoy Chumi Chuma presentan su segundo álbum, Ser raro no es nada malo, un libro disco en el que vuelven a contar con el apoyo de miembros de Vetusta Morla como Guillermo Galván, Juanma Latorre o David “El indio”, así como con otros grandes músicos que han dejado su sello en diferentes temas como Mi hermano es un marciano (con una base electrónica made in Ale Acosta, de Fuel Fandango) o el que da título al disco, Ser raro no es nada malo, que nos transporta al folklore mexicano con la ayuda del músico americano Sergio Mendoza (Calexico), al que Chumi Chuma llegaron gracias a la intermediación de otro referente del indie español, Jairo Zavala (Depedro).

Así, a la mezcla casi esquizofrénica de géneros (swing, folk, country, rock, pop) que caracteriza la música de Chumi Chuma, ahora se suman nuevos ritmos como el electrónico, los caribeños (Todo up) o la ranchera. “Chuma y yo lo hacemos así ante todo porque nos gusta la música y el hacer un proyecto de este tipo nos permite jugar con un montón de estilos distintos que quizás no podríamos utilizar en otro tipo de proyecto más acotado a un estilo”, explica Alberto Rodrigo. No es el único motivo. Les gusta mezclar estilos, sí. Pero también creen que es “muy positivo” para los niños y niñas descubrir estilos musicales que no suelen ser tan accesibles: “Es una forma de ampliar su horizonte musical, de enriquecer su paleta para que descubran ritmos que no conocían”.

El nuevo disco, Ser raro no es nada malo, viene además con mensaje cantado al más puro estilo mexicano. “Cada uno somos diferentes y toda la gente tiene algo especial. Por eso no te preocupes si eres distinto de los demás. Ser raro no es nada malo y es que en el fondo nadie es normal”, dice la letra del single. “Es que no sentirse raro es lo raro”, ahonda en la idea Rodrigo, que considera que es importante que los niños y niñas lleguen cuanto antes a ese punto en el que se deja de identificar la rareza con algo negativo, algo que él considera un “error conceptual” que puede lastrar el desarrollo y el potencial de los pequeños: “Al fin y al cabo es muy probable que esa rareza que te caracteriza sea lo que más te puede ayudar en la vida, el mayor recurso que puedes tener como persona, esa virtud que te hace único es tu gran tesoro”.

Lo que Pixar a la música (salvando las distancias)

Si por algo se caracteriza Chumi Chuma es por la calidad de su música. Los músicos que los acompañan dan buena muestra de ello. No hay ritmos facilones para niños y niñas porque el público infantil y familiar no es un público de segunda al que hay que tratar con condescendencia. “Afortunadamente tengo la sensación de que hace ya tiempo que esa concepción ha pasado a ser más un estereotipo que otra cosa, como demuestra el hecho de que haya muchos proyectos de música infantil y familiar que intentan alimentar a sus oyentes con calidad y cariño”, afirma Alberto Rodrigo. El músico aragonés asegura no tener ni idea de si fue primero el huevo o la gallina (es decir, si estos grupos surgen por una demanda de los padres o surgieron los grupos y se generó la demanda), aunque da por hecho que “no puede ser casualidad”.

En todo caso, añade, lo de Chumi Chuma no fue subirse a una ola que se ve crecer, sino una apuesta “bastante vocacional” por una especie de Pixar musical (“salvando las distancias, claro, porque lo que esos magos y artistas hacen a mí se me escapa”). No en vano, Rodrigo señala al gran estudio cinematográfico de animación como su gran referencia. “La fórmula de Pixar es nuestra referencia. Cuando vas a ver una de sus películas los pequeños ven una de las capas del film y los adultos son capaces de ver otras. Lo importante, en todo caso, es que todos salen contentos y se lo pasan bien a distintos niveles”.

Eso, precisamente, es lo que buscan Chimi y Chuma con sus letras y ritmos, que todos se lo pasen bien. Grandes y pequeños. Por eso echan de menos los conciertos en directo, paralizados por la pandemia, que “con muchísima diferencia” consideran el aspecto “más gratificante” de su proyecto. “No quiero que suene a estereotipo y lugar común, pero lo mejor sin duda es el hecho de conseguir ese momento de comunión en familia”, admite Alberto Rodrigo, que rememora al teléfono su último concierto en el Teatro Prize de Madrid en enero de 2020 (“queda tan lejos que al recuerdo le sale purpurina por los lados, es algo casi mitológico”, dice entre risas), dentro del Inverfest. “Fuimos con una banda de 10 musicazos y está mal que lo diga yo, pero hicimos sonar una música maravillosa. Para mí hubo un detalle que fue la guinda del pastel: conseguir que los adultos disfrutasen como niños y que por un momento se les olvidase todo ese peso, esa carga y esa responsabilidad que tienen a diario. Ver esa liberación, verlos contagiados por sus hijos, era, es y será lo mejor de la experiencia”.

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