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La negativa de Trump a reconocer la derrota tensa al máximo al Partido Republicano

Pompeo dice que habrá un segundo mandato de Trump, mientras los senadores de Georgia se enfrentan a los responsables electorales republicanos de su propio Estado por la limpieza del escrutinio

El secretario de Estado de EE UU, Mike Pompeo, durante su conferencia de prensa de este martes en Washington.Foto: Reuters | Vídeo: POOL
Pablo Ximénez de Sandoval

Los principales líderes del Partido Republicano en Washington se muestran dispuestos a prolongar el tiempo que sea necesario el último y más grave desafío de Donald Trump contra la realidad. En su negativa a reconocer la derrota en las elecciones, Trump contó entre el domingo y el martes con el apoyo de los principales nombres republicanos de Washington. El más importante, el líder de la mayoría en el Senado, Mitch McConnell, que sin corear las acusaciones de fraude intentó revestir de normalidad legal lo que es un ataque sin precedentes a la transición pacífica en el poder.

La Administración que comenzó su andadura justificando que una mentira no es una mentira, sino “hechos alternativos”, está elevando ese concepto hasta discutir el hecho de que el presidente ha perdido las elecciones por decenas de miles de votos en Estados clave, y casi cinco millones a nivel nacional. Algunos republicanos han asumido por completo el discurso de que hay “votos ilegales” y que en realidad Trump ha ganado la elección. Otros, como McConnell, no han llegado a tanto pero justifican con un revestimiento de legalidad y normalidad la actitud de Trump.

En un discurso en el Senado el lunes, McConnell, el republicano más poderoso de Washington, defendió el derecho del presidente a presentar acciones legales para poner en duda el resultado. “Tenemos uno o dos Estados que van camino de un recuento”, añadió McConnell. Es muy probable que el resultado en Georgia sea tan ajustado que requiera de un recuento. Los recuentos en EE UU a veces han encontrado errores, pero suelen reducirse a unas pocas papeletas. Jamás han cambiado un resultado electoral de miles de votos. Y además, Georgia es irrelevante para los números finales de Biden sobre Trump.

“Ningún Estado ha certificado aún sus resultados electorales”, resumió McConnell para no reconocer la victoria de Joe Biden. En el mismo discurso, McConnell presumió de que los republicanos han conseguido defender momentáneamente su mayoría en el Senado y han conseguido reducir la mayoría demócrata en la Cámara de Representantes. Esos senadores y representantes iban en las mismas papeletas que Biden y Trump, esas que no han sido certificadas y que el equipo legal del presidente pretende discutir en los tribunales.

McConnell asume así el lenguaje de Trump, pero solo en su aspecto más evidente: los votos tienen que ser legales y tiene derecho a pedir un recuento. En sus palabras no asume las denuncias de fraude ni robo de las elecciones, algo de lo que nadie ha presentado la más mínima prueba durante una semana. Con sus declaraciones, queda garantizado que los principales republicanos con poder en Washington seguirán coreando la teoría de la conspiración lanzada por el presidente para negarse a aceptar el resultado de la elección. Nadie le va a llevar la contraria.

Otros republicanos, como el senador Mitt Romney, o el último presidente republicano antes de Trump, George W. Bush, han felicitado a Biden en el momento que hubo un consenso entre las proyecciones de los medios, como es tradición.

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Las contradicciones entre los deseos y la realidad explotaron en el Partido Republicano de Georgia. Los senadores republicanos David Perdue y Kelly Loeffler escribieron una carta pública pidiendo la dimisión del secretario del Estado de Georgia, Brad Raffensperger, por unas elecciones que consideran “una vergüenza”. Raffensperger, como todo el Gobierno de Georgia, es republicano. El responsable electoral respondió diciendo que las críticas y la petición de dimisión era “de risa”. El gobernador, Brian Kemp, también asumió el lenguaje de Trump, mientras que el vicegobernador dijo que no había visto ninguna evidencia de irregularidad.

El trasfondo de lo que está pasando en el Partido Republicano es básicamente electoral. Si bien los republicanos han mantenido momentáneamente la mayoría en el Senado, los escaños de Perdue y Loeffler en Georgia se encaminan a una segunda vuelta que se celebra el 5 de enero. Sin esos dos escaños, la mayoría republicana desaparecerá, McConnell perderá su poder (que ha ejercido durante seis años) y Biden tendrá vía libre para negociar con un Congreso demócrata.

En otro momento, los escaños de Georgia no estarían en juego. Pero el martes pasado, los demócratas demostraron que pueden ganar elecciones a nivel estatal en ese Estado tradicionalmente republicano. Los números, además, demuestran que la influencia de Trump sobre los votantes republicanos es muy intensa. Contra pronóstico, el presidente ha sacado una cifra impresionante de votos (71 millones) y ha añadido al menos nueve millones de votantes más al partido en estos cuatro años. Los republicanos necesitan mantener a esas bases activas y movilizadas al menos dos meses más para defender su mayoría en el Senado. Cualquiera que aspire a ganar una elección, y cualquiera que aspire a liderar el partido en 2024, necesita la bendición de Trump, al menos a corto plazo. Nadie se puede permitir aparecer como un traidor. Trump sigue siendo presidente hasta el 20 de enero a mediodía.

En este contexto, este martes se produjo otra disociación con la realidad al más puro estilo trumpiano. Mike Pompeo, secretario de Estado de EE UU, dijo en una rueda de prensa que “habrá una transición tranquila hacia una segunda Administración Trump”, ante unos periodistas atónitos. En las últimas horas, Joe Biden ha sido felicitado por el presidente de Francia, el primer ministro de Canadá o el primer ministro de Israel. Apenas horas antes de esas palabras de Pompeo, el primer ministro británico, Boris Johnson, había hablado por teléfono con Biden para felicitarle.

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Sobre la firma

Pablo Ximénez de Sandoval
Es editorialista de la sección de Opinión. Trabaja en EL PAÍS desde el año 2000 y ha desarrollado su carrera en Nacional e Internacional. En 2014, inauguró la corresponsalía en Los Ángeles, California, que ocupó hasta diciembre de 2020. Es de Madrid y es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense.

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