_
_
_
_
_

El desenlace por escribir de la Primavera Árabe

Las sociedades de Oriente Próximo y el norte de África son menos libres que hace 10 años, pero las revueltas acabaron con el miedo y mostraron que el cambio es posible

Cientos de personas se manifestaban contra el presidente egipcio Hosni Mubarak, en El Cairo, el 10 de febrero de 2011.
Cientos de personas se manifestaban contra el presidente egipcio Hosni Mubarak, en El Cairo, el 10 de febrero de 2011.PEDRO UGARTE (AFP via Getty Images)
Ángeles Espinosa

A principios de 2011, el mundo árabe vivió una oleada de protestas contra la corrupción y en demanda de una vida digna. Los medios internacionales enseguida la bautizaron como Primavera Árabe, expresión que tal vez influyera en las desmesuradas expectativas que despertó. Diez años, y medio millón de muertos después, la región, con la salvedad de Túnez, es menos libre y está en peores condiciones que entonces. Aun así, el derribo de cuatro dictadores rompió el muro del miedo y acabó con la idea de que la democracia era incompatible con la cultura árabe. El statu quo ya no se puede dar por sentado.

“Diez años no es un marco temporal suficiente para desarrollar cambios de envergadura. Las revueltas de la dignidad no han acabado. Han sido suprimidas, pero volverán a producirse, tal vez más violentas, tal vez no. Lo que está claro es que no hay vuelta atrás al orden político anterior a 2011”, resume Kawa Hassan, vicepresidente del programa de Oriente Próximo y Norte de África del EastWest Institute, una organización sin ánimo de lucro que promueve la resolución de conflictos. Es una idea compartida por numerosos expertos.

Sonaba bien la idea de una Primavera Árabe, que los comentaristas conservadores acuñaron para referirse a los fogonazos democráticos de 2005 en Oriente Próximo. El profesor Marc Lynch, de la Universidad George Washington, recuperó la expresión en un artículo de Foreign Policy sobre las protestas aparentemente inconexas que seis años después se extendían desde Túnez a Kuwait, pasando por Argelia, Egipto y Jordania, y más tarde alcanzarían Libia, Siria, Baréin, y Yemen. Transmitía una imagen luminosa y positiva. Salvo que en los siguientes meses la contrarrevolución financiada por las monarquías petroleras iba a acabar con los sueños de cambio.

“Prefiero llamarlas revueltas de la dignidad porque millones de personas se echaron a la calle pidiendo una ciudadanía digna”, precisa Hassan en conversación telefónica.

Las protestas populares y pacíficas, a las que los manifestantes se referían como intifada (levantamiento) o zaura (revolución), consiguieron derrocar a los autócratas de Túnez, Egipto, Libia y Yemen. Solo en Túnez se ha consolidado una frágil democracia. La elección de un presidente islamista en Egipto (Mohamed Morsi) fue respondida con un golpe militar que ha aumentado la represión. Libia y Yemen se sumieron en sendas guerras civiles, al igual que sucedió en Siria, donde el dictador Bachar el Asad ha logrado mantenerse a sangre y fuego. En estos países, el Estado y la sociedad han quedado destruidos, al menos medio millón de personas han muerto y 16 millones se han visto desplazadas de sus hogares.

“Los manifestantes se encontraron atrapados entre Estados autoritarios y actores no estatales autoritarios. Los poderes contrarrevolucionarios actuaron incluso en países donde no llegó a haber revueltas”, admite Hassan. Aun así, se muestra convencido de que “el factor miedo ha desaparecido para siempre y ningún poder en la región puede estar tranquilo”. Este politólogo constata que “las sociedades todavía insisten en desafiar el orden político, como se vio en 2019 en Irak, Líbano e incluso, más sorprendentemente, en Argelia, e incluso Sudán, donde han derrocado a [Omar al] Bashir e iniciado una frágil transición democrática”.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Haizam Amirah Fernández, investigador del Real Instituto Elcano, afirma que esta segunda ola de protestas enmarca el malestar árabe en los movimientos de descontento que sacuden a otros países, como Chile o Tailandia. “Si el mundo árabe quedó al margen de las transiciones democráticas que en la década de los ochenta [del siglo pasado] se vivieron en Latinoamérica, el este de Asia y Europa oriental, 2011 dejó clara la interconexión entre distintas zonas del mundo por la situación económica y social tras la crisis financiera”, asegura a EL PAÍS en referencia a la movilización de los indignados o de Occupy Wall Street en Estados Unidos.

Significativamente, la región de Oriente Próximo y el norte de África tiene la mayor desigualdad económica del mundo. Por ahora, la represión ha conseguido suprimir las protestas. Pero Hassan defiende que, “a pesar de la resiliencia de los regímenes autoritarios, las exigencias de una ciudadanía digna no van a desaparecer”. De hecho, destaca que “las causas que desataron las revueltas, como la demanda de mejores servicios y el Estado de derecho, no solo siguen ahí, sino que se han agravado”.

Así lo refleja una reciente encuesta de YouGov para el diario británico The Guardian, según la cual los sentimientos de desesperanza y privación de derechos que alimentaron las revueltas han seguido aumentando. Una mayoría de los consultados en nueve países árabes declararon que sus condiciones de vida se habían deteriorado desde la inmolación del joven vendedor de frutas tunecino Mohamed Bouazizi, que desató las protestas y de cuya muerte se cumplen diez años el próximo lunes.

Como era de esperar, el descontento es mayor donde la situación degeneró en guerras civiles e intervenciones extranjeras. El 75% de los sirios, el 73% de los yemeníes y el 60% de los libios dicen estar peor que antes de la primavera. Pero incluso en Egipto, Irak y Argelia, aunque no llegan a la mitad quienes consideran que su situación ha empeorado, apenas una cuarta parte dicen estar mejor. “Las reformas han sido un paripé, y la covid-19 ha exacerbado los problemas socioeconómicos”, apunta Hassan.

Protesta contra Bachar el Asad, el pasado septiembre en la ciudad insurrecta de Idlib.
Protesta contra Bachar el Asad, el pasado septiembre en la ciudad insurrecta de Idlib.OMAR HAJ KADOUR (AFP)

“Se está haciendo un experimento que pone a prueba el aguante de las sociedades árabes. A pesar de las diferencias entre países, se ha respondido a las demandas de tipo económico y político con medidas de seguridad, mano dura y represión”, señala Amirah Fernández. Y no solo por parte de los regímenes cuestionados. “Desde el exterior, se ha seguido favoreciendo de forma descarada el modelo de estabilidad basado en el autoritarismo y la supresión de libertades antes que experimentar con cualquier sistema alternativo”, añade.

Las petromonarquías, que lograron comprar voluntades y paz social con los beneficios de los hidrocarburos, han apostado por el desarrollo económico como sustituto de la democracia. De ahí el empeño en la diversificación y la apertura social a la vez que se restringen las libertades políticas. En aquellas autocracias sin recursos relevantes, solo hay palo sin zanahoria. ¿Hasta cuándo va a aguantar la olla a presión? “No está claro hacia dónde vamos. Los actuales regímenes son aún más represivos y están más dispuestos a usar la fuerza. Van a luchar hasta la muerte para mantener el poder”, manifiesta el analista del EastWest Institute.

Amirah Fernández, del Real Instituto Elcano, remite a la realidad demográfica como “el mayor condicionante de las sociedades árabes”. Con ligeras diferencias, dos tercios de sus 420 millones de habitantes tienen menos de 30 años. Muchos eran demasiado jóvenes para participar en las protestas de 2011, pero “vieron que se podía hacer a pesar del caos y las interferencias que vinieron luego”. De hecho, la encuesta antes mencionada detecta una diferencia generacional. Los más jóvenes entre los adultos encuestados (18-24 años) son los que menos lamentan las revueltas, mientras que sus padres se muestran más pesimistas con el resultado y consideran que las nuevas generaciones afrontan un futuro más difícil que quienes crecieron antes de las primaveras.

“Es demasiado pronto para decir que la Primavera Árabe fue un fracaso. Necesitamos dejar a los jóvenes que tengan su momento y su momento llegará”, afirmaba Lina Khatib, directora del programa para el mundo árabe del centro de reflexión británico Chatham House, durante una reciente conferencia online. “Se trata de un proceso largo, con muchos altibajos, que tendrá un montón de desencantos. Ninguna revolución transformadora en el mundo ha concluido en unos pocos años y sin reacción”, concurre Amirah Fernández.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Ángeles Espinosa
Analista sobre asuntos del mundo árabe e islámico. Ex corresponsal en Dubái, Teherán, Bagdad, El Cairo y Beirut. Ha escrito 'El tiempo de las mujeres', 'El Reino del Desierto' y 'Días de Guerra'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (Madrid) y Máster en Relaciones Internacionales por SAIS (Washington DC).

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_