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Los productores belgas piden a la población que coma más patatas fritas para no tirarlas

La industria donará 25 toneladas semanales a los bancos de alimentos

Álvaro Sánchez
Patatas fritas belgas.
Patatas fritas belgas. Aris Gionis

Un llamamiento desesperado sobrevuela el confinamiento belga. No es el de las autoridades pidiendo a la población que use mascarillas o se quede en casa. Son los productores suplicando a los ciudadanos que aumenten el consumo de patatas fritas para no tener que tirar a la basura los enormes excedentes que la pandemia ha dejado fuera de las sartenes.

Tras varios años de bonanza, la situación del sector es delicada. La crisis sanitaria ha frenado las exportaciones y cortado en seco las compras por parte de bares y restaurantes, hasta el punto de dejar 750.000 toneladas sin un destino claro, al borde de ser desechadas.

En Bélgica, las patatas fritas son un icono gastronómico solo comparable a la cerveza y el chocolate. El país cuenta con unos cinco mil establecimientos donde adquirirlas, uno por cada 2.000 habitantes. Son las populares friteries. Y aunque en algunos de ellos todavía se registran colas puntuales, el parón de la vida pública por el coronavirus y la ausencia de turistas ha supuesto un importante recorte de ingresos.

Una cita muy socorrida del expresidente estadounidense John F. Kennedy dice que no se ha de preguntar qué puede hacer tu país por ti, sino qué puedes hacer tú por tu país. La versión belga de ese eslogan patriótico la ha acuñado el responsable de la patronal de la industria de la patata, Romain Cools: ha pedido a los ciudadanos que eleven su consumo de patatas fritas a dos veces por semana.

La idea no ha convencido a todo el mundo. Camille Perrin, de la organización europea de consumidores BEUC, se preguntaba si no sería más saludable comer las patatas sin freírlas. En alternativas como la ensalada, los gnocchi o la tortilla.

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Cools le respondió a través de Twitter que no pretende sustituir a los alimentos propios de una dieta sana: “Comer patatas fritas dos veces a la semana temporalmente durante las semanas venideras no tendrá un gran impacto para la salud pública… si se hace reemplazando a la pizza y productos similares”. Además, puntualiza que prefieren que se consuman las patatas fritas para poder vaciar cámaras frigoríficas y ganar espacio para congelar otras y reducir así las toneladas que se pierden.

En paralelo, los productores han querido dedicar parte de esa sobreproducción a ayudar a los más desfavorecidos. Han llegado a un acuerdo con el Gobierno de Flandes para donar 25 toneladas de patatas semanales a los bancos de alimentos, muy necesitados ante la parálisis económica. El Ejecutivo las lavará, las empaquetará y se encargará de transportarlas.

Bélgica exporta patatas a 160 países. Y presume de preparar las mejores patatas fritas del planeta. La imagen de Angela Merkel en febrero de 2016 aprovechando un receso en una cumbre europea en Bruselas para acudir personalmente, rodeada de guardaespaldas, a Maison Antoine, uno de los locales más famosos del país, dio la vuelta al mundo. Según desvelaría después su dueño, la canciller alemana compró 45 raciones para alimentar a todo su equipo. Para acompañarlas eligió mayonesa y la denominada salsa andaluza, una receta belga que, pese al nombre, nada tiene que ver con Andalucía.

Con las reuniones de jefes de Gobierno relegadas al ámbito de la videoconferencia, la posibilidad de que Merkel vuelva a por uno de esos megapedidos ha desaparecido por unos meses. El sector confía ahora en que sus conciudadanos se den ese pequeño placer dos veces en semana para suplir el enorme vacío que ha dejado el virus.

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Sobre la firma

Álvaro Sánchez
Redactor de Economía. Ha sido corresponsal de EL PAÍS en Bruselas y colaborador de la Cadena SER en la capital comunitaria. Antes pasó por el diario mexicano El Mundo y medios locales como el Diario de Cádiz. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla y Máster de periodismo de EL PAÍS.

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