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Dos vidas que dibujan el mapa del racismo en la ciudad ejemplar de Brasil

El municipio de Niterói, con uno de los mejores índices de calidad de vida del país, registra las peores cifras de segregación por color de piel

Visitantes ven la puesta de sol en el Parque de la Ciudad de Niteroi el pasado 11 de julio.
Visitantes ven la puesta de sol en el Parque de la Ciudad de Niteroi el pasado 11 de julio.Luis Alvarenga (Getty Images)
Felipe Betim

La nutricionista Iris Motta, de 46 años, y el periodista Alessandro Conceição, de 37, viven en Niterói, una ciudad a 15 kilómetros de Río de Janeiro que cuenta con algunos de los mejores indicadores sociales y económicos de todo Brasil. Sin embargo, ambos viven realidades muy diferentes. Hacia el final de la tarde, como decenas de personas, Motta hace ejercicio cerca de la playa de São Francisco. Las calles por esa zona están impecablemente limpias y hay un coche de policía que vigila el lugar. “Vivir aquí es genial, me siento muy segura”, dice la mujer, blanca y residente del Canal, un barrio de clase media. Algunos de los servicios llegan incluso al complejo de favelas Viradouro. La vida de Alessandro, un hombre negro, difiere mucho de la que lleva ella. “Si yo transito por ciertos lugares genero muchas sospechas. Sé que los ojos atentos de los policías se vuelven hacia mí”.

La rica ciudad vecina de Río de Janeiro se enorgullece de tener el séptimo índice de desarrollo humano (IDH) más alto de todo el país. Según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE), el PIB per cápita de Niterói en 2017 fue de 55.000 reales (10.000 dólares), mientras que el del país entero fue de poco más de 31.000 reales (5.600 dólares). Pero la “ciudad sonriente”, como se la conoce por su calidad de vida, también retrata un Brasil profundamente racista. Es la conclusión que se extrae del Mapa de Desigualdad de la Región Metropolitana de Río de Janeiro, publicado este mes por la ONG Casa Fluminense. En un análisis anterior, realizado por el diario Nexo a partir de los datos del IBGE y de la Universidad de Brown, Niterói aparece como la ciudad brasileña que más segrega por el color de piel.

Los índices que mejor ilustran esta realidad son los de violencia urbana. En Niterói, el 60% de todas las muertes violentas ocurridas en 2019 fueron cometidas por policías del Estado de Río de Janeiro. Del total de víctimas policiales, el 88% eran negras, según los datos del Instituto de Seguridad Pública analizados por Casa Fluminense. El porcentaje es incluso mayor que el de todo Brasil (75,4%), el de la región metropolitana de Río (79%) y el de la capital del Estado, Río de Janeiro (81%). En números absolutos, la policía mató a 125 personas el año pasado en ese municipio: 110 eran negras.

Estas tasas son aún más alarmantes si se tiene en cuenta que los negros son una minoría en la ciudad: representan el 35,77% de la población total, la cifra más pequeña de la región metropolitana, según el censo del IBGE de 2010. “Todavía vivo en la favela y convivo con homicidios de vecinos, de conocidos e incluso de familiares”, cuenta Conceição. En 2007, su hermano fue asesinado por agentes estatales en Campo Grande, un barrio de Río de Janeiro. “Yo mismo ya me he despertado con la policía dentro de mi casa apuntándome a la cabeza. Era algo recurrente”, dice.

La violencia policial

Conceição también recuerda cuando, en 2011, tras salir de un ensayo de su grupo de teatro y pasar por un barrio de clase media con su tío, lo abordaron unos agentes. “Dijeron: ¡Detente! Y les pregunté: ¿Por qué tengo que parar?. Me contestaron: “Porque queremos que te detengas. Estoy haciendo mi trabajo y tienes que respetarme”, recuerda. Dice que este estado de vigilancia constante hace que sus vecinos apenas visiten el centro de la ciudad o barrios lujosos como Icaraí, que tiene el mejor IDH de todo el Estado. “Existe la idea de que debes permanecer en tu lugar. Ir al centro significa que te perseguirán por tener el cuerpo negro. Y si vas al centro, vas al Barcas Shopping, no vas al Plaza Shopping”, argumenta, mencionando un centro comercial frecuentado por personas de clase baja y otro al que suele ir las clases media y alta. “En Icaraí, si no vienes a trabajar, por favor, no vengas”.

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El periodista Alessandro Conceição, en un espectáculo cultural en Niterói.
El periodista Alessandro Conceição, en un espectáculo cultural en Niterói.Hugo Lima / Arquivo Pessoal

Motta, sin embargo, no sabe lo que es que le pare la policía. “No, nada, nada”, responde, cuando se le pregunta sobre el tema. “Me siento realmente segura. Y con este programa de seguridad que han implementado, ha mejorado aún más”. Para ella, vivir en Niterói es sinónimo de tener un abanico de servicios a su alrededor y, sobre todo, calidad de vida. El estudio de Casa Fluminense corrobora esta percepción y muestra los índices que más enorgullecen a los vecinos de la ciudad: es el único municipio en el que el 100% de sus 500.000 habitantes tiene agua corriente, y el 97,7% tiene recogida y tratamiento de aguas residuales, según los datos de 2018 del Instituto Estatal del Medio Ambiente (INEA). En el otro extremo, hay nueve municipios de la región metropolitana de Río de Janeiro, como Japeri, donde el porcentaje de las aguas residuales recogidas y tratadas por empresas de saneamiento es del 0%.

Además, el Ayuntamiento de Niterói es el que más invierte en cultura en la región: en 2018, destinó el 1,55% de su presupuesto al sector. “Tenemos el Museo de Arte Moderno, el Teatro Popular... Aquí vemos que las cosas están en su lugar. Limpieza urbana, iluminación, todo”, se enorgullece Motta. La gente vive una media de 70 años, lo que también la convierte en la ciudad con el índice de longevidad más alto de la región metropolitana, cuyo promedio es de 66 años. El de Brasil es de 65.

En la misma ciudad, sin embargo, los negros viven en promedio 13 años menos, la mayor discrepancia en la región metropolitana, según Casa Fluminense. Eso significa que la población negra vive una media de 57 años. “Mi abuela murió a los 72 años, que es mucho. Pero ella era una empleada del hogar y dedicó toda su vida a cuidar a personas blancas”, dice Conceição. “Cuidó de una persona blanca que murió a los 99 años. Quizás mi abuela podría haber vivido mucho más si no hubiera tenido que cuidar a alguien que murió a los 99”.

Vitor Mihessen, uno de los coordinadores del estudio, sostiene que, si bien Niterói presenta buenos resultados, “cuando se analizan los datos por razas, se ve que esa calidad de vida no incluye al conjunto de la población”. En Brasil, la diferencia de esperanza de vida entre blancos y negros es de ocho años; en la región metropolitana de Río de Janeiro es de 10 años. “Las estructuras sociales determinadas para esta población definen quién vive y quién muere más. Es la consecuencia de una gran falta de acceso a la salud, la asistencia, la educación...Todo esto se acumula en la esperanza de vida”, añade.

A pesar de su muy elogiada infraestructura urbana, Niterói también aparece como la primera en tragedias ambientales de esa región. La ciudad registró 188 muertes entre 2010 y 2019 por deslizamientos de tierra, tormentas e inundaciones, por delante de ciudades como Petrópolis (108) y Río de Janeiro (69). Conceição y su familia fueron víctimas de los deslizamientos de tierra más conocidos de Niterói, que sucedieron en 2010 en Morro do Bumba y otras favelas de la ciudad tras una fuerte tormenta.

”Nuestra casa en el Complejo Viradouro se derrumbó y tuvimos que irnos a vivir con familiares. Yo me fui con mi abuela y mi madre, con su hermana. Nuestro núcleo familiar está separado desde 2010″, cuenta Conceição, para quien la tragedia no es solo el resultado de una catástrofe ambiental. Habla de “racismo ambiental”, ya que las favelas están habitadas principalmente por la población negra que históricamente ha estado segregada en el espacio urbano. ”Los recuerdos son desoladores, no tener un techo y ni tierra bajo los pies. Ver todos tus bienes irse cuesta abajo”, dice. “Siempre tenemos que reconstruir la vida, siempre partiendo de cero. Eso te agota, te deja tenso, no puedes descansar nunca”.

Un manifestante sostiene un letrero que dice en portugués "No puedo respirar. Dejen de matarnos" durante una protesta en Niteroi.
Un manifestante sostiene un letrero que dice en portugués "No puedo respirar. Dejen de matarnos" durante una protesta en Niteroi.Luis Alvarenga (Getty Images)

A pesar de todo, Conceição reconoce que algunos servicios públicos están bien estructurados incluso para la población negra que vive en las favelas. “Algunas reciben más inversión que otras, pero considero que la educación es bastante universal. En el área de la salud, cualquier comunidad tiene médicos de familia y funciona muy bien”. También reconoce el trabajo del Ayuntamiento en el sector cultural, al igual que el esfuerzo por prevenir el coronavirus en la periferia. “No digo que no existan estos índices maravillosos, pero aún vemos que la población negra muere más. Ya sea por la covid-19 o en operaciones policiales”.

El Ayuntamiento de Niterói dice que ha creado la Coordinación Especial de Políticas de Promoción de la Igualdad Racial. ”El organismo municipal cuenta con un servicio de atención a las víctimas de racismo e injuria racial, con asesoría jurídica para derivarlas a los órganos competentes para que se investiguen los crímenes, además de realizar campañas de concienciación sobre los derechos”, explica el Gobierno local a EL PAÍS. “También se ha creado el primer Consejo Municipal de Igualdad Racial de la ciudad, con representantes del Gobierno y de la sociedad civil, para promover y controlar la ejecución de las políticas públicas municipales en materia de igualdad racial”.

La ciudad también sancionó, el pasado 30 de julio, una ley que determina que el 20% de las plazas en las oposiciones municipales deben reservarse a candidatos negros. Y, si bien la mayoría de la policía responde al Gobierno del Estado, destaca que los datos del Instituto de Seguridad Pública de Río de Janeiro indican una reducción del 90,63% en la letalidad violenta en junio de este año, en comparación con el mismo período de 2019.

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Sobre la firma

Felipe Betim
Nacido en Río de Janeiro, ha desarrollado su carrera en EL PAÍS. Escribe sobre política, temas sociales y derechos humanos entre otros asuntos. Es licenciado en Relaciones Internacionales por la PUC-Río y Máster de periodismo de EL PAÍS/Universidad Autónoma de Madrid.

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